La Tierra se llena de ciudades de cristal y concreto, fábricas y maquiladoras en las que nacen sueños y se cuecen miserias. En dÃas en los que incluso en el espacio exterior la mano humana deja huella, complicado es encontrar un lugar en absoluto quedo donde alguien pueda echarse a descansar, rodearse del silencio y los pensamientos privados, libre de interferencias mediáticas para disfrutar del mundo interior. Los parques urbanos no resguardan mucho del ajetreo de las calles y la mayorÃa de nosotros no tenemos lo necesario para sobrevivir la soledad del bosque o la montaña. Alternativas existe. Estamos quienes nos refugiamos en libros o música, en algún café lleno de abuelos mudos. Luego están los que se entregan a alguna práctica meditativa o de alta concentración. Después hay gente como Umberto Pasti, quien construyen un oasis propio en medio de la nada más bella y desoladora.
Pasti no es un milanés cualquiera, y tacharlo meramente de escritor reduce sus atributos más vistosos. Aunque a su nombre cuenta con ficciones y ensayos, es en la jardinerÃa donde se encuentran todas las sutilezas de su personalidad. Su mano está en la creación de jardines en Italia, Francia y España, pero es en Marruecos donde ha invertido todo el alcance de sus talentos; un pequeño gran jardÃn secreto, paradisiaco, resultado de la locura espontánea y la revelación divina. Un destello del cielo en la tierra donde Pasti ha hecho residencia, y sobre la cual habla en su más reciente libro, Perdido en el paraÃso, editado por Acantilado hace ya varios meses, pero del que no está de más hablar en estos dÃas frÃos y negros.
Comenzó hace poco más de veinte años, cuando tomó una ruta desde Tánger para vagar por Rohuna, un pueblo en la costa atlántica poco más joven que sus piedras, falto de agua potable y los servicios más básicos de la civilización, ausente de cualquier mapa. Era después del mediodÃa, hacÃa calor y le pareció sensato descansar bajo una higuera. Fue ahÃ, según dice, cuando comprendió la verdadera belleza de la desolación que le rodeaba. Culpó de aquella visión a los djinn, esos espÃritus de moralidad ambigua que preceden al islam, y que se le aparecieron como un par de mujeres sabias durante ese estado que existe entre la vigilia y el sueño. Supo entonces que era ahà donde debÃa sembrar un jardÃn especial, una clase de Arca de Noe botánica en la que reunirÃa especies amenazadas por el crecimiento urbano y la modernización de comunidades ancestrales.
La creación de este jardÃn es el eje sobre el que Pasti construye su narración. Desde la compra de los terrenos, que pertenecÃan legalmente a los habitantes de Rohuna hace cientos de generaciones, hasta problemas con la autoridad religiosa y gubernamental, pasando por disputas familiares, y roces con la mafia marroquÃ. Emulando la variedad de sus flores, las historias alrededor de esta parcela son brutales y encantadoras; el tráfico humano y de hachÃs en el que varios de los trabajadores de Pasti están involucrados, la saliva de ciertas gentes que puede curar la picadura de los escorpiones, los hombres que bailan como los pájaros para impresionar a las mujeres, las cabezas estacadas, hará muchos años, de soldados españoles y portugueses que sonrÃen y advierten al viajero mientras devoran los propios genitales, un parto violento que requiere de un exorcismo, una mujer que regala a su propio hijo a la esclavitud.
En estas lÃneas no hay morbo, tampoco esa falsa indignación de la moral cristiana, tan tÃpica de los occidentales cuando viajamos más allá de nuestras lindes y nos encontramos con los detalles de una cultura ajena, viejas prácticas que apenas podemos entender. Pasti no es un viajero, mucho menos un turista, sino un residente con un conocimiento profundo de toda la región. Pasa la mitad del año entre Italia y Marruecos, pero da la impresión de que preferirÃa dedicar la entereza de su tiempo en el último. Tal vez en una vida anterior fue un nómada bereber, un jardinero islámico o un mÃstico sufà al que le gustaba meditar entre las sombras profundas de la Medina de Fez. Pero su cuerpo y pasaporte no dejan de ser europeos, por lo que para la gente de Rohuna y alrededores él siempre será el “nazraniâ€, el extranjero; ese “taliano†que se da a entender con su árabe chapucero y que arriesga vida y reputación para defender a sus amigos.
