La vida de nosotros

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 Saudade | Foto: Alcino | Flickr Commons
Saudade | Foto: Alcino | Flickr Commons

¿Puede resultar dulce la nostalgia? ¿Presenta, en la era facebook, en pleno apogeo de la democratización de la vanidad, y por tanto de la explosión popular de la ego-ficción, en el auge de la imagen retocada y la sobre-exposición injustificada de nosotros mismos, en la primavera de nuestro narcisismo, por así decir, algún tipo de interés la literatura autobiográfica más amable sobre el yo? ¿Escribe –o mejor, publica– demasiados libros Amélie Nothomb (Kobe, 1967)? ¿Cabría quizás recoger toda la producción autobiográfica de la autora de Estupor y temblores (1999) en un único y extenso volumen? ¿Acabaríamos antes? ¿Nos daría pena que acabara? ¿Estamos ante un feliz ejemplo de casamiento entre la calidad y el éxito más popular? ¿Es la expresión «casamiento feliz» una contradicción en los términos?

Comencemos por la última cuestión: ¿Es La nostalgia feliz (Anagrama, 2015) el título de la última entrega de los textos autobiográficos de Amélie Nothomb un oxímoron?

Kaiki (regreso): La nostalgia tiene que ver con el regreso
Una nota sola basta, según lo veo, para caracterizar universalmente a la nostalgia: la nostalgia tiene que ver con el regreso.

La nostalgia piensa, quizás mejor siente, piensa, siente o le da vueltas al regreso. Sin embargo, aunque el regreso sea el mínimo común denominador de toda definición de la nostalgia (de una posible definición universal de la nostalgia), antes del regreso hubo de sucederle a la persona la distancia. Dicho de otra forma, la distancia es tanto la condición de posibilidad de la nostalgia como el presupuesto ontológico del regreso. ¿Qué distancia? Aunque el concepto de distancia es propiamente físico y se expresa en unidades de longitud, en nuestro idioma también utilizamos la distancia para ubicar en el corazón y en la memoria acontecimientos remotos del pasado.

Sí. Observamos el pasado desde la distancia y esa perspectiva es la posibilidad de trazar un relato de nosotros mismos. De hecho, para el filósofo Hans-Georg Gadamer la distancia temporal era la posibilidad misma de construcción… de un sentido. Gadamer se refería a la historicidad de las interpretaciones, en el seno de su pensar sobre hermenéutica, pero podemos aplicarnos sin violencia las peculiaridades narrativas de la distancia temporal a nosotros mismos: Australia queda lejos pero más lejana queda la infancia. Y encima, a ella no podemos regresar…

De la primera forma de distancia (la distancia longitudinal) provienen las términos más cercanos de la nostalgia. Homero –la tradición oral que llamamos Homero– habló con hexamétrica voz a los pueblos mediterráneos y por tanto marineros: nada hay tan dulce como la tierra natal y los padres de uno mismo, aunque uno tenga en tierra extraña y lejana los seres más excepcionales y la mansión más opulenta. Si se me admite la cursilada: el remo de todos los barcos del propio Ulises es la nostalgia. Nos parecen dulces la tierra natal, los propios padres y de acuerdo con Cioran, hasta el ovillo uterino, aún así podemos preguntarnos: ¿es dulce el recuerdo también?

