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Lamborghini y Sánchez: Dos escrituras en Barcelona

La cara B del 'boom' latinoamericano que pasó por la ciudad Condal revolucionó el lenguaje con un profundo sentido artístico | Foto: Saragraphika, Pixabay

A mucha distancia del llamado Boom latinoamericano, pero en la misma ciudad en que este eclosionó. También a su mismo tiempo o tan solo unos pocos años después. Néstor Sánchez y Osvaldo Lamborghini, dos de los más grandes autores argentinos del siglo XX, escribieron en Barcelona. Sánchez, la última novela que publicó, a la cual siguió un silencio apenas interrumpido que duró hasta su muerte, treinta años después. Lamborghini, entre el 82 y el 85, dio forma, sin concluirlas, a, al menos, tres novelas junto con decenas de poemas y una obra gráfica de más de 1.000 páginas. Su tumba puede visitarse en el cementerio de Montjuïc. Las escrituras tan relevantes que produjeron, caracterizadas ambas por un revolucionario trabajo sobre lenguaje, son, en cierto sentido, escrituras de Barcelona y la gran ausencia que existe en torno a ellas equivale a un gran vacío, a una falla.

Néstor Sánchez se hizo famoso en Argentina en 1966 con la publicación de Nosotros dos, una novela que venía avalada desde París por Julio Cortázar. Esta primera obra ya muestra a un autor menos interesado en la construcción de una trama, de unos personajes sólidos, profundos, que en la materia misma que conforma la escritura, esto es, la palabra, su sonoridad, su capacidad de evocar. Néstor Sánchez escribe, como Cortázar, influido por el jazz, y ese goce musical tan entusiasta que impregna su primera novela supone el inicio de una voz, que solo en las sucesivas novelas, ya despegado de la influencia cortazariana, alcanzaría una identidad plena. Para cuando llega a Barcelona, a principios de los 70, Sánchez ha publicado otras dos novelas y prepara una cuarta. Esta novela será Cómico de la lengua.

Paradiso Ediciones

El título es un juego de palabras que hace referencia a la figura del cómico de la legua que, como se sabe, era un tipo de comediante nómada del Siglo de Oro español que hacía sus representaciones en pequeñas poblaciones por las que pasaba y en las que, sin embargo, no podía estacionar, y de aquí su nombre: legalmente debía acampar a una legua de ellas. Sánchez llegó a Barcelona tras una breve estancia en Norteamérica, fruto de una beca de un año que no concluyó, y un periodo en Venezuela, donde conoció a su esposa. Su llegada no pasó desapercibida: Carmen Balcells lo apadrinó y Carlos Barral, el más prestigioso editor de la ciudad, le pagó un adelanto por su siguiente novela. No consta que, durante este tiempo, mantuviera relación con los García Márquez, Vargas Llosa o José Donoso (sus opiniones acerca de las escrituras de los autores del llamado Boom eran, dicho suavemente, bastante desfavorables). Sí es un hecho que escribió. Y mucho. Especialmente de noche, según cuenta su viuda. Cómico de la lengua es su novela más radical, aquella en la que la narración se muestra de un modo más preciso como una imposibilidad de narrar; la coherencia sintáctica salta, la página se llena de espacios en blanco, el relato se anula. Como señala el crítico argentino Luis Chitarroni, “Sánchez suspende la anécdota como línea melódica e improvisa inflexiones orales, repeticiones, ocurrencias”. Es, en resumen, una escritura en la que las frases a duras penas concluyen, en la que se resisten a significar, pero en la que, sin embargo, marcan un ritmo, una sonoridad, una música.

Es significativo que esta novela gire en torno a un testamento porque, en cierto modo, sería el testamento literario de Néstor Sánchez. En 1973 murió su hija, que contaba con un solo año de edad. El matrimonio abandonó Barcelona antes incluso de que se publicara Cómico de la lengua. Según se cuenta, durante los años que pasó en París, Sánchez perdió las riendas. Posteriormente hubo una segunda estadía en Barcelona. Fue tras ser deportado de Francia, unos años después, solo que para entonces ya no era ese caballero de buenos modos e impecable vestimenta. Cuentan que discutió con Barral y con todos sus antiguos contactos en la ciudad. Un día, sin avisar a nadie, desapareció.