Pasti muestra brevÃsimos destellos de la historia ancestral de Marruecos, donde docenas de culturas han caminado y la violencia convive en el mismo espacio con la más alta sofisticación. Una historia que se confunde en las brumas del pasado remoto y toma los contornos del mito y la leyenda. “Es un lugar arcaico y solemneâ€, escribe Pasti sobre Rohuna, “donde uno confunde a los perros con unicornios, y las vacas, de regreso a la puesta del sol, si no prestas atención, se transforman en Minotauros. Un extraño lugar donde las especies se confunden entre sÃ, y los reinos se invaden el uno al otro engendrando hÃbridos, chicos-sardina, hombres-olivo, mujeres-obsidiana y mujeres-gaviota, asà como viejos pastores hechos de raÃces y lÃquenesâ€. La geografÃa se mezcla con las regiones del Otro Mundo, y una patente dimensión sobrenatural parece colgar del paisaje, con sus constantes referencias a curanderos y brujas, sueños proféticos y los djinn. Siempre los djinn, que para la gente de Rohuna son de temer, pero que para Pasti son más bien una forma de duendes cuyas travesuras hay que tolerar.
Tan grande como su conocimiento de la historia marroquà es su saber botánico. Con los años el jardÃn de Rohuna se ensanchado con especies traÃdas de toda la región, unas tantas sin complicaciones, varias otras gracias a proezas que podrÃan rayar en la ilegalidad. Cada cierto tiempo, Pasti habla de estas o aquellas con la soltura de un ornitólogo y el detallismo de un entomólogo. Le gusta mucho la nomenclatura de Linneo; aquà hay una “Narcissus telamonius plenusâ€, mientras que por allá hay “Narcissus tazettaâ€, que son maneras muy técnicas de llamar al narciso de Van Sion y al narciso de manojo. En aquella otra esquina hay un puñado de “Crocus serotinus salazmannii†y un poco más allá hay un monocultivo de “Leucojum tingitanumâ€, que son nombres demasiado esotéricos para una variedad del azafrán de otoño y la acis de Marruecos. Pasti, claramente, no simpatiza con el sentir de John Fowles, gran enemigo del sistema de Linneo, y para quien el mero hecho nombrar a las cosas las singulariza de la totalidad, las rebaja al ámbito humano y les hace perder su significado y poder. Nadie dice que grandes escritores deban estar de acuerdo siempre.
Si la expulsión del Edén es una metáfora de la desgracia que trae el hacerse conscientes de la vida y la muerte, y, si como escribe Mario Satz, ese estado original del alma es un jardÃn paradisiaco que debe recuperarse por medio de la meditación estricta y el más profundo estudio, entonces el jardÃn que Pasti levantó en Rohuna ha sido su propio ejercicio de restauración. A dÃa de hoy es una pequeña, pero oculta, maravilla turÃstica a la que es complicado llegar. Una en la que Pasti ha construido una morada para pasar el tiempo reflexionando y detallando libros, en medio de un paisaje antiguo como el mar, pues, como bien escribe, “se piensa mejor en los sitios viejosâ€.
Acantilado publicó Perdido en el paraÃso en marzo de este año, poco antes de que las cosas tomaran el rumbo que tomaron. Considerando los eventos de los últimos meses, no está mal visitar el jardÃn de Pasti para buscar un poco de calma, si al menos entre los encantos de la palabra escrita, que en este caso debe su traducción del italiano a José Ramón Monreal. Con este tÃtulo se suma uno más a la creciente literatura de jardines que ha estado haciendo presencia en nuestra lengua en los últimos dos, o tres, años. Buenas semillas para aprender a cultivar el mejor de los jardines, que siempre es el propio interior.