El escritor Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) es el autor de la pieza teatral Conferencia sobre la lluvia, una obra que se estrenó en su paÃs en agosto de 2013, y que, a medio camino entre el monólogo y la confesión, inunda el escenario de citas y metáforas climatológicas.
El conferenciante es un bibliotecario solitario y taciturno al que han encargado una charla. Con los nervios por tener que hablar en público, pierde los papeles en los que guardaba sus apuntes, y tiene que improvisar ante la audiencia, transitando los recovecos de lo espontáneo. La intimidad de la lluvia se transforma en la intimidad del personaje, que va desgranando sus filias y fobias mediante un intermitente goteo. Las palabras, como en cualquier chaparrón, se precipitan sin aparente estructura previa. Estamos, pues, ante un género clásico, la digresión, territorio que acoge como pocos la intemperie.
“El protagonista no renuncia a la conferencia; transforma su desorden en método expositivoâ€, nos dice Villoro en el prólogo al libro.
Es la nostalgia un tema recurrente cuando pensamos en la lluvia y en el poema, y asà nos lo recuerda el bibliotecario, que es, ante todas las cosas, lector de melancolÃas. Si el caminante ha de cambiar de trayecto cuando la tormenta acecha, el conferenciante ha de hacer algo muy parecido cuando se queda sin guion ni partitura. Y ahà la cascada de frases y párrafos caen como un constante y eficaz sirimiri.
“Cuando no estoy leyendo me eclipso con facilidad, me encierro en una nube, como si buscara un libroâ€, explica el conferenciante, que además afirma que la literatura es un lugar en el que llueve. “He dedicado buena parte de mi vida a coleccionar chubascos literariosâ€, bromea.
Plif, plaf. ¿Cuántas cosas cambian cuando el cielo se descompone? Y, sin embargo, todos los seres humanos somos iguales bajo la lluvia. E iguales cuando leemos.
Insistirá el bibliotecario, encharcado de soledad, que los poetas se liberan del mundo con la lluvia. Y cita a César Vallejo, que imagina su último suspiro “en ParÃs con aguacero / un dÃa del cual tengo ya recuerdoâ€.
Y es que la lluvia es un oráculo para la memoria, una escritura de la naturaleza que, cuando no muestra su cara más agresiva, nos reconecta con otro ritmo, un tiempo que reta a la actual aceleración a la que estamos sometidos. “Necesitamos sonidos que nos interrumpan pero acompañen, como el agua que caeâ€, leemos.
El actor, transformado ya en conferenciante, recuerda la “lluvia oblicua†de Pessoa, ya que la lluvia prefiere matizar las cosas, sobre todo si, como el poeta portugués prefiere, cae en diagonal. Caer asà es, cuenta el único protagonista, caer “con la timidez de lo que arruina un poco sin estropear nadaâ€. Y, acudiendo a su profesión, que es más vocación que otra cosa, sostiene que “una biblioteca es una lluvia que se detieneâ€.
La obra de teatro va despojando al conferenciante de capas, mediante confidencias que llenan el silencio del escenario. Bebe agua entre revelaciones, hasta que conocemos a Bruno, el animal con el que convive, regalo de un amor ausente. “Ven gato, acércate: eres mi oportunidad de acariciar al tigreâ€, escribirá José Emilio Pacheco.
Plif, plaf.
¿No es la lluvia que golpea la ventana, junto a la caricia de un gato, el mejor escenario de resistencia ante un mundo que no pretende frenar ni cuando asome el más abrupto de los acantilados?
Este artÃculo pertenece a Agua y Cultura, sección patrocinada por la Fundación Aquae.