Natsukashii: momento en que el recuerdo hermoso regresa a la memoria y la llena de dulzura
Sí, es cierto que, como todos, uno ha reflexionado en vano sobre la nostalgia. A este respecto, siempre me pareció muy clara la digresión que hace Milan Kundera de la nostalgia en La ignorancia. Escribió Kundera: “En griego, regreso se dice nostos. Algos significa sufrimiento. La nostalgia es, pues, el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar. La mayoría de los europeos puede emplear para esta noción fundamental una palabra de origen griego (nostalgia)”. Efectivamente, en Europa la nostalgia es dolorosa, en castellano decimos añoranza; en portugués, saudade. En cada lengua estas palabras poseen un matiz semántico distinto. Aquí la nostalgia resulta afín a cierto modo de congoja, pero como sigue el escritor de Brno, “(…) con frecuencia tan sólo significan la tristeza causada por la imposibilidad de regresar a la propia tierra. Morriña del terruño. Morriña del hogar. En inglés sería homesickness, o en alemán Heimweh, o en holandés heimwee. Pero es una reducción espacial de esa gran noción. El islandés, una de las lenguas europeas más antiguas, distingue claramente dos términos: söknudur: nostalgia en su sentido general; y heimfra: morriña del terruño. Los checos, al lado de la palabra “nostalgia” tomada del griego, tienen para la misma noción su propio sustantivo: stesk, y su propio verbo; una de las frases de amor checas más conmovedoras es styska se mi po tobe: ‘te añoro; ya no puedo soportar el dolor de tu ausencia’.”

Gracias, Milan. Frente a la tonalidad triste del adjetivo inglés nostalgic, natsukashii designa en japonés la nostalgia… ¡feliz!: momento en que el recuerdo hermoso regresa a la memoria y la llena de dulzura.

Anagrama
Anagrama

Kami (papel). Amélie Nothomb: metafísica monstruosidad de una misma
La nostalgia feliz es hasta la fecha la última de las obras de la prolífica escritora belga nacida en Japón, Amélie Nothomb. Desde Higiene del asesino (1992) esta autora internacional y viajada ha combinado con prolífica inteligencia ficción y autoficción. Caracteriza a la primera línea, la de la más pura invención, su habilidad para tensar los enfrentamientos, el hábil uso del diálogo, el acierto temático (Ácido sulfúrico, 2005; Diario de Golondrina, 2006) y en esa misma ficción de la vida de una liberada, algunos rótulos impecables: Cosmética del enemigo, 2001; y más tarde, entre otras, las pesquisas más o menos noir, Ordeno y mando, 2008; El viaje de invierno, 2009; la epistolar Una forma de vida, 2010; la sombría Barba Azul, 2014. En todas ellas se podía observar la sutil pericia de Nothomb al conectar con los lectores, manejando con acierto igual las máximas que el diálogo exige (rapidez y verosimilitud –del diálogo no de la historia) y la reflexión más sugestiva sobre los cinco temas clásicos de la literatura: la identidad, la telúrica coexistencia del amor y del horror, la condición humana en general, la propia escritura y la muerte. Pericia, también aquí la de Nothomb, en la integración de lo raro, lo grotesco y monstruoso. Un adjetivo, monstruoso, al que uno tiene especial inclinación y querencia, y así lo usa con Nothomb, al ser, lo monstruoso, sede de lo irregular, lo adictivo, lo radicalmente original, lo raro-natural (la naturalidad es una de las mejores virtudes de la prosa de Nothomb) lo excéntrico y lo distinto: posibilidad siempre de la sorpresa y de lo auténtico.

Búsqueda, propiamente, de la identidad de la escritora de lo monstruoso –en la más bella acepción de la palabra– en la otra línea de Nothomb, quizás la que mayor seguidores le ha procurado: la narración breve –o muy breve– caracterizada, bien por la autobiografía, bien por la introducción autoficcionada de ella misma: El sabotaje amoroso (Circe, 1993) fue la primera en formato breve del amplio género que aquí estamos llamando “vida de nosotros”. A esta siguieron, puntualmente traídas ya por Anagrama en traducciones de Sergi Pàmies, Estupor y temblores (1999), descripción de su experiencia laboral tokiota y Grand Prix de la Academia Francesa; Metafísica de los tubos (2000), trama original de poética anfibia o combinación, como también se dijo en su día, de “filosofía y fontanería” acerca de una infancia en Osaka; la hibridez de Diccionario de nombres propios (2002); Antichrista (2003); Biografía del hambre (2004); el regreso a la biografía hecha relato en Ni de Adán ni de Eva, entre algunas otras de una extensa bibliografía de entregas anuales.

