El perro de terracota

camilleri-terracota111Perro de terracota
Andrea Camilleri
Trad. María Antonia Menini Pagès
Salamandra, 2003
251 Páginas

El día estaba como esos días en que de pronto sale el sol y al rato ya está lloviendo y después sopla el viento para volver a salir el sol. Al comisario Salvo Montalbano estos días de cambios metereológicos le afectaban, circunstancia heredada de su madre quien poseía un carácter enfermizo «y a menudo se encerraba en el dormitorio a oscuras por lo mucho que le dolía la cabeza y entonces no se podía hacer ruido en casa y todo mundo tenía que caminar de puntillas. En cambio, su padre disfrutaba siempre de la misma salud y pensaba siempre exactamente lo mismo, tanto con lluvia como con sol».

Este cambiante día, Montalbano está cómodamente leyendo una novela negra en su casa cuando su amigo de la infancia, Gegé Gullotta, le llama para citarlo en la playita de Puntasecca, justo en las afueras de Vigáta, un pueblo costero de Sicilia donde vive el comisario, un lugar que conocían desde niños. Gullotta era organizador de un burdel al aire libre conocido con el nombre de «el aprisco» y para que lo dejaran trabajar en paz pagaba una cuota a Tano el griego, un capo de la mafia, prófugo de la justicia por asesino múltiple, entre ellos el de su propio hermano. Al llegar a la cita, Gullota, temblando de miedo, le dice a Montalbano que Tano el griego quiere verlo y no sabe para qué. Las instrucciones son que tiene que ir solo al encuentro y, por supuesto, no decirle a nadie.

El comisario pasó una noche digna de contarse al médico», pero acude a la cita en una casa abandonada. En esta reunión nos enteramos qué cosa quería el capo y qué le pide a Montalbano. Entre este asunto, un robo al supermercado, la muerte de un militante de izquierda y el encuentro con periodistas para narrar los hechos ocurridos con Gaetano Bennici, llamado Tano el griego, el comisario estaba demasiado nervioso, no era muy diestro en estar ante las telecámaras. Y para colmo, por este motivo de salir en la televisión  tenía que ir a la peluquería, y eso si que lo detestaba. Pero no le quedaba otra, un comisario no podía presentarse ante la opinión pública en fachas.

La rueda de prensa «resultó ser para Montalbano tal como por otra parte él ya esperaba, una prolongada y dolorosa vergüenza». Pero algo inesperado sucede, una confesión muy importante lo lleva a un rocoso fortín llamado u crasticeddru, el corderito castrado. Ahí, él y sus hombres encuentran una cueva, lo que descubren en ella es impactante. La noticia trascendió de inmediato, Montalbano «en calzoncillos, con una botella grande de cerveza en la mano»,  disfrutó la crónica desde su casa. Pero algo lo inquieta al ver la grabación, así que regresa a la cueva y… Toda una investigación, con sus descubrimientos e interpretaciones, se presenta ante el astuto comisario. Y aquí conocemos por primera vez a ese perro de terracota y junto a Montalbano, nos quedamos hipnotizados ante la escena…

Lo que viene después es el ir detectando los crímenes (en especial, el hallazgo en la cueva de dos amantes abrazados que fueron asesinados durante la segunda guerra mundial) y reconstruyendo los hechos donde la memoria de los viejos es de suma importancia y hace que todo vuelva violentamente al presente. Esta tarea es muy interesante al conformar  la trama de la novela.

Andrea Camilleri
Andrea Camilleri

El comisario Salvo Montalbano es ocurrente, simpático, honesto, en ocasiones irónico y hasta un poco grosero, gustoso de la comida (y más de la que hace Adelina, su asistenta en casa), muy observador, buen lector, inteligente, con instinto cazador, vive solo, tiene una novia (Livia) y posee una intuición excelente para ir hilando cabos sueltos en sus averiguaciones, como buen detective. Todo esto no basta para que lo hieran, caiga a un hospital, sienta tristeza, pase horas reflexionando mientras mira el mar que tiene frente a su casa y realizando paseos de meditación caminando hasta el final del muelle.

Un  pasaje  sobresaliente  es toda una conferencia sobre los códigos,  primordial para lo que vendrá después: Montalbano llega a la tétrica casa de Alcide Maraventano, un anciano sacerdote muy culto, inteligente, cadavérico, con un singular estilo de vida, que toma leche en biberón y que recién había publicado un libro titulado Ritos funerarios en el territorio de Montelusa y que, además, era un actor consumado. El comisario necesita consultarle algunas cosas y para ello le pide por favor que mire una fotografía. Maraventano observa la imagen y el diálogo que se presenta es el siguiente:

¿Usted ha leído a Umberto Eco?
Montalbano empezó a sudar.
«Dios mío, ahora me va a hacer un examen de literatura»,pensó, consiguiendo contestar:-He leído su primera novela y
los dos diarios mínimos que me parecen…
-No, yo las novelas no las conozco. Me refería al <em>Tratado de semiótica general</em>, algunas de cuyas citas nos podrían ser útiles.
-Lo siento, pero no lo he leído.
-¿Tampoco ha leído Semeiotiké de Kristeva?
-No, y tampoco tengo ganas de leerlo -Contestó Montalbano, que ya estaba empezando a hartarse y sospechaba que el viejo le estaba tomando el pelo.
-Que le vamos hacer -dijo Alcide Maraventano en tono resignado-. En tal caso, le voy a poner un ejemplo muy sencillito.
-Lo cual quiere decir a mi nivel -dijo Montalbano hablando consigo mismo.
-Bueno, si usted, que es comisario, encuentra un muerto por arma de fuego con una piedra en la boca ¿qué piensa?
-Mire, dijo Montalbano, dispuesto a tomarse la revancha-, esto ya es muy antiguo, ahora matan sin dar explicaciones.
-Ah. Por eso para usted la piedra en la boca constituye una explicación.
-Claro.
-¿Y qué quiere decir?
-Quiere decir que el muerto había hablado demasiado, que dijo cosas que no tenía que decir y había actuado de espía.
-Exacto. Por consiguiente, usted ha comprendido la explicación porque estaba en posesión del código del lenguaje, en aquél caso metafórico. Pero, si usted hubiera ignorado el código ¿qué hubiera pasado? Nada. Para usted habría sido un pobre muerto asesinado al que in-ex-pli-ca-ble-men-te habían introducido una piedra en la boca.
-Empiezo a comprender.
-Y ahora, volviendo a nuestro tema…

El hallar el por qué del perro de terracota (que está en el título: marcador de lectura, elemento funcional de la significación), es un acontecimiento insólito. Hasta el comisario se pone amarillo y «abría y cerraba la boca como si le faltara el aire»…

La novela de Camilleri mantiene todo el tiempo el suspenso, logra que estemos atentos a la intriga, a lo que va a suceder. Salvo Montalbano es un todo un detective, aunque no ha logrado desplazar en mis gustos a Kurt Wallander, el comisario creado por Henning Mankell. Lo que no me agradó mucho fue la traducción, no porque sea mala, sino porque posee muchos regionalismos  españoles.

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Magda Díaz y Morales
http://www.garciaponce.com
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