Los aerolitos. Carlos Edmundo de Ory
Calambur Editorial (Madrid, 2005)
El pasado 11 de noviembre murió el poeta Carlos Edmundo de Ory. Rápidamente, los que nos hacemos llamar periodistas culturales, buscamos alguna nota de urgencia en las principales agencias de noticias. Resumen bibliográfico, algún rasguño vital para salir del paso y a resaltar que, junto a Eduardo Chicharro Briones y Silvano Sernesi, fundó el Postismo, sÃntesis de todas las vanguardias literarias anteriores. A otra cosa. Que la actualidad ruge. Como un tren sin puertas ni pasajeros.
Pero de Ory se queda. Con su ingenio, con su rigor lÃrico, con las armas arrojadizas en las que convierte sus aforismos. Por suerte para nosotros, la editorial Calambur editó, en 2005, Los aerolitos, una selección de autor, con mucho material inédito, después de una primera recopilación en francés que se hizo en 1962. El poeta se sabÃa, pese a su radical libertad creativa, miembro de una herencia heterogénea, azarosa, que utiliza lo brevÃsimo para construir puentes y brechas, como Nietzsche con sus “sentencias†y “dardosâ€, Baudelaire y sus “cohetesâ€, Cioran y los “pensamientos estranguladosâ€, entre tantos muchos otros, a los que cita y a los que no cita, como las “greguerÃas†de Ramón Gómez de la Serna o las notas de Elias Canetti.
Carlos Edmundo de Ory va a tender las palabras como ropa recién salida de la lavadora, estirando la cuerda, forzando las relaciones, con el abismo a sus pies, en un goteo de lirismo, ironÃa y descubrimientos. Preguntarse por Dios o por la luna, o comenzar una carta con un “Muy ruiseñor mÃoâ€, riéndose de los convencionalismos no como una simple burla, inocente, sino como una reivindicación de todas las posibilidades del lenguaje, que nos desnuda frente a los gestos automáticos. Que nos demuestra que, aunque lo hayamos olvidado, no somos máquinas.
El poeta va a utilizar, para lanzar sus aerolitos, diferentes técnicas, seguramente inconscientes. De Ory puede darle la vuelta a la tortilla, para dar fe de que “ve molinos de viento en los gigantesâ€, utilizar el microscopio para detenerse en cada letra, asegurando que “una estatua rota es una extatua†o cantar a “la gula que estrangulaâ€. Pero también camina hacia el lirismo, del que no puede prescindir, para explicarnos que “a la hora del insomnio†le “visitan soldados muertos†haciéndonos comprender, al mismo tiempo, que “las olas son saliva de la lunaâ€. Cómo no habernos dado cuenta antes. Hacia dónde miraremos cuando no miramos nada.
De Ory, pues, ejerce la poesÃa como un testimonio directo de que algo habremos hecho mal al interpretar la realidad de forma rÃgida y, por ello, hay que utilizarla, aprovecharse de ella, como “un vómito de piedras preciosasâ€, porque “un poema es la autobiografÃa del sueñoâ€. Por eso mismo, nos avisa: “Informo al mundo de mis aullidosâ€.
En Los aerolitos vamos a encontrar, a la vez, sus fetiches, colecciones como los “animales que rÃen: la gaviota/la oveja/el flamenco/la hiena …†o trÃadas que resumen obras y autores: “Emerson: destino, libertad, amorâ€.
Entre aforismo y aforismo, entre disparo y amago, Carlos Edmundo de Ory se va ir preguntando cómo han acabado los más grandes: “¿Cómo murió Sófocles? – De asfixia comiendo una uva agrazâ€. De muerte absurda porque todas lo son ya que “el hombre herido de muerte al nacer se hospitaliza en el mundoâ€. Y, durante ese tiempo, en el que nos ingresan en el paso de los dÃas, tenemos la fortuna de leer estas cápsulas que, en vez de tener sabor a medicina vieja, son un oxÃgeno indispensable entre tanto discurso a favor de la monotonÃa y la conformidad. Que si han de llover piedras, que sean aerolitos.
Albert Lladó
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