Es la nostalgia un tema recurrente cuando pensamos en la lluvia y en el poema, y asà nos lo recuerda el bibliotecario, que es, ante todas las cosas, lector de melancolÃas. Si el caminante ha de cambiar de trayecto cuando la tormenta acecha, el conferenciante ha de hacer algo muy parecido cuando se queda sin guion ni partitura. Y ahà la cascada de frases y párrafos caen como un constante y eficaz sirimiri.
“Cuando no estoy leyendo me eclipso con facilidad, me encierro en una nube, como si buscara un libroâ€, explica el conferenciante, que además afirma que la literatura es un lugar en el que llueve. “He dedicado buena parte de mi vida a coleccionar chubascos literariosâ€, bromea.
Plif, plaf. ¿Cuántas cosas cambian cuando el cielo se descompone? Y, sin embargo, todos los seres humanos somos iguales bajo la lluvia. E iguales cuando leemos.
Y es que la lluvia es un oráculo para la memoria, una escritura de la naturaleza que, cuando no muestra su cara más agresiva, nos reconecta con otro ritmo, un tiempo que reta a la actual aceleración a la que estamos sometidos. “Necesitamos sonidos que nos interrumpan pero acompañen, como el agua que caeâ€, leemos.
¿No es la lluvia que golpea la ventana, junto a la caricia de un gato, el mejor escenario de resistencia ante un mundo que no pretende frenar ni cuando asome el más abrupto de los acantilados?
Este artÃculo pertenece a Agua y Cultura, sección patrocinada por la Fundación Aquae.
Albert Lladó (Barcelona, 1980) es editor de Revista de Letras y escribe en La Vanguardia. Es autor, entre otros tÃtulos, de 'MalpaÃs' y 'La travesÃa de las anguilas' (Galaxia Gutenberg, 2022 y 2020) y 'La mirada lúcida' (Anagrama, 2019).