Vivo, sugestivo pero también en algún punto irregular –como no podía ser de otra forma– también el conjunto de estas entregas. Sin embargo, a todas las salvaba y aún las salva en algún grado la risa negra, la ironía y la claridad de su viveza, la feliz ausencia de la egolatría. Añado finalmente en descargo, el hecho, nada baladí en lo que a bioficciones se refiere, de ser la Nothomb persona interesante, contradictoria, original o monstruosa –por tanto inesperada– desconcertante y paradójica.

Decepción y Sainou (talento): La nostalgie heureuse
La última entrega de Nothomb, La nostalgia feliz, se inscribe sin violencia para bien y para mal, en esta última línea biográfica, esto es, entre los libros de Nothomb sobre su vida (describía en La nostalgie heureuse Nothomb, recordémoslo, su nostalgia, por tanto su viaje de regreso y eso justificó nuestra digresión sobre la distancia como condición de los regresos). Sí, la autora regresa a su país natal, dieciséis años más tarde, retomando la ficción de Ni de Adán ni de Eva, acompañada de un equipo de la televisión francesa. Sus libros vuelven a traducirse en Japón y la cámara sigue su colisión con el país y con sus recuerdos: encuentros con su niñera Nishio-san o con Rinri, primer amor. ¿Y luego?

Estupendo inicio, irregular recuento luego de vivencias (no todas reseñables), entre el apuntalamiento de una personalidad lúcida y divertidamente auto-zaheridora («no sé cómo denominar este ridículo aspecto de mi ser»). Pasajes espaciados entre lo anecdótico y lo meritorio, lo cierto es que el libro de Nothomb junto a callejones francamente insustanciales, recoge también con sutileza, con esa sutileza, que durante mucho tiempo –antes de la estruendosa vacuidad televisiva de los talent shows– nos gustaba llamar propiamente talento, reflexiones sugestivas provocadas, según lo veo, por la inteligente explotación literaria de la única cualidad humana digna de tal nombre: la extrañeza.

Se trata del mundo observado, insistimos en ello, por una escritora cargada de extrañeza, de monstruosidad (en acepción hermosa, versión superadora de la individualidad) y por tanto de talento. Talento, si se quiere muy particular, pero talento: se exhibe, por ejemplo, en las agudas reflexiones de tono metafísico sobre la nostalgia, pero también en las breves digresiones sobre urbanismo, en la astucia para observar la Historia (Fukushima) desde los ojos de quienes sólo tenemos historias. ¿Cuáles?

El comienzo es modélico: “Todo lo que amamos se convierte en una ficción” y luego —entre párrafos menores– estupendas reflexiones sobre la memoria a la Georg Simmel: “La memoria es una aventura extraña. Nishio-san recuerda los más mínimos detalles de mi infancia pero en cambio no se acuerda de Fukushima”; adagios literarios como el vertido por Nothomb a propósito de Shukugawa, el pueblo a las afueras de Kobe donde se crió, cuando la supervivencia la cifra la autora en el tipo de… silencio; aforismos sobre la desaparición de un parque de la infancia: “no hay futuro para lo que es únicamente poético”; lúcidas meditaciones: “en Occidente la nostalgia está menospreciada”. Sí, la nostalgia es “un valor tóxico del pasado”; pensées sobre una sociedad abocada irresponsablemente hacia el futuro; microlitos a la Paul Celan, de tonalidad metafísica: “experimentar el vacío es algo que debe tomarse al pie de la letra, no hay nada que interpretar: con la ayuda de los cinco sentidos, se trata de vivir la experiencia de la vacuidad. Es algo extraordinario”.

