Sergi Bellver | Foto: Moramay Kuri

Viajar, escribir, desplazarse

Sergi Bellver nos ofrece una crónica del "nómada que observa y escucha" en 'Variaciones sobre Budapest'

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Sergi Bellver | Foto: Moramay Kuri

Cada lugar impone su propia literatura. O dicho de otra manera: los espacios nos empujan a escribir como ellos quieren que los escribamos. Tal vez haya un exceso de romanticismo en esta idea, pero hay algo en el tono, en la perspectiva o en el ángulo que elijamos que solo aparece en determinados lugares. El territorio es, antes que nada, un estado de ánimo. Un adjetivo, más que un nombre. Quizás por eso siento una especial predilección por la lectura de textos que hacen del lugar su verdadero tema, su epicentro narrativo. Más, como es el caso, si ese mismo texto aborda una ciudad que conozco poco y de la que guardo un recuerdo nebuloso, lejano. Visité mal Budapest, a trompicones, con el agobio de aquellos primeros viajes en los que importaba más el cuánto que el cómo. Gracias a Sergi Bellver tengo la sensación de haber saldado una cuenta pendiente. Lo que me demuestra que, a veces, la literatura es una forma de reparar un equívoco. Un mecanismo para suavizar errores del pasado.

Cuadernos de Horizonte Ediciones

La escritura y el viaje corren por caminos paralelos. La posición que adoptamos frente al lugar es la misma que adquirimos frente a una página en blanco. En Bellver, su condición es la del «nómada que observa y escucha», mientras avanza poco a poco, porque la lentitud, nos dice, es una trinchera que contrarresta la velocidad del mundo y le ayuda a encontrar un significado. Eso es lo que descubriremos en Variaciones sobre Budapest: un personaje errabundo que mira lo que le rodea y trata de captar todas las voces. Un apátrida que atiende primero a la luz que le recibe. Un observador que se detiene y busca en la repetición un viaje en el tiempo sin moverse apenas en el espacio. Un paseante que deambula para reconocer lo que ha leído, porque regresa a un lugar en que nunca ha estado. De ese modo, el viaje y la literatura se confabulan para proporcionarnos la posibilidad de ser otro. De ser en otros. Cuando uno concluye un libro o da fin a un viaje sabe que ya es otra persona. Alguien distinto al que comenzó su andadura, mientras vuelca todas sus experiencias previas, todas sus lecturas anteriores, como si el pasado se reactualizara en un espacio concreto. Bellver lo resume perfectamente:

«Sé que tengo un viaje entre manos cuando su sentido me habla de alguna clase de cambio en mi interior».

O como escribe un poco más adelante:

«Yo era otro antes de Budapest y seré uno distinto después de ella».

El desplazamiento y la escritura ponen en marcha dos de las capacidades que más nos singularizan como seres humanos: la memoria y la imaginación. De ese enlace, en ocasiones, surgen libros tan estupendos como este.

Escribir no es más que estar atento. Si uno logra concentrarse, podrá distinguir lo que une a una página con otra página, o a un lugar con otro lugar distinto. Así concibe Bellver a Budapest, un espacio en el que «conviven tantas ciudades al mismo tiempo». Una ciudad no es más que una suma de fragmentos, de epifanías. Todo lugar cuenta con sus propios hallazgos y sus propias equivocaciones. Por ese motivo la escritura que lo aborde será también fragmentaria, inconclusa, porque se habrá bifurcado tantas veces que será imposible averiguar dónde acaba. ¿En una cita de Joseph Brodsky? ¿En una vaga mención a El desierto de los tártaros? ¿En el “arrullo gutural de Glenn Gould” cuando interpreta las Variaciones Goldberg? ¿En los vinilos que descubre en uno de los armarios de la casa donde se hospeda? ¿En la cocina en la que escribe? Todo eso forma parte de la ciudad, de su ciudad, la que irá con él siempre, aunque algún día deba abandonarla. Su actitud es la de un flâneur que encuentra en esos fragmentos una extraña unidad, un nexo común entre todos los desechos. Como un flâneur también, sabe que el pasado nunca pasa, porque a través de él podemos juzgar nuestro presente, como si aún siguieran las trazas de una historia remota. Las antiguas ciudades del Telón de Acero son un ejemplo perfecto, porque aún arrastran una doble condena. Son países eternamente partidos en dos sistemas, dos formas de entender el mundo, dos actitudes confrontadas. Naciones, como Hungría, Polonia o República Checa, que nos resultan inquietantes por su calma tensa. Lugares en donde perduran cicatrices de la historia. Budapest podría ser el emblema: una ciudad dividida en dos mitades, Buda y Pest. En ellas hay lugar y hay metáfora.

Sergi Bellver demuestra al lector algo que me parece fundamental a la hora de abordar un espacio. Un lugar no solo nos invita a recorrerlo calle a calle. También nos empuja a leerlo o a escuchar la música que nos propone: Liszt, Vig, Bartók, Borbély, Kertész, Roth, Szabó, por citar unos pocos nombres que se mencionan en el libro. Leemos la ciudad a través de símiles y paralelismos, porque cualquier territorio supone un realismo expandido, una realidad disparada:

«Las luces del Parlamento, el Puente de las Cadenas y la colina del castillo se reflejan en un Danubio que parece una lámina de resina negra y, tras unos segundos, la instantánea queda grabada para siempre en mi memoria, como la despedida solemne y silenciosa de una artista sobre el escenario».

El escritor ensancha la mirada del viajero y le suma una perspectiva distinta. Como si nos dijera que lo importante no es lo que vemos, sino el reflejo que proyecta. Como si nos dijera también que puede haber más verdad en la ficción que en una realidad captada a simple vista. De nuevo, el viaje y la literatura se entrecruzan. Ambos son un ejercicio solitario que trata de mitigar, a su manera, la soledad que nos circunda.

Hay libros que nos impulsan a escribir, igual que hay viajes que nos invitan al desplazamiento. Celebro, por eso, que una crónica como Variaciones sobre Budapest logre ambos objetivos. Sergi Bellver nos empuja a la escritura y, al mismo tiempo, nos convierte en viajeros inmóviles y estables, esa legión de lectores que se trasladan página a página sin moverse de la “penumbra confortable” que habitan. Al fin y al cabo, la literatura de viajes no es más que una tautología, una sutil y hermosa redundancia.

Álex Chico

Álex Chico (Plasencia, 1980). Es profesor y director de la revista cultural 'Quimera'. Ha publicado novelas de ensayo ficción, poemarios y cuadernos de notas. 'Los cuerpos partidos' es su última novela.

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