Foto: Vlado | Pexels Commons

Experimentación literaria para deconstruir la realidad

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Foto: Vlado | Pexels Commons

“Básicamente, todo el mundo sabe ya que la verdad, tras ser digerida por los humanos, va perdiendo sustancia, y al final lo más que cabe esperar es una especie de plasta aprovechable”.

Siguiendo la división establecida por Eduardo Lago en su texto La doble hélice de la literatura norteamericana, incluido en su libro Walt Whitman ya no vive aquí, la novela de Evan Dara, La cadena fácil (Pálido Fuego, 2019) podría incluirse dentro de una de las tendencias de la narrativa norteamericana, aquella que suele definirse como “Escuela de la Dificultad”. Evan Dara, heterónimo de un autor que desea permanecer en el anonimato, se define como un escritor norteamericano que por lo general reside en Europa, de ahí que su inclusión en este grupo podría estar más que justificada.

La cadena fácil, en sus quinientas páginas, reconstruye (o deconstruye) la figura de Lincoln Selwyn, un joven británico que, tras criarse en Holanda, llega en otoño del año 2000 a Chicago para estudiar Humanidades. Poco a poco se convertirá en un personaje conocido y su ascenso social y económico es fulminante. Para narrar su historia, Dara recurre, con ironía y sátira, a las formas de las novelas orales, esto es, a la construcción de un personaje y sus vivencias a partir de una polifonía que se encarga de dar cuerpo a la narración. Los diferentes puntos de vista se suceden y surge una subjetividad colectiva con la que, paradójicamente, persigue una cierta objetividad. O, más bien, poner en entredicho, en la más pura tradición postmoderna, la viabilidad de entretejer un relato fidedigno. Un cuestionamiento, en cualquier caso, del punto de visto literario único y, por ende, de la construcción de una ficción que hable de la realidad. O que construya una.

“¿Qué por qué? ¿Para qué? En una palabra. Acceso. Pregunta a cualquiera que esté en el meollo. La mayor diferencia que hay es entre dentro y fuera. Tú lo sabes. Ese es el salto, el brinco cuántico. En el mundo hay un umbral invisible. Los del Chiat-Day lo llaman la línea del bikini ontológica. Por debajo de ella, el sistema opera contra ti. Negándote, estrobándote, entorpeciéndote, poniéndote obstáculos. Pero por encima de ese umbral, de pronto, por arte de magia, lo tienes todo ahí. Todo lo que todos quieren, todo lo que todos se mueren por conseguir y no pueden, está ahí de repente, ante ti, a tus pies, en un flujo incesante, automático. Ilimitado. Abundancia descomunal”.

Pálido fuego

Dara divide la novela en dos partes diferenciadas, separadas por varias páginas con una palabra, una letra o directamente en blanco y que en su edición original eran cuarenta y tres y en la edición española se reducen a once por deseo del autor. Un vacío literario y expresivo que marca esas dos partes. En la primera, las diferentes voces van construyendo el auge de Dara, quien llega a Estados Unidos con unas pretensiones y encuentra que, con facilidad, puede llegar más alto. En este caso, Dara no solo satiriza las novelas orales, también introduce su historia, con todos sus desvíos y fragmentaciones, en el interior del relato clásico norteamericano del inmigrante llegado a Estados Unidos que prospera gracias a las oportunidades que ofrece el país. Lo interesante no es tanto, o no solo, la compleja elaboración del personaje, también el contexto que va creando mediante ese relato coral que habla de la sociedad norteamericana de comienzos de este siglo y de este milenio. En cierta manera, Selwyn surge como perfecta figura representativa de unos nuevos rumbos, de ciertas derivas del capitalismo en esa época finisecular. El lector casi nunca sabrá quién es el que habla, y de un narrador se pasa al siguiente de manera brusca, aunque con una enorme capacidad de Dara para crear un ritmo muy preciso, sin penas detenciones, conformando un relato de extraña linealidad. A veces se relatan historias que parecen no corresponderse con la de Selwyn, pero que finalmente tienen relación con ella, ya sea de manera directa o indirecta, para complementar algún detalle o para ampliar el discurso hacia otros derroteros.