Aki (Otoño), estación propia de la autoficción
Un apunte más quería proponer antes de acabar: La nostalgia feliz, me parece, si hacemos caso a la fracción de Paul Auster (Diario de Invierno) un libro otoñal: “tengo cuarenta y cuatro años. Suponiendo que el tiempo sirva para medir algo en el ser humano, son sus heridas. No aspiro a tener ni más ni menos que cualquier otro, o sea: muchas. Lejos de curtirme, este lugar común me deja el corazón a la intemperie”. Edad otoñal, la de Nothomb. Edad de la perspectiva, de la soledad y de los balances. Libro de principio del otoño, de final de verano en todo caso. Nostalgia de otoño: lejos queda el verano y no podemos regresar a él. Que la nostalgia nos habita ló dejo dicho Eugène Ionesco. Que en otoño la temperatura de nosotros mismos baja varios grados y el viento que mueve la vida empuja con más fuerza lo saben quienes tenemos los años de Amélie.

Volvamos a Kundera, añorar como el catalán enyorar, deriva del verbo latino ignorare (ignorar, no saber de algo). “A la luz de esta etimología, la nostalgia se nos revela como el dolor de la ignorancia. Estás lejos, y no sé qué es de ti. Mi país queda lejos, y no sé qué ocurre en él (…) los alemanes prefieren decir Sehnsucht: deseo de lo que está ausente; pero Sehnsucht puede aludir tanto a lo que fue como a lo que nunca ha sido por lo que no implica necesariamente la idea de nostos; para incluir la obsesión del regreso, habría que añadir un complemento: Senhsucht nach der Vergangenheit, nach der verlorenen Kindheit, o nach der ersten Liebe (deseo del pasado, de la infancia perdida o del primer amor).” Deseo feliz de la infancia o del primer amor, regreso de Nothomb (recordemos que una sola cosa bastaba para caracterizar a la nostalgia: la nostalgia tenía que ver con el regreso. Todo lo demás es culturalmente relativo.) Anhelo de retorno. Afán ventoso por lo repentinamente inasequible. En Esta nostalgia, el poema de Gioconda Belli, la nicaragüense, emparentaba su nostalgia con un huracán tambaleando sus huesos.

Mucho se ha escrito sobre el regreso del yo a la literatura, desplazamiento de la vida de los otros a la vida de nosotros. Pienso en Karl Ove Knaugård en las extensísimas La muerte del padre, Mi lucha (qué miedo de título) y Un hombre enamorado; en La parte inventada de Rodrigo Fresán. Pienso en África porque me gusta el repaso tan ficticio que hace de su vida Isak Dinesen, o baronesa Karen von Blixen-Finecke. Allí en África tengo, como muchos, por modélicas las obras de autoficción del sudafricano J. M. Coetzee, pues él, quizás mejor que nadie, ha sabido transitar, ese “biombo” –como nosotros mismos también ficticio– del que hablaba Enrique Vila-Matas, escritor afanado en borrar las fronteras entre ficción y biografía: el biombo —gran invento japonés— divide en dos espacios una habitación y ofrece la posibilidad de diferenciar dos áreas. Pero la separación es artificial, puesto que oculta que, de hecho, hay un solo espacio.

Otoño: soledad prolífica de los solos, estación de las hojas ocres, del pensar sobre la identidad y sobre el regreso que caracteriza a la nostalgia, del huracán de Gioconda Belli y de la autoficción.

Owari (final)
Terminemos, regresemos como Nothomb, a nuestro inicio. En el principio de esta reseña fue la pregunta. Resolvimos el oxímoron. Hablamos del regreso como charasteristica universalis de la nostalgia. Habíamos planteado más. ¿Estamos ante un feliz ejemplo de casamiento entre la calidad y el éxito más popular? Sí, Nothomb tiene éxito y eso debe ponernos muy contentos. Tiene éxito pero no es, desde luego, una escritora “de mercado”, sino una escritora de literatura; incómoda seguramente en esta división, tras una veintena de títulos, podemos decir que pocos como ella han tenido el talento literario para reivindicar la excentricidad como meollo de la, a menudo tan santificada, identidad. Desfilan en el último texto de Nothomb la poeta lionesa del XVI Louise Labé; el poeta persa medieval Omar Jayam; el poeta romántico francés Gérard de Nerval (Gérard Labrunie); Corneille y Colette, la conocida autora de Gigí pero comparece sobre todo la propia etopeya de Nothomb: frente al exhibicionismo sin fondo, sin causa o degradado de nuestra época, despunta la humildad, la humana incredulidad hacia el mundo circundante. Ocurrencias, algunas toscas, otras muy brillantes, autoexploración, recuerdos, meditaciones. Aforizó Lichtenberg que en los hombres famosos siempre hay mucho que admirar y mucho que maldecir. La nostalgia feliz se admirará si se conoce bien, o mejor se reconoce, a la autora de las anteriores entregas de tonalidad biográfica.

