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Poniente

El poeta Antonio Jiménez Millán reúne en 'Memoria del agua', los poemas que ha dedicado a la ciudad de Granada a lo largo de su obra | Foto: Pixabay Commons

La ciudad como inventario arquitectónico, reflejo especular de la conciencia, o como ámbito real de convivencia ha generado una prolija literatura. No hablo de espacios físicos ficcionales, sino de entornos urbanos concretos y habitables, abiertos a las contingencias del devenir. Granada ha sido continuo motivo de inspiración por su capacidad sugeridora y así lo constata la poesía de Francisco Villaespesa, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Luis Rosales o Luis García Montero. Ese espacio de coexistencia y encuentro, convertido en senda argumental, habita también en la escritura del poeta, ensayista, antólogo y profesor universitario Antonio Jiménez Millán (Granada, 1954) quien reúne en el hermoso volumen Memoria del agua una recopilación temática de poemas sobre Granada, con bellas ilustraciones de Juan Vida, artista plástico que lleva muchos años enlazando imágenes y palabras.

Antes de abordar los contenidos, se me permitirá una breve reflexión sobre el título Memoria del agua. El logrado aserto, más allá de la compleja teoría homeopática de los tratados médicos, conforma un oxímoron: si la memoria alude a la condensación de vivencias y recuerdos para que se mantengan estables en el pensamiento, el agua es sustancia líquida y cambiante, y está sometida a un continuo proceso de disolución formal. Juntos, ambos términos parecen empeñados en definir los procesos vitales y su evolución en el tiempo.

El poeta organiza la entrega con escala cronológica y deja de pórtico del conjunto composiciones del libro Restos de niebla (1983). La apertura busca la complicidad de la evocación y el retorno de una experiencia vital de juventud ubicada en el callejero urbano y colindante a un tiempo de libertad y descubrimiento, de reflexiones sobre el discurrir de lo colectivo, como sucede siempre en la poesía de Antonio Jiménez, donde son protagonistas yuxtapuestos el yo social y el sujeto individual concreto.

Estos poemas iniciales también descubren un núcleo temático persistente en la mirada del poeta: la conciencia de lo transitorio. El paso fugaz expande matices en la siguiente entrega representada, Ventanas sobre el bosque, que amaneció en 1987. Los textos contraponen la silueta solitaria y limpia de la ciudad y la voz fuerte del cuerpo y el deseo, dos espacios cercanos que fusionan indicios de lo vivido y despliegan una sensibilidad que conexiona el carácter autobiográfico de la escritura y la luz indecisa de la terquedad vital.

Fundación Huerta de San Antonio

La cadencia poética de Antonio Jiménez Millán elige un deambular sostenido; los libros se escalonan conformando un trayecto de sentido único, con variaciones y reincidencias de las que el fluir del pensamiento no quiere desasirse. No hay brusquedades experimentalistas en la conformación del poema, sino una gestación macerada que hace reconocible a los distintos inquilinos verbales, atareados en las andanzas de la rememoración. De este modo, en Casa invadida (1995), amanece renovado y repleto de matices el intimismo. El transitar de los días somete a la identidad a un lento desguace; conforma ausencias, acumula los signos exteriores de un invierno madrugador mientras el sujeto se empeña en recorrer las galerías de la incertidumbre. La evocación recorre los recovecos urbanos de Granada, una postal de tiempo dibujada con los tonos amarillos de una ciudad de invierno, un espacio de sombras en los años grises del tardofranquismo. El lugar alza su cartografía urbana. Suma experiencias en el entorno de lo real y hace posible la mirada amable y esperanzada del caminante que regresa a otro tiempo para buscarse. Desde esa indagación, el sujeto se contempla a sí mismo en Inventario del desorden (2003) como una ficción que se perfila a través de unas pocas imágenes. Recordar es alzar un territorio erosionado que trae consigo el aliento y la memoria del pretérito. El verbo confidencial tiene un tacto de frío y el pulso lento de quien soporta hábitos de niebla; lo cotidiano se tizna con los dedos sucios de la herrumbre y con el hueco que deja la ausencia. Qué extraordinario el poema Dominio de la herrumbre acaso uno de los mejores del autor, en el que se hace voz estremecida el recuerdo del padre y el rescate de su biografía en un mundo de sueños que también afecta a la realidad diaria. Como habitaciones con niebla, esos estratos de la memoria sedimentan ahora un terco semillero de derribos. Recortan los poemas imágenes dispersas para montar a solas el álbum de la noche del recuerdo.

La semántica de algunas palabras ha adquirido con el transcurrir de los años una apertura solemne, casi épica. En los textos de Clandestinidad (2011) regresan las vivencias de un paréntesis temporal marcado por la ideología y el compromiso, dispuesto a asumir la voz social de los que reclaman libertad y esperanza. El declinar de la dictadura prolongaba sus sombras. Todo parecía un invierno interminable. Tuvo mucho mérito, en aquel ambiente de autoritarismo y jerarquía, buscar espacios de vuelo y alas desplegadas para que madrugara, tiritando de frío, los desvelos de un país necesitado de esperanza. Aquel ambiente, al cabo de los años, se ha convertido en un patrimonio de coherencia en el que se sostiene el ahora con su trastienda intacta de conspiradores y manifiestos, de evasión de un presente que exigía no claudicar.

Ya en 2018 aparece Biología, Historia donde la fuerza poética de Antonio Jiménez Millán alcanza su máxima expresión y recrea un retorno de permanencia, que comparte intersecciones con el presente. Acude hasta el ahora un trasfondo de imágenes que interpreta el patrimonio sentimental de lo emotivo. Fotografías de un tiempo que componen una autobiografía marcada por la fugacidad. Desde esa conciencia de aceptación del ser a la deriva nacen otras composiciones que confirman el fragmentario cauce de la conciencia y sus sendas de niebla. Al cabo, el recuerdo contiene lejanos espejismos que ya no están al alcance, que parecen traviesas resistentes, a flote, bajo la tibia luz de un sol poniente. Es el tiempo de los homenajes: Miguel Hernández, Juan Carlos Rodríguez… o de recrearse en la melancolía de un paréntesis epocal hecho de dignidad, que miraba el futuro desde lejos.

La sabiduría vital de Antonio Jiménez Millán es un ejemplo de insólita madurez creadora y el tramo final de Memoria del agua anticipa inéditos en libro, escritos en los dos años anteriores a la pandemia. Contienen poemas reflexivos, haikus y evocaciones que alojan los pautados movimientos del pensar, el abrazo entre claroscuros y amanecidas.

El escritor incorpora a su poblado itinerario creador este surtido muestrario de poemas para componer un homenaje integral a Granada, esa ciudad del sur, proteica y desbordante, con los atardeceres de cinabrio, que entrelaza belleza y armonía. Poesía indagatoria de tiempos diferentes, enlazados en la búsqueda constante de oír en la ciudad de siempre la voz del agua.

José Luis Morante

José Luis Morante (El Bohodón, Ávila, 1956). Su labor poética integra una decena de libros, recogida en las antologías 'Mapa de ruta' (2010), 'Pulsaciones' (2017) y 'Ahora que es tarde' (2020). Ha preparado ediciones de poesía y aforismos. Colabora como crítico en distintas revistas literarias.

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