El poeta es un fingidor

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Fernando Pessoa | Por Almada Negreiros | WikiMedia Commons

En la antología El poeta es un fingidor (Cátedra ediciones, 2018. Edición bilingüe) el espacio de la imaginación se conecta con el de la experiencia. En lugar de las directrices de la contemporaneidad, el solipsismo de la quintaesencia permea la escritura de los heterónimos pessoanos Alberto Caeiro (en adelante AC), Álvaro de Campos (AdC) o Ricardo Reis (RR), vates que insisten lo lúdico y lo grave con un lento encogimiento de hombros en el que abunda la ya clásica traducción al castellano del poeta y ensayista Ángel Crespo (Ciudad Real, 1926-Barcelona, 1995).

Ediciones Cátedra

“Lo que ha sido no es nada, y recordar es no ver”, sostiene AC en El guardador de rebaños. Víctima de una sensibilidad condicionada por sus múltiples avatares, una conciencia totalitaria. Marcada por el estudio de la filosofía, una poesía, la de Fernando Pessoa (Lisboa, 1888 – 1935), velada de protesta, donde se afirma, sin rubor, que “el mundo no se ha hecho para que pensemos en él/ (pensar es estar enfermo de los ojos), / sino para que lo miremos y estemos de acuerdo”; (AC, El guardador…). Con indescifrable desdén, composiciones en torno al silencio elocuente.

En la seriedad de su vocación, en su preocupación por el idioma, el portugués pertenece a una secreta reunión del espíritu, tan poderosa como útil, tan incierta como cualquier unión económica o territorial. Lo visto, oído o recordado comparece en la página junto a sus limitaciones:

“He comprendido que las cosas son reales y todas diferentes unas de otras; / he comprendido esto con los ojos, nunca con el pensamiento” (AC, Poemas inconjuntos).

En la selección del académico Ignacio García Crespo, la tristeza y la alegría disfrutan del poder conjurador de lo esencial.

Surge la poesía del autor de Mensaje (1913-1934) atormentada por las pérdidas, parte del deber sagrado de enumerarlas; de lleno en la capacidad de nombrar, desconfía de las categorías:

“Son nuestra voluntad y pensamiento/ las manos con las que otros nos conducen/ hacia donde ellos quieren/ y no queremos ir” (RR, Odas).

Rescatado por una creencia fundamental en la literatura, el poder autónomo surge en conflicto con las raíces mundanas de lo cotidiano:

“No somos dioses; ciegos, recelemos, / la parca dada vida antepongamos/ a novedad, abismo” (RR, Odas).

Entre una conciencia trágica y una voz siempre a punto de estallar de cómico placer, una mente que acumula miríadas. Inmersos en la lectura de Fingidor, regresamos a esa ciudad proscrita y sagrada, ese ensueño del que fuimos desterrados. Y sin embargo, la realidad no es algo que podamos descartar a pesar de nuestros esfuerzos. Nos persigue hasta nuestro paraíso perdido.

“Viajar es todavía viajar y la Lejanía está siempre donde estuvo – ¡en ninguna parte, gracias a Dios!” (AdC, Oda marítima).

Abolida la libre expresión, la lírica del creador del Libro del desasosiego (1913-1935), en toda su pureza e imprecisión, regresa como una plegaria:

“Cárcel del Ser, ¿no hay liberación de ti?/ Cárcel del pensar, ¿no hay liberación de ti?” (AdC, Apunte).

De ahí la pertinencia de estas meditaciones sobre el exilio, la historia y la imaginación, acerca de la necesidad, hoy más que nunca, de una lúcida ironía.

José de María Romero

José de María Romero Barea (Córdoba, 1972) es crítico de narrativa, poesía, ensayo y novela gráfica. Es miembro de la AAEC-Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literario. Colabora con sus reseñas, entrevistas y traducciones en publicaciones de ámbito nacional e internacional.

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