Más cuestiones: ¿Escribe –o mejor, publica– demasiados libros Amélie Nothomb? Es posible; ¿Cabría quizás recoger toda la producción autobiográfica de la autora de Estupor y temblores (1999) en un único y extenso volumen? No; ¿Acabaríamos antes? Sí; ¿Nos daría pena que acabara? Sí, pues sobre todo un rasgo de la escritora nos agrada: Amélie Nothomb parece una persona solitaria, excéntrica, monstruosamente vital y lo vital da pena que termine. A mí, que siempre he tenido una conciencia de la finitud y un apego a la adicción y a lo distinto, el rasgo de la vitalidad (de celebrar la vida haciendo muchas cosas –da igual si se terminan o no– o de estar, como se dice, “llena de vida”) enseguida me cautiva. A la vez, que una persona se sienta extranjera en su propio país es algo monstruoso (inhabitualmente bello y diferente) que entiendo perfectamente, me gusta y nos consuela.

¿Interesa La nostalgia feliz también?

Como es cierto que en mí anida un ser en todo muy contrario a mí, me da cierta vergüenza confesar que al menos un rato cada día busco mezquinamente entre huraño y amargado defectos en las cosas. Durante ese rato de vida malgastado, pienso que algunos pasajes de La nostalgia feliz son afines al Patty’s World de Philip Douglas, así aquellos en los que la autora es consciente del interés de los lectores por su vida sentimental. Durante ese rato tan mezquino mascullo avergonzado cosas feas sobre los premios de poesía, oigo mi propio balbucir contra siete de los diez escritores más leídos, vuelo como Nothomb hasta Japón y musito que la de Haruki Murakami no es una prosa sencilla sino una prosa descuidada. Afortunadamente para mí todo esto pronto se me pasa, bajo a la calle y compro un libro de poemas o recuerdo emocionado Crónica del pájaro que da cuerda al mundo y al amigo muerto que me la recomendó. De esa memoria de las letras y de los amigos que se han ido, regreso hecho una personita mejor. De nuevo todo me gusta, no lo entiendo o me interesa. También todo lo de Nothomb. Más atractivas, en todo caso, las culpas, las inseguridades, las neurosis que las anécdotas de viaje o la pendiente rosa. ¿Alguna conclusión? La estupidez consiste, casi podemos coincidir con ella en este punto, en querer sacar conclusiones. La nostalgia feliz resulta una obra menor pero de una autora muy vital, por eso al cerrar la última página no la recordaremos con nostalgia triste sino con nostalgia feliz.

“Todo lo que amamos se convierte en ficción”, también nosotros. De repente, un día cada una de las vidas de nosotros iniciará con Schubert el viaje a nuestro invierno, estación terminal, punto negro y balance final de nuestras ficciones. Coincidiremos probablemente entonces en que lo relevante no era el Absoluto sino lo absolutamente irrelevante.

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico (Valencia, 1969) es profesor universitario, crítico de cine y escritor. Colabora con críticas culturales y literarias en distintos medios y es autor de los ensayos 'Chéjov en la calle 42: mérito y decepción' y 'La tortura: aspectos sociales y estético-culturales', el libro de narrativa breve 'Una casa holandesa' y la novela 'Singular'.

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