Todo se cuestiona en el microcuento Bestiario II:
“La pelÃcana, en tiempos de escasez, picotea su propio pecho para alimentar a sus crÃas. Asà se compara la historia de Jesucristo, clavado en la cruzâ€.
La voz nos llega desde la oscuridad, mientras se pregunta acerca de la existencia de ese Jesucristo “sacrificándose por todos sus hijos e hijasâ€. El relator nos invita a revisar nuestras convicciones: “El pueblo judÃo fue acusado de deicidio por dos mil añosâ€. A continuación, el falso apólogo Ausencia de lobo simpatiza con la causa de Caperucita: su inocencia, su cuerpo ultrajado (“Después de todo, qué importaban los vÃveres si nadie supo nunca a quién llevaba aquel mitológico canastoâ€). La ficción exige trucos que ella, pobre niña, no tiene, o no encuentra. A veces, por el contrario, está en posesión de todos ellos. DifÃcil decidir por quién sentir más lástima: si por la vÃctima inocente, o por la vÃctima auto-consciente de su propio fracaso.
En los microrrelatos El crujido de la seda (Ediciones Menoscuarto, 2016. Edición de Gemma Pellicer), la chilena Lilian Elphick (1959) avanza a través de trazos a vuelapluma que describen personajes y escenas; declaraciones ocasionales que resumen y analizan; aforismos sobre la vida y la muerte, el misterio de Dios y el tiempo. La narradora de Ojo travieso (2007) se debate en esta antologÃa entre un profundo conocimiento de la tragedia de ser consciente y la secreta intuición de que todo es comedia. Sus historias, demasiado reales, se mueven en los lÃmites que establecen las vidas de sus personajes: la mente y la imaginación, las palabras y las imágenes. Sus cambios de tono y textura se despliegan en misteriosos cantos de cisne.
En la serie que da tÃtulo a la colección, se retiene y al mismo tiempo se cuenta demasiado: (“La ciudad continúa su ritmo de lagartija con la cola cercenadaâ€). La protagonista se deshace en juicios de barrido y observaciones minuciosas, “bocinazos lejanos, perros hurgueteando en los tarros de basuraâ€. Hay momentos en los que se olvida de sà misma, como hace a menudo Beckett, y encuentra algo demasiado interesante o demasiado grotescamente divertido en cuestionar su papel, su verdad o su naturaleza ficticia: “una puta disfrazada de mucama espera apoyada contra una pared hedionda a orinesâ€.
“Dos harapientos conversan junto a un tambor donde arden cartones y papelesâ€.
El cuento breve Monstruo IV, por el contrario, medita sobre dos tipos de impotencia. La primera, la del narrador, alguien que tiene las palabras a su disposición, pero siente que estas, en su incertidumbre y astucia, se deshacen de él:
“Recorro mis distancias, mis dientes podridos, el repliegue de mis alasâ€.
No está seguro de si deberÃa reÃr o llorar; en lugar de eso, el interlocutor se solaza en perplejidades. La segunda imposibilidad es la del personaje que las palabras, en toda su fragilidad, evocan:
“Alguna vez tuve un nombre que ahora olvido. Soy, en mi orgullo, un dolor flameando al vientoâ€.
La crÃtica francesa Hélène Cixous escribió que el lema de la obra de Clarice Lispector era “la pobreza de no ser pobreâ€. Lo mismo podrÃa aplicarse a los microrrelatos de Lilian Elphick. Posee la autora de Bellas de sangre contraria (2009) una forma de ser cómplice que es al mismo tiempo locuaz y extrañamente refinada. La originalidad de las composiciones de El crujido de la seda radica en su técnica y su lenguaje: la auto-consciente tristeza de su buen humor poético. Espectral la belleza de estos cuentos; innato su sentido de la forma y el contenido. Elphick escribe para remover y agitar la narrativa; para llevarla, aturdida y libre, a donde nos encontramos nosotros, sus lectores, desconcertados, estremecidos.