Durante mucho tiempo todos lo dieron por muerto. Se le homenajeó; su obra, sin embargo, fue quedando en un segundo plano, a la sombra de la de otros autores como Manuel Puig o Ricardo Piglia. Hasta que en 1986 volvió a Argentina. Se supo que había pasado años viviendo en Nueva York, parte de ellos sin un sustento, durmiendo en la calle. Como ese cómico de la legua del Siglo de Oro, Sánchez pasaba días caminando hasta caer exhausto; cuando la policía lo encontraba en el suelo y le preguntaba si oía o no voces, ya fuera para derivarle a un albergue social o a un centro psiquiátrico, él siempre contestaba que no, para evitar así ser hospitalizado. Pero la realidad es que, según parece, sí las oía. Hasta su muerte, en 2002, estuvo recibiendo tratamiento psiquiátrico en Buenos Aires.

Aparte del muy notable Diario de Manhattan y algún otro proyecto inacabado o perdido, Sánchez no publicó ninguna otra novela tras Cómico de la lengua. “Me quedé sin épica”, dijo en una entrevista. De ahí tomó su título el valioso documental Se acabó la épica (Matilde Michanie, 2015), que ofrece distintas posibles respuestas a su silencio. La conclusión que podría extraerse es que llegó un momento en que, simplemente, Sánchez se sintió incapaz de escribir y que, desposeído de su escritura, la vida dejó de tener un sentido para él.

De algún modo, la escritura fue para Sánchez el inicio de un camino. En el caso de Lamborghini, la escritura fue precisamente lo que encontró al final.

“Primero publicar, después escribir” Osvaldo Lamborghini.

Sin Fin Ediciones

Osvaldo Lamborghini es, en cierto modo, el reverso de Néstor Sánchez. Tenemos, por un lado, un escritor de éxito que dejó de escribir y, por otro, un escritor que solo fue capaz de escribir- o, mejor dicho, y teniendo en cuenta lo problemático del término, de conformar una “obra”- cuando asumió que el éxito, en caso de llegar, sería póstumo. Y eso que Lamborghini tuvo un arranque prometedor en el mundo literario. En 1969 publicó El fiord, uno de los debuts literarios más sorprendentes de la literatura en castellano del siglo pasado. Se trata de un relato de una violencia extrema que al mismo tiempo que opera como una alegoría política de las luchas intestinas del peronismo, tensiona al máximo el lenguaje introduciendo un conjunto de hablas que provienen de lo político, de lo culto, de lo vulgar, de lo pornográfico (el gran escritor Leopoldo Marechal lo definió como “perfecto”, eso sí, perfecto “como una esfera de mierda”). Publicado durante la dictadura de Onganía, este libro adquirió la condición de clandestino y dio inicio a la leyenda de Lamborghini como escritor maldito. Entre este momento y su llegada a Barcelona, en 1982, median trece años durante los cuales Osvaldo, de manera intermitente, siguió escribiendo- publicar, publicó más bien poco- y conformando una voz narrativa interesada, como la de Sánchez, en la sonoridad de la lengua, pero también y, sobre todo, en la ruptura. Sus textos están llenos de juegos lingüísticos que resignifican el sentido de las palabras y también de cortes que, literalmente, quiebran toda linealidad del lenguaje.

Pese al carácter anticonvencional de su escritura, queda patente a través de su correspondencia, que es cuantiosa- especialmente con su gran amigo y, a la postre, albacea, el escritor César Aira-, que su objetivo era triunfar en el campo literario y que esa posición de marginalidad que ocupó dentro del mismo fue una consecuencia indeseada, el reducto desde el que, resignado, creo en sus últimos 5 años la mayoría de sus trabajos capitales.

