El tono es seco:
“Hace tiempo que mi hermana no quiere jugar conmigo, ya sólo lo hace con la máscara que la hace invisible a los ojos de mis padresâ€.
En el microrrelato La máscara, el autor no recurre a hazañas inverosÃmiles o a protagonistas ficticios; nos cuenta, con naturalidad y sin artificio, cómo es nuestra propia y anodina vida de personajes secundarios:
“De hecho, a la hora de comer, ni le ponen plato en la mesa (…) Sé que me hace burlas tras de la caretaâ€.
Se ejerce la omnisciencia con destellos sombrÃos:
“A veces no puedo más y me enfado, y les digo (…) que Julia ya no quiere jugar conmigoâ€.
Concluye la trama con desolador silencio:
“Siempre pasa lo mismo: mi madre arranca a llorar y mi padre me pone más comida en el platoâ€.
Posee Ginés Cutillas (Valencia, 1973) un don para pergeñar trasuntos de nosotros de camino hacia alguna parte, mientras redirigimos y transformamos nuestra propia y tortuosa narrativa:
“Cada vez que lo intento se rÃe de mà en el reflejo del grifo. Por eso hace tiempo que dejo a la cal hacer su trabajo†La parca.
Casi todos los cuentos de Vosotros, los muertos (Cuadernos del VigÃa, 2016) contienen lagunas y saltos en el tiempo, que van desde unos meses hasta varios años; en no pocas de ellas, un intenso episodio es recordado décadas después, con humor y asombro:
“Me desdoble por primera vez a los nueve años, cuando mis padres me plantearon hacer la comunión. Una parte de mà se mostraba conforme, pero otra ya se declaraba abiertamente ateaâ€. Vidas posibles.
El efecto, en cada caso, es el de una existencia revelada, no explicada.
Nada terapéutico hay en las furtivas visitas al pasado de los protagonistas apenas sentimentales de Los desconocidos:
“Siempre me detengo ante el escaparate de la tienda de televisores para verme multiplicado en ellosâ€.
Las crónicas del autor de Los sempiternos (Editorial Base, 2015) poseen un súbito brillo:
“Su cara de sorpresa indica que a ellos también les ocurre lo mismo. Por eso los asustoâ€.
Breves crónicas de la suplantación, en el mundo ficticio de Cutillas, cada vida está marcada y decidida por accidentes de lo imprevisto. El poder de lo profético encierra la peripecia del microcuento La petite mort. Barridos de la desolación denuncian lo imprevisto:
“Entiéndanme, un viejo como yo con una chica tan joven, tan guapaâ€.
La extrañeza de lo ordinario conduce a una lenguaraz desintegración de la propia conciencia:
“Me pierdo en sus ojos antes de acometer las embestidas finales, y no puedo evitar pensar en el verso de Paveseâ€.
Fugaces historias vinculadas recrean simulacros de novela, episodios de resonancia en serie que siguen estando sujetos a la disciplina y la selectividad de la forma. Imposible describir en pocas palabras la exactitud nada forzada del apólogo That’s life, su economÃa sin prisas:
“Entra en el camposanto como un torero a hombros de cuatro porteadores sentado en el ataúdâ€.
Demuestra su autor facilidad para evocar la atmósfera particular y peculiar de las relaciones, sus presiones y tácitas expectativas:
“Poco antes de meterlo en la fosa se concentran en cÃrculo alrededor de ella y rememoran las anécdotas más divertidas (…) No recuerda haberse reÃdo tanto en la vida. Un gran tipo, sà señorâ€.
AsÃ, Vosotros, se ocupa de nuestras ambiciones privadas, siempre irrealizables, nuestro sentido de pertenencia nunca del todo satisfecho. Se entrega su autor a la conciencia táctil de cada detalle. Sus historias terminan con una expectante ligereza: como empiezan. Y te alegras de no saber más, mientras dejas que el tiempo se detenga.