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Yo mismo soy el cataclismo del que hablo

El ensayo del periodista irlandés Mark O'Connell, 'Notes from an Apocalypse', invita al lector a un viaje personal hacia el fin del mundo a través de la literatura de ciencia ficción | Foto: Icheinfach, Pixabay

Deambula el narrador entre los profetas del fin del mundo que pueblan las praderas de Dakota del Sur, con una viveza que no descansa en la afectación, sino en la sinceridad como una forma de resistencia: “No es la construcción de búnkeres bajo terrenos privados lo que nos permitirá sobrevivir a las catástrofes que nos enfrentamos, sino el fortalecimiento de las comunidades que ya existen”. En esos lugares donde la distopía convierte en historia alternativa, habitada por multimillonarios de Silicon Valley que planean colonizar Marte o huir a Nueva Zelanda, “dada la situación actual, la pregunta es si tener hijos es una declaración de esperanza, una insistencia en la belleza, el significado y el valor básico de estar aquí, o un acto de sacrificio humano”.

Como resultado, las habilidades mágicas del solipsismo, implicadas en los horrores de la interconexión, florecen en la religión trans-humanista de una escritura “que implica sumergirse en las mismas ansiedades y obsesiones que otros se empeñan en eludir”. Varias líneas temporales divergentes se reúnen en el multiverso ilustrado que compensa la incredulidad, imposible de suspender, de abordar tratados sometidos a las tiranías de la actualidad. Leemos el ensayo Notes from an Apocalypse (Notas de un apocalipsis, 2020, que traducimos aquí), cortejando las burlas del realismo, rendidos al aislamiento compulsivo, vislumbrando nuestros espectros.

Granta

Frecuenta el periodista irlandés Mark O’Connell los hitos de la devastación, los añejos lugares futuristas donde dominan los tonos sepia de la melancolía, las estridencias de un vandalismo que resuena en sus colapsos, sus creaciones que, al ser destruidas, se ensimisman en sentidos de pertenencia: “Es cierto que los dioses han muerto, pero porque los hemos aniquilado. Sus fantasmas están con nosotros, su ira es justa, palpable, poética”. Los dobles, los alter egos, los yoes emergen de entre las sombras abarrotando la narrativa pandémica de una exploración donde el autor de To Be a Machine (2017) no solo absorbe retiros en áreas remotas de las Tierras Altas de Escocia, sino que los habita e identifica su propia existencia en los rincones de una ausencia alternativa, venerable en la ciencia ficción que se aparta del documento mediante la prehistoria o la divergencia subsiguiente del ahora irreconocible.

“El mundo no terminará con un estallido ni con un quejido, sino con una notificación de inserción, un zumbido que ni siquiera estaremos seguros de haber percibido, pero será mejor comprobar de todos modos, para ver si es real, o qué presagia”. Frente a la miseria, la enfermedad y la violencia, recintos de élite en el centro de un volumen proyectado en la destrucción que nos salva: “Por la presente formalizo mi entusiasta petición de ser olvidado”. Lo distópico se representa en sus catástrofes, reconocible en la zona de exclusión de Chernobyl, metáfora de nuestro desgastado presente, angustiado en su gloriosa mugre: “Mis días son procesión de lo último, sellos abiertos. Yo mismo soy el apocalipsis del que hablo. Esa es la profecía de este libro”.

La descripción puramente visual, llena de incidentes y giros, se cumple en la experiencia del interlocutor, en “esos páramos donde las sombras del futuro caen más oscuras sobre el presente”. Sus obsesivos paseos por la ternura de la desunión conducen a una violencia sin trauma, suponen refugios de la esterilidad, de una espiritualidad cercana al amor. La relación entrelazada de aventuras del cronista, entre otros, de The New York Times Magazine, The Observer o The Independent, avanza hacia una versión alternativa del futuro cercano, “una fuente de incertidumbre no porque sepamos lo que sucederá o si será terrible, sino porque sabemos tan poco, porque tenemos tan poco control”.

En construcción, una estructura a desmontar para que funcione, a merced de la inmediatez, del ajetreo cinético o el drama de la indiferencia: “La sensibilidad apocalíptica, el estilo apocalíptico, es seductor porque ofrece una salida a esta situación: nos hace saltar sobre el abismo epistemológico del futuro, claro hacia un destino final, el fin de todas las cosas”. Se fomenta la resiliencia, la invención en las interacciones, oportunidades para aprender y mezclarse, no para explotar o ser esclavizados: “De la oscuridad del tiempo emerge la forma clara de una visión, una revelación: por fin puedes ver hacia dónde se dirige todo este lío”. Al rastrear su pasado a través del laberinto, el narrador conjura un relato de añoranza por un devenir que es, en esencia, memoria: “Historia, política, lucha, vida, están cerca de su fin: el alivio es palpable”. En su breve lapso contiene multitudes: meditaciones sobre la pérdida, álbum familiar de monstruos entrañables, odas al poder de la lectura, recuentos afectuosos de un largo adiós.

José de María Romero

José de María Romero Barea (Córdoba, 1972) es crítico de narrativa, poesía, ensayo y novela gráfica. Es miembro de la AAEC-Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literario. Colabora con sus reseñas, entrevistas y traducciones en publicaciones de ámbito nacional e internacional.

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