«Escribo, pero sobre todo lo que escribo pertenece al género de los “inéditos”, los textos póstumos de un gran escritor (…) Escribo como si ya estuviera muerto y canonizado, pero como no siempre- o casi nunca- logro leerme así, lo que ocurre es una sensación de completo derrumbe. El único y escaso consuelo sobreviene cuando pienso que a la literatura argentina le faltaba este escritor que estoy inventando. Una sombra, un escritor apócrifo». Ccarta a César Aira fechada en febrero de 1977).

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Ese periodo es el que coincide con su estancia en Barcelona que, con una interrupción de unos meses, va desde finales de 1981 hasta su muerte en 1985. Aquí conformó, entre otros muchos textos, las novelas cortas El pibe barulo y La causa justa -a juicio de este articulista, sus mejores trabajos- y la novela monumental e inacabada Tadeys, además de una copiosa obra gráfica que, a menudo, parte de fotografías tomadas de revistas pornográficas que Lamborghini tacha o colorea y a las que acompaña de textos diversos que a veces son poemas, otras veces relatos y, en ocasiones, una sola frase irónica que recontextualiza la imagen. Hago un inciso para remarcar el carácter legible que tienen los textos de esta última etapa, especialmente si se les compara con la mayor parte de su producción anterior; a este respecto conviene advertir que legible no equivale a accesible ni mucho menos a confortable; no obstante, Roberto Bolaño, otro exiliado- y por entonces, igualmente marginal- autor latinoamericano de la Barcelona de los 80, escribió de Tadeys “es una novela insoportable, que leo (dos o tres páginas, ni una más) solo cuando me siento particularmente valiente”.

En Barcelona, Lamborghini pasó por una primera etapa en la que, a través de su pareja, Hanna Muck, que trabajaba en una editorial, entró en contacto -y se ha de decir que se trató de un contacto esporádico y, según parece, a menudo problemático- con intelectuales del ámbito local como Toni Marí o incluso Enrique Vila-Matas, y una segunda, la que va de 1984 a 1985, en la que permaneció prácticamente enclaustrado en el piso del Carrer Comerç, en el Born, escribiendo compulsivamente día y noche. La mayoría de los textos que produjo en esta época no se publicaron hasta 1988, dentro de una edición conjunta bajo el título Novelas y cuentos. Tadeys, por su parte, no vería la luz hasta 1994, casi diez años después de la muerte de Osvaldo. En ambos casos, la primera publicación la llevó a cabo una editorial barcelonesa, Ediciones del Serbal.

Asimismo, una parte de su obra gráfica que él tituló Teatro proletario de cámara se editó también aquí. En ella pueden leerse numerosas referencias a España, a su situación política, a sus escritores, a su historia. No se trata, como no podría ser de otro modo, de reflexiones sosegadas que pudieran salir publicadas en El País o Diario 16 –en todo caso, de haber existido aún, en revistas tipo Ajoblanco o Star-, sino de juegos de palabras, insultos, relatos que parten de una cotidianidad y acaban derivando en una narración pornográfica y escatológica, pero que, de cualquier modo, revelan a un artista interesado en establecer una relación entre su escritura y el aquí y ahora de la ciudad y el país en que vivía.

Lamborghini, cuya figura se ha ido engrandeciendo con los años y al que se reconoce actualmente en su país como uno de los más grandes autores argentinos de la segunda mitad del siglo XX, es un desconocido en la ciudad en que tanto escribió. Su literatura, al igual que la de Néstor Sánchez, resultan opciones minoritarias, pero enteramente relevantes, singulares y reivindicables. No representan, por lo tanto, una cara B del boom, ni mucho menos sus estertores; son escrituras que se representan únicamente a sí mismas y que, al igual que las de los Vargas Llosa, Bolaño y, ¿por qué no?, los Terenci Moix o Juan Marsé, se produjeron aquí, en las calles de Barcelona, en pisos corrientes, a altas horas de la madrugada.

Jorge García López

Es periodista y compagina su labor profesional como redactor y subdirector de concursos culturales de televisión con colaboraciones escritas en medios como Diario Público. También es estudiante de doctorado especializado en literatura latinoamericana y autor de varios textos literarios aún inéditos.

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