En su momento la crÃtica estadounidense dijo de ella que era ambiciosa, erudita, larga (1.095 páginas en la edición de Alfaguara) y negativa… Utilizaron para ello convenciones aguadas y frases tópicas y, de alguna manera, mandaron a la mierda a Gaddis. Que se lo pensó dos veces, durante veinte años, para pasar página, tirar de la cadena y, entonces, triunfar a lo grande. A partir de ahà lo que fuera considerado un soberbio coñazo fermentó hasta el punto de que los sabios de la revista Time acabaron considerándola una de las mejores cien novelas escritas en inglés durante el perÃodo 1923-2005. Eso es posteridad y lo demás futurologÃa experimental.
William Gaddis (1922-1998) publica esta novela a los treinta y tres años —aunque termina de escribirla con veintisiete—, y después utiliza dos décadas para acabar la siguiente, JR, inédita en castellano, una más para Carpenter’s Gothic (Ãdem) y tan sólo nueve años para la última, Su pasatiempo favorito, por la cual recibió su segundo National Book Award y que, esta vez sÃ, fue traducida a nuestra jerga. La también premiada JR es al parecer tan compleja y obtusa que ningún editor ibérico se ha atrevido a perder el dinero necesario en verterla al castellano. Sà mereció tal riesgo la delgadita AgapÄ“ Agape (retitulada Ãgape se apaga), de barrunto obsesivo, deliberado corte bernhardiano y rápida lectura.
En efecto, Spain is different, como el propio Gaddis, que fumó Ideales (un tercio de los cuales estaba adulterado con monda de patata) en 1948, refleja en la novela, y nuestra oficialidad tiene sus propios peritos a sueldo para seleccionar lo mejor de lo mejor; al fin y al cabo se dirigen a cuatro gatos cegatos y decidieron que con Vargas, MarÃas y GarcÃa Márquez nos sobraba y bastaba. “En verdad son unos plastas estos intelectualoides de tres al cuarto, empeñados en revisitar glorias norteamericanas y en aclamar abstrusos tÃtulos de dudoso éxito allende el Atlántico (Norte). EstarÃan dispuestos a organizar una #acampadasol, o más bien una #acampadabcn, para reivindicar el derecho a leer a Danielewski en bable o a Vollmann en la jerigonza de Luis Candelas. Pareciera que les importa poco el número de páginas o palabras, que tasan las novelas al peso, como aquel Genaro hijo, jefe de Marito en Panamericana, valoraba los seriales radiofónicos antes de adquirirlosâ€.
Transcribo el tópico anterior porque leer a Gaddis hoy —me refiero a las obras por él autorizadas— supone armarse de paciencia y contactos. Primero un psicoanalista que recupere el valor perdido, y después una Directora de biblioteca profesional y comprensiva. A la de la Provincial de Málaga debo el favor y algo más. Tres años antes, tuve entre mis manos un ejemplar en venta en Madrid. LlovÃa y yo iba de traje, escaqueado de mis obligaciones, a la quimérica busca de una no menos ilusoria profesionalidad y comprensión. Allà se quedó para otro cliente.
La visión de Gaddis en Los reconocimientos es de carácter postreligioso. Tras el abandono generalizado de la fe cristiana, durante siglos temática, refugio y sustento de creadores, la sociedad deriva hacia un caótico sistema de valores falto de referentes sólidos y genuinos. La misión de Los reconocimientos es poner de manifiesto los efectos de tal devenir —aunque también se reconoce un vasto intento de desacreditación de los mitos cristianos mediante la afanosa búsqueda, en ocasiones semiótica, de sus indudables raÃces paganas; búsqueda que derivará en un rechazo de los fundamentos escritos, de las Escrituras, simbolizado en la conversión del padre del protagonista al mitraÃsmo—. Nueva York es la viva imagen del desorden causado por ese cambio ontológico. AllÃ, un pintor de infancia traumatizada por los descabellados intentos paternos por encontrar la Verdad primera trabaja como “negro†delineando puentes. Su incapacidad para ser original —y para plegarse a los dictados de un entorno cultural corrupto— le empuja a simular con su obra que es otro: dibujando puentes bajo cuerda, falsificando cuadros de pintores flamencos, creando ex-novoobras atribuibles a genios del Renacimiento que un multimillonario hace aparecer entre viejas herencias e improbables legados para venderlos como auténticos a cambio de altas sumas. Su talento y arte falsificador son tales que ningún experto, tras los análisis oportunos, duda de la autenticidad de las tablas falsas. A su alrededor, todo un entorno de falsedad, el mundo de la cultura, malvive de espaldas a la única realidad posible: el consumismo rendido al capitalismo. Individuos incapaces que simulan aptitudes y poses artÃsticas, representados al modo bruegheliano; grupúsculos cómicos dentro de una obra trascendental; simulacros de fuerza carentes de entropÃa, preparando una común huida hacia un pasado desatendido, Europa, con la esperanza de encontrar la fuerza primigenia.
