“Alguien dijo una palabra que más tarde conocerÃamos en toda su mancha de tintaâ€.
Asà comienza Novela (Adriana Hidalgo editora, 2014), de Arnaldo Calveyra, con ese caracterÃstico humor sombrÃo, nihilista, que marca un hito: la primera aparición desde Samuel Beckett de un escritor que innova al mismo tiempo poesÃa y prosa. Novela logra cambiar por completo nuestra visión de la literatura. A medida que la narración se despoja de la identidad de sus personajes, de su esquema de tiempo, incluso de la realidad de los hechos mismos, el narrador intenta imponer el sentido, hasta que la muerte irrumpe en el relato.
El protagonista de Novela, a la deriva en la alienante metrópoli, pronto se da cuenta de que sus deseos no se cumplirán de forma convencional, por lo que decide retirarse a su mundo personal, “la cónica noche, musaraña y felpas invisiblesâ€. La trama avanza a base de saltos temporales, hasta lograr un estado existencial que constituye una de las satisfacciones profundas de su lectura. Al mismo tiempo que la meditación comico-filosófica tiene lugar (“dirigirles la palabra, conversar con esas sombras, acercarte, ser ellas un instanteâ€), descubrimos un cÃrculo excéntrico de personajes que no son sino el protagonista.
Novela es una muestra de la voz única de Calveyra, su veta cómica, su dominio de la narrativa poética, su fascinación con la dualidad mente-cuerpo. Los asuntos existenciales del ser y la nada no le son ajenos (“¿Quién se me dormÃa desde los ojos?â€). Finalmente, tras muchas vicisitudes, Novela encuentra refugio en su propia locura. La trama acaba por devorarse a sà misma (“Matar se mira entonces en los demás, matar el ojo asesino, matar por otros, ¡suicidio inmaculado!â€). La muerte que se invoca al principio acaba por devorarlo todo, y la narración perece en su juego auto-referencial, al “marchitarse, solicitar respuesta, aquiescencia, negativaâ€.
Su autor, el argentino expatriado Arnaldo Calveyra, es más conocido en Europa, donde su obra ha sido traducida a varios idiomas, que en América. Su debut, Cartas para que la alegrÃa, retoma la geografÃa perdida de la infancia, asà como el sobrio y preciso lenguaje de la gente del campo (Calveyra nació en Mansilla, en la provincia argentina de Entre RÃos, en 1929). Estudió con Carlos Mastronardi en la Universidad de la Plata en la década de 1950 y se trasladó a ParÃs en 1958 y nuevamente en 1961, para no volver jamás.
“Vine huyendo (…) atesoro el gramo de viento que forcejea entre las copas de los árboles abandonadas al borde de la costa, las alas también abandonan, y después, luego después, silencio, silencio…â€.
Por suerte, Calveyra sigue escribiendo en español, utilizando sus recuerdos como tema principal de una literatura que evoca otros tiempos, lugares y circunstancias. Versado en el don de la sÃntesis y la destilación, el argentino cruza varios géneros sin dejar de ser él mismo; obras como Novela usan las convenciones poéticas al mismo tiempo que las desafÃan. El resultado es la narración inolvidable de un poeta.