“La primera vez que narré el verano de mis quemadurasâ€, argumenta nuestra interlocutora, “lo hice tras advertir que las cicatrices que me habÃa prometido indelebles se estaban desdibujandoâ€. Transcribe su yo lo que demuestra que, a base de ignorar, muestra instancias de un egoÃsmo trascendente: “Creoâ€, apostilla, “que necesito escribir lo que me ha pasado y no se ve, dejar constanciaâ€. Fácil, demasiado fácil, leer la autobiografÃa de la dramaturga Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988) en la peripecia de su alter ego, inmersa en expediciones tanto literarias como etnográficas, refugiada en su ilustrada indignación, en la fuerza solipsista de su grito.
En el texto Cambiar de idea (Caballo de Troya, 2019), la narradora vasca se acoge a la individualidad de los matices, a la honestidad de lo intelectual, se niega a adoptar peripecias preconcebidas: “Un dÃa asocié lo copiado con lo que sabÃa que significaba y las dos caras del signo lingüÃstico se unieron. No fue un proceso. Fue una epifanÃaâ€. Recuerdos no coercitivos brillan entre apegos confusos. La heroÃna homónima se explaya sobre la intimidad de alguien parecida a sà misma, se pregunta por el turbio negocio de estar viva (en otra persona).
Al escuchar sus múltiples yoes, afloran los extremos pronominales. La imitadora anota “eludiendo cuidados, enamorándome desde el poder y desde la correa de perro en la garganta, una de cal y una de cal vida, según las ternasâ€. Duales impulsos memorialistas comparten un idéntico afán de canalizar realidades, invariablemente oscuras. Se repudian los clichés, se abordan los márgenes de la inconsciencia. Subyace al fÃsico-polÃtico desasosiego una lúdica indignación contra la pública moral, respaldada por la impúdica norma, bajo la cual, se sabe, yace la hipocresÃa.
“Se vive mejor en el epicentro del terremoto ajeno que en el temblor propioâ€, apostilla la creadora o su sosias, “por eso fui tan feliz en mi otra patria. Sus cadáveres me distraÃan de mis rasguñosâ€. Se articulan las diversas facetas través de los innumerables callejones sin salida; apenas mencionadas, inscritas en la estructura, las frustraciones, los autoengaños. Se subrayan las inequidades (“Nadie por el mero hecho de tener coño puede hablar en mi nombre; y no firmé la membresÃa; me inscribieron otrosâ€), se iluminan las interioridades de la doctora en TeorÃa de la literatura y Literatura Comparada y su doppelgänger.
Terapéutico, el recorrido hacia la rehabilitación se cumple en la creación desprejuiciada: “No me creo que la historia sea ciertaâ€, concluye De la Cruz o su doble, “no lo será hasta que la transcriba. Entonces sÃ, entonces enmendaré las cosas, pero hasta entonces el arco narrativo sigue abiertoâ€. Regresan una y otra vez las distracciones a las dificultades, tratan de recuperar los controvertidos argumentos: lo perdido, lo innombrado, lo desaparecido. Sucumbe a la vulnerabilidad una “indiferencia (…) fruto de una paradoja temporal: atravieso un recuerdoâ€. Reacias, aunque expansivas (“He derrumbado el muro cartesiano, la barra oblicua del binario cuerpo y mente. Acepto mi piel y acepto su luchaâ€), la finalista del Premio Euskadi de Literatura y su gemela se esfuerzan por reconsiderar lo insoluble, se posicionan ante los ataques de la realidad.
En lugar de los arcos de la pérdida, la resolución del espacio vacÃo de tamizaciones. Nos permiten imaginar eventuales altercados al describir apenas las consecuencias, “la enumeración deja al desnudo la lógica con la que he intentado narrarme. Soy la vÃctima perversa del sistema, la que carga con los muertos de los demás para satisfacer sus fantasÃas masoquistasâ€. Subyace la corriente de digresiones que borra los lÃmites entre recuerdos; en párrafos atrapados en el presente de las tácitas explotaciones, la ira soterrada, los legados de la injusticia, las posibilidades de regeneración:
“He cambiado de parecer con respecto a casi todo, y apenas voy cogiendo carrerillaâ€.