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La captación del presente

Miguel Herráez explora la connivencia entre el régimen de Franco y los nazis que huyeron de Alemania en su novela 'Los días rojos' | Foto cedida por el autor

La historia es y seguirá siendo un formidable arcón de misterios. Es ese el espacio en el que el escritor hunde su mirada para obtener la materia prima de sus ficciones. No es otra la actitud que asume Miguel Herráez en esta, su novela más reciente, titulada Los días rojos. Ubicadas las acciones en la etapa predilecta de nuestro autor, el tardofranquismo, estamos frente a un hecho singular: la captación del protagonista para formar parte de una célula, que, supuestamente, desarrollaría acciones desestabilizadoras del régimen, como llamaban secamente al régimen de Francisco Franco.

El protagonista es un joven militante antifranquista, a quien le hacen la propuesta de controlar a un jerarca nazi refugiado en España. Y emprende esa tarea, al principio no del todo orientado, pero con la convicción de quien se deja captar con una conciencia encauzada por la denuncia, por el sentido común, por los derechos humanos. Es un accionar distinto. Es una forma de sentirse protagonista de la historia.

Piel de Zapa

La novela de Herráez se moviliza en dos niveles: uno, que cuenta las acciones del narrador protagonista, en el que se combinan momentos dramáticos con algunos de humor sesgado, lo que evidencia la distancia irónica con la que el narrador trata ciertos acontecimientos; y otro nivel, más profundo, que alude a las actividades de los nazis durante su supremacía en los años treinta y cuarenta, y su posterior diáspora, al cabo de la segunda guerra, con la connivencia de gobiernos afines a esa ideología, fenómeno que involucró, no sólo al gobierno de Franco, sino a otros gobiernos, especialmente algunos hispanoamericanos, como Argentina y Paraguay, que albergaron a jerarcas nazis, como una forma de protegerlos ante la sustanciación de procesos judiciales, que habrían de condenarlos por sus crímenes.

Así, Herráez nos descubre un aspecto de la historia española centrado en ciertas actividades que tenían un matiz más cercano a la ilusión de estar en un proceso revolucionario, poniendo el foco en una historia mínima: la del protagonista. En una entrevista reciente, y a propósito de Los días rojos, Herráez declaraba: “Me sirvo de un escenario histórico para armar un relato que pretende narrar una peripecia, al tiempo que busca rescatar la memoria del tardofranquismo, de los grupos que pugnan por la democracia, recuperar desde la historia con minúscula el declive de la dictadura. Jugar con ese imaginario colectivo.”

En este punto estamos en el núcleo de la poética narrativa de Herráez: recuperar ese segmento de la historia de España, desde las historias “con minúsculas”, esas que anclan en la memoria de la gente, del ciudadano de a pie, y que se afincan para siempre en quienes se sienten protagonistas. Podemos decir que Herráez ha diseñado la ficción etnográfica, esto es: una forma de narrar a partir de los detalles notorios de lo real, a la manera de un observador participante. Y aquí cobra importancia el acertado uso de la primera persona narrativa, que se ubica en la situación y anota en su cuaderno todo cuanto va aconteciendo a su alrededor. Ya lo había desarrollado con pericia en otras de sus novelas, como Bajo la lluvia o La mitad de la memoria. Las referencias al presente histórico narrado, correspondiente a los años setenta, los detalles de la vida cotidiana, las citas cultas, operan como guiños al lector, para ubicarlo en casilleros insospechados y luego sacarlo de ahí, a la manera de un juego cortazariano, cuyo objetivo es el compromiso con la historia y con la literatura. Todo matizado con un lenguaje profundamente poético, verdadero hilo de Ariadna, herramienta eficaz para desentrañar las actitudes necesarias frente una existencia puesta entre comillas.

El espacio valenciano merece un capítulo aparte. Como en otras novelas y relatos, Herráez es muy preciso a la hora de describir lugares y recorridos por esa Valencia de la transición. Casi podemos seguir con un mapa esos trayectos de una ciudad que se descubre a los lectores en cada calle, en cada esquina, en cada edificio. Pero lo que logra Herráez se cifra, en el caso de esta novela, en una reconstrucción de la Valencia de ese momento, en el que se ubican las acciones narradas. La pericia de Herráez radica en la lucidez para generar en el imaginario del lector una Valencia no perdida en el tiempo, sino una ciudad tan presente como el presente de lo narrado. La idoneidad y experiencia narrativas que sustenta cada página no se sumergen en lo meramente subjetivo, sino que la ciudad aparece en sus registros históricos vitales, urgentes e imprescindibles, con los que se logra un efecto de plena cercanía para el lector. Una Valencia viva y presente, que hace más vivos y presentes los testimonios de los personajes que la recorren.

Los días rojos es una novela que mantiene al lector pendiente de cada página, por el medido uso de las estrategias de la novela de intriga, por la trama político-histórica que plantea, por el carácter de los personajes, por esa dulce melancolía exhibida hasta el punto de transformarse en el eje en torno al cual gira todo, porque cada acción se justifica a partir de la injerencia que habrá de tener en la historia futura. Historia que seguirá dando la posibilidad de abrevar en sus misterios, para transfigurarlos en ficciones.

El título de estas notas no es azaroso. Mientras las escribía, del otro lado del océano, empezaban a sonar las detonaciones en un espacio europeo, que habría de tener en vilo al mundo. Los días rojos -pienso ahora- puede alcanzar, en el hoy, una vigencia inusitada. Por una parte, porque el primer y el último capítulo se inician con el verbo “captar”: “Me captaron en el bar de la facultad en el 71.” Por otra parte, porque ese jerarca nazi, que andaba por Valencia en los setentas, llevaba en sí, a la manera de un imprevisto relicario, la pulsión evasiva de una guerra en la que había tenido parte relevante y, por lo tanto, era portador de una guerra. Una posible lectura de Los días rojos se cifra en una captación de un presente que no puede dejar indemne nuestra memoria.

Celebramos que la Editorial Piel de Zapa haya incorporado esta novela en su catálogo, con la que suma una obra llamada a perdurar en el imaginario de los lectores que se verán, sin dudas, interpelados y llamados a pensar la historia de una manera diferente.

Daniel Teobaldi

Daniel Teobaldi. Nació en Córdoba, Argentina, en 1962. Es Escritor y Doctor en Letras. Es profesor universitario. Ha publicado novelas y libros de cuentos. Su obra como crítico literario es amplia, especializándose en Literatura Argentina, Hispanoamericana y Española.

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