El autor porfÃa en manifestar la ubicuidad del engaño. Asà con la secularización de reliquias religiosas fraudulentas. Con los aspectos financieros del proceso de canonización de una niña española muerta a manos de un pederasta. Mediante la visión fugaz de cascotes endebles a modo de basamento de una iglesia italiana que se viene abajo a causa de la gravedad de determinados acordes de órgano, metáfora genial de cómo el Edificio Eclesiástico se desmorona a manos de un arte que supuestamente servÃa a su causa —medio siglo después, Thomas Pynchon limpiarÃa en parte el paisaje veneciano al derribar el Campanile, que no soportarÃa la pretensión humana de surcar un cielo que le está divinamente vedado—.
Los reconocimientos es también una novela iniciática en la que imagino el deseo del propio Gaddis de asumir el protagonismo, de convertirse en el alter ego de Gwydon hijo. Intentando producir obras de arte en un medio degradado por la mercantilización: uno de los interesantes personajes secundarios, Stanley —que está componiendo una obra excesiva para órgano que no logra terminar por lo que de desprendimiento, considera (y sufre), tiene en el arte toda acción conclusiva—, siente nostalgia por las fábulas histórico-románticas que atribuyen al mecenazgo el esplendor renacentista, porque ésa serÃa la única forma de crear sin la presión prosaica de la economÃa personal; mientras un siniestro personaje, amigo del multimillonario patrocinador de las falsificaciones masivas, intenta abrir los ojos del joven pintor haciéndole ver el indudable mercantilismo imperante en aquel peculiar sistema de producción/financiación artÃstica.
Se celebran fiestas interminables, de las que quizá el relato EntropÃa de Pynchon sea un eco liofilizado. El equÃvoco se ceba en los acontecimientos. La más baja y pura corrupción se explicita mediante la puesta en escena de un falsificador de billetes; también mediante el plagio literario no deliberado sino por mano vicaria de una correctora editorial. La figura de la editora, Agnus Deigh, es sacrificada como trasunto del Cordero de Dios (Agnus Dei). Un pintor modernista elabora sus cuadros arrojando pintura desde una escalera. Un escritor sin obra literalmente firma ejemplares de la de autores consagrados. Una recomendación para tocar el órgano en una iglesia romana resulta ser una lista de la compra. Se manejan con temprana soltura literaria conceptos como la audiencia televisiva (retransmitiendo un suicidio en directo) y la publicidad agresiva (una empresa denominada Necrostyle anuncia preservativos en programas infantiles). Gaddis se atreve incluso a elevar su tragedia sobre la joyceana, mediante el traslado a secundario de un Bloom descafeinado por la carencia de Molly y la alienación caracterÃstica del modus vivendi oficinesco neoyorquino. Las referencias, metáforas, intertextos y alusiones son innumerables. Quizá sea ésta la causa principal de que la crÃtica, ligera como los tiempos, flaca por lo magro de sus retribuciones, arrinconara la obra con el insinuado adjetivo “difÃcilâ€: difÃcil de desentrañar, compleja de leer, oscura en lecturas impuras y apresuradas. Llegaron a quejarse de que Gaddis hubiera utilizado guiones en los diálogos en lugar de las acostumbradas comillas anglosajonas. Mucho más tarde, Franzen declaró que fue la novela más difÃcil que habÃa leÃdo jamás.
He sabido que Gaddis estuvo siete años escribiendo esta su primera novela. Tanto por el dato como por la envergadura y calidad —de la que era consciente— de tal obra, no es descabellado deducir que no buscaba una fama fácil y espuria ni un reconocimiento económico. Gaddis creÃa con fervor en la posibilidad del arte. Una creencia que manifestó hasta el final con la exposición de su contrario. Quizá la incomodidad provocada por la comprensión de su mensaje constituya la causa auténtica de su olvido, que entonces serÃa deliberado.
Nota bene: Abstenerse lectores tibios.
José Luis Amores
http://bolmangani.blogspot.com
oi el programa la nube en r 3 con jose luis amores y me quede flipado, nunca habia oido hablar de gaddis , gracias por la enseñanza, por cierto yo tambien tengo en casa el ulisses y no lo he leido , es una pena como diria javier corcobado en la cancion desde tu herida