Aviso de que este texto no aspira a llamarse reseña del libro de Alberto Acerete, ya que no abarca su conjunto, y esa no ha sido su intención ni propósito; y que se acerca más a la ficción provocada por una obsesión, efecto de la colisión con otras lecturas que ha producido su poesÃa en este lector, que al propio comentario crÃtico y literario.
Acaso podrÃa definirse tan solo como un acercamiento a la interpretación de una de sus partes, la tercera y última titulada La crÃa a mano del vencejo común.
Las dos primeras, El hambre y los hijos y Matrimonio, junto con esta tercera, son los tres libros que forman Yo quiero bailar publicado por La Bella Varsovia, aunque mi experiencia lectora tan sólo distingue dos: uno formado por un dÃptico que contiene los dos primeros, y que radiografÃa las relaciones sentimentales en la familia, desde la progenie al himeneo, como fuerzas que marcan al individuo con la perversión del principio de conservación a través de la herencia y la tradición; y el segundo, formado por la ya mencionada La crÃa a mano del vencejo común, de un grado de intensidad que rompe toda contención para convertirse en un vórtice donde se funden vida y literatura, la voz poética con autor y lector, para que todas a la vez reconozcan un fracaso en el fundamento que alimenta la forma de entender el amor y el deseo, y que pone en cuestión la estructura que los sostiene.
[acotación primera: la medida del hombre]
Establece Safo en el amor la medida del ser humano. En uno de sus poemas, ésta observa a su amada conversando con un hombre, y Safo siente como su cuerpo es trastornado por los efectos del amor hasta llegar a un estado donde lo fÃsico no permanece, cercano a la muerte. La poeta establece aquà la vÃa por la que los humanos trascienden la vulgaridad y finitud de su esencia, convirtiéndolos en seres únicos, cuya tragedia será soportar una realidad que los condena como recipientes incapaces de contener lo inconmensurable.
“La medida del amor es amar sin medida†dispone San AgustÃn siglos después de Safo. AgustÃn debió experimentar el amor mundano por una persona no legÃtima, para que Santa Mónica, su madre, se apresurara a convenirle en matrimonio con mujer de bien. San AgustÃn niega ese matrimonio, porque éste a la vez niega su deseo, y entregando su vida a la ascesis reafirma el amor a Dios como el único verdadero. Si AgustÃn necesita de lo intangible para poder dirigir un amor sin mesura, estoy seguro de que es porque el origen del sentimiento lo encuentra, como Safo, en el ser humano concreto.
Interpreto la poesÃa de Alberto Acerete como una sÃntesis de ambas tradiciones. Por un lado, su voz se sitúa por encima de la naturaleza caduca del hombre, expresión de un deseo que desafÃa esa medida, de nuevo a través del amor:
“retar a tu dios.
jurarle que mi amor disponÃa de una resisten-
cia más longeva que la muerte.â€
A partir de aquÃ, surge esa contradicción que parece permanecer inalterable en la historia de lo humano: cómo experimentar el deseo que es inconmensurable, si la realidad de los amantes se manifiesta en punto incapaz de sobrellevarlo. De ahà la función, la necesidad y la querencia de artefactos sociales que le den coto, “yo quiero casarme contigoâ€, como ficciones que dan respuesta a la sumisión y la falta de autoridad sobre el amor y el deseo:
                                  “quise compartirme en todo.
más tarde llegué a conformarme con que amar
fuera posible
y asà hasta ahora.â€
Y es ese reconocimiento, lo que hace que la voz poética tome de conciencia del descenso y la caÃda que, tras experimentar lo sublime, regresa a la mediocridad de la medida del hombre:
                                                          “y el hambre no se frena
soy yo el que debe asumir su daño. dejar de justificarlo en todo. ahÃ
tengo que ser yo.â€
[acotación segunda: la voz del hombre]
Fiel al mecanismo de la época en que los narradores omniscientes habitaban cada personaje [1], la voz literaria actual parece que busca en los cauces de la autobiografÃa y el testimonio ese espacio que le permita de nuevo residir en todos los nombres. De ahà parece que su concreción en lo cercano, las relaciones emocionales que se dan en el espacio familiar, en cualquiera de sus sentidos – ascendente, descendente o paralela-, para establecer en la propiedad de este territorio las únicas certezas a las que una voz alcanza.
Más allá de los cauces de expresión, considero que la voz en La crÃa a mano del vencejo común entronca con una tradición de textos que, si bien comparten estas convenciones, las acaba dinamitando. Estoy hablando de textos cuya voluntad de origen alcanza rasgos más básicos , anclando su sentido en punto del ábside donde literatura y vida se unen para mostrar una realidad indisoluble.
           [cuando me dejó empecé a tomar notas. pla-
neé un diario. redacté siente cartas que no
envié nunca. acumulé información. cómo no
creer en el determinismo del caos. es fácil. es
cómodo. bien: no fue asà exactamente. pero es
real. esta es mi vida. por eso]
En este sentido, encuentro similitudes entre el poema de Acerete y el libro Palais de Justice de José Ãngel Valente porque ambos pertenecen a ese tipo de textos que comento. Las dos piezas comparten similar materia narrativa: la ruptura sentimental de la pareja, y con ella la puesta en cuestión tanto del amor como de los mecanismos sociales que pretenden contenerlo. También ambas se pliegan en el mismo punto, el sentido de la escritura, que se convierte en el único medio de acceder a una realidad marcada por la distorsión, el dolor y la ausencia. Si Valente expresa, “escribir es como estar muerto y volver para ver los estragos del campo de batalla donde el propio cadáver yaceâ€, Acerete declara, “escribo para que se hagan realidad las cosas. vamos a volver a diciembreâ€.
[acotación tercera: la muerte del vecejo]
Dearest, / You have given me the greatest posible hapinnes. (…) / I don’t think two people could have been happier than we have been
V. [2]
Virginia Woolf escribe pocas lÃneas para formar una carta que dirige a su marido Leonard horas antes de su suicidio. En apenas tres oraciones es imposible distinguir entre contenido y forma, y el amor se manifiesta como un lugar donde residen la belleza, la bondad y la verdad. Es uno de los ejemplos máximos del tipo de escritos a los que me estoy refiriendo. Virginia ha descubierto el amor y lo observa, porque lo está viviendo, y, como en las fábulas de Borges, la única conclusión posible a ese trozo de vida inabarcable, tejido en un papel por el lenguaje, ha de ser la muerte.
Intuà un impulso similar en la pieza de Valente, ahora también en Acerete, aunque el enfrentamiento de ambos con el amor sea desde una perspectiva distinta. Pero los leo de una forma parecida incapaz, y sin necesidad, de diferenciar entre autor y voz poética, lector y poema, vida y literatura. Llego a considerar que esa escritura no es más que una manifestación del deseo de quedar atrapado en la memoria, o la incapacidad de no poder vivir de otra forma que no sea en el error de lo literario
Y leyendo a Acerete, acaso me acerco a intuir que la creación no es más que un error que reconstruye el propio desacierto de nuestra existencia.
Y entonces, vuelvo a Virginia, y quiero entender que la medida de lo humano no está hecha para lo inconmensurable.
Y regreso de nuevo a Acerete y digo hay que matar al vencejo, cuando queda el hombre solo que vive para contarlo.
[1] Primeros versos del poema “Maceta de hortensias en nuestra terraza: caÃda†de Elena Medel en Chatterton (Visor, 2014)
[2] Querido, / Me has dado la mayor felicidad posible. / No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que hemos sido nosotros. V. Traducción de Pilar Adón