“De nuevo me había llevado al extremo contrario de su intención, de vuelta, con toda crueldad, al mismo punto que pretendía abandonar. Refutar no había funcionado, refutar la refutación no había funcionado, y no parecía que hubiera mucha base para seguir y refutar la refutación de la refutación”.

En la segunda parte, y tras esas páginas en blanco, Dara acomete la caída en desgracia de su personaje a través de una mayor complejidad estructural, técnica y genérica. Continúan las narraciones a varias voces, pero Dara introduce correos electrónicos, artículos, monólogos, interrogatorios, e incluso unas largas páginas a modo de extraña poesía compuesta por unos versos repetitivos y que producen una extraña detención en la lectura de La cadena fácil: es casi un fragmento musical, cuya lógica en el interior de la novela tiene sentido en cuanto a lo que produce al lector -casi una sensación de agotamiento: una cuestión física en su lectura- y no tanto una aportación real de contenido narrativo. Durante esta segunda parte, Dara muestra la caída de Selwyn, y de ahí su complejidad estructural al romper la construcción inicial de la novela para introducir otras variedades narrativas que pongan de relieve la decadencia del personaje.

Dara construye una novela singular y extraña, exigente a la par que fácil de seguir a pesar de esa complejidad, para a través de su personaje desplegar una visión crítica y satírica de las derivas sociales de los últimos tiempos. A sus máscaras, su hipocresía, sus imposturas, sus manejos, su artificialidad. Pero también al sistema pernicioso creado a su alrededor que permite una ascensión que incluye en su interior su propia caída. Por tanto, en esencia, una gran mentira personificada en Selwyn que viene a hablar de una gran mentira social mucho más amplía. Y en ella estamos.

Lo anterior explica las decisiones de Dara a cara de construir la novela de esta manera: la narración sobre la caída de Selwyn impone la necesidad de un cierto caos, de una mirada más confusa pero que, a su vez, ponga de relieve la situación. En este sentido, Dara consigue transmitir esa sensación y crear un contraste con la primera parte que, sin embargo, no produce desequilibro alguno. Sí extrañeza; sí cierta exigencia para con el lector para ir encajando todas las piezas, dejándose llevar por un ritmo muy particular. Porque Dara atiende más a ese sentido de deconstrucción del relato oral, y del relato tradicional, en general, que a la elaboración literaria desde una perspectiva estilística. Esto no quiere decir que Dara no cuide su escritura, pero sí que queda supeditada a una idea más general, a un proyecto narrativo experimental cuyo conjunto ponga de relieve la falsedad del mundo que narra.

“No es venganza. Él lo ve más como una corrección editorial. Una necesaria enmienda a la trama en auge de su lugar y su tiempo. Un rechazo a dar por válidos sus perturbados y nocivos códigos fuente, la indiscutida diversidad de convicciones arraigadas y aceptadas de que todo tiene explicación, siempre, y a que las farsas se vuelvan razonables mediante la racionalización, la manipulación, el temor multiplicado, el apego congénito a la ilusión y, sin ir más lejos, la repetición”.

El lector podrá preguntarse si para narrar todo lo expuesto era necesario por parte de Dara construir una novela de este tipo. Desde luego, La cadena fácil no es una novela sencilla, pero tampoco debería resultar de gran complejidad para cualquier lector el poder seguir su planteamiento. Porque su experimentación está puesta al servicio de su fondo narrativo y, sobre todo, porque puede conducir hacia replanteamientos por parte del lector sobre su modo de concebir el mundo. Sobre su ordenación y sobre la manera en la que lo vivimos y percibimos. Y, por supuesto, lo leemos. En este sentido, La cadena fácil resulta brillante a la hora de cuestionar la realidad, tanto desde aquello que cuenta como a través de la forma en que lo hace.

Israel Paredes

Israel Paredes (Madrid, 1978). Licenciado en Teoría e Historia del Arte es autor, entre otros, de los libros 'Imágenes del cuerpo' y 'John Cassavetes. Claroscuro Americano'. Colabora actualmente en varios medios como Dirigido por, Imágenes, 'La Balsa de la Medusa', 'Clarín', 'Revista de Occidente', entre otros. Es coordinador de la sección de cine de Playtime de 'El Plural'.

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