Globo Orient Express | Foto: Peter Hermann | Pixabay Commons

Un viaje a través de la cultura europea

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Globo Orient Express | Foto: Peter Hermann | Pixabay Commons

A finales de la década de 1970, Mauricio Wiesenthal publicó un breve libro titulado La belle époque del Orient Express (1979), el cual surgió como respuesta a la situación de declive y decadencia que llevaba sufriendo el famoso tren debido a la situación europea –Guerra Fría– y a la muerte de los valores, la memoria y la cultura del continente. Una suerte de elegía hacia una Europa que se extinguía y que Wiesenthal observó desde los vagones de tercera del Orient-Express.

“La literatura del tren tiene que ser, por fuerza, impresionista y confusa. Se funden los recuerdos en nuestra vida, igual que se suceden las estaciones, más allá de cualquier argumento. Todo se vuelve pequeño cuando nos ponemos en viaje. El tren nos da un destino, una distancia, un más allá sin trascendencia ni juicio final. Y eso hace más bellas y voluptuosas las historias que, como las noches del tren o las aventuras de amor, no tienen principio ni fin”.

Acantilado

Orient-Express. El tren de Europa (2020, El Acantilado), cuya escritura el autor fecha entre 1969 y 2017 al final del libro, no es una actualización de aquel; tampoco un complemento ni una ampliación. Es un libro de mayor ambición y, sobre todo, una suerte de memoria de la vida de un tren que comenzó a funcionar en 1883 y, a partir de él, un recorrido por una época que Wiesenthal conoció de primera mano y a la que recuerda y testimonia con un cierto tono elegíaco producto de quien contempla cómo una determinada cultura ha quedado desligada, con el paso del tiempo, de nuestro presente. Wiesenthal invita a su viaje a una larga serie de personajes de todo tipo que tuvieron, de una manera u otra, relación con el Orient-Express: Mata Hari, Coco Chanel, Agatha Christie, Paul Léautaud, D. H. Lawrence, Misia Sert, Josephine Baker, Graham Greene, Stefan Zweig, Maria Callas, Marlene Dietrich, Laurence Olivier, Ali Khan… algunos de los cuales Wiesenthal conoció personalmente y que son tan solo algunos de los personajes que encontramos a lo largo de este viaje, en el que las historias de espionaje tienen un papel central.

En uno de los capítulos finales del libro, la joven Tatiana, con quien Wiesenthal se encuentra en un reciente viaje en el Orient-Express, se dirige al autor: “Mezclas los años como en una película (…). Alternas el color y el blanco y negro, cambias los escenarios en un segundo, haces travelling endiablados a través del tiempo, fundes los planos y, a veces, me cuesta seguirte”. Por suerte, no es el caso del lector, quien sigue a la perfección la narración de Wiesenthal a través de treinta y dos capítulos; pero sí tiene razón Tatiana, existiese o no, porque el escritor tan solo en la parte final del libro, cuando narra su último viaje a bordo del tren y crea un relato más o menos lineal, dado que en el resto del libro se mueve entre épocas, recuerdos y personajes. La autobiografía, las breves biografías, el anecdotario, el recuento histórico, la ficción y el ensayo se unen en un conjunto armónico a pesar, o gracias a ello, de una aparente dispersión. Mediante un ritmo que avanza como el propio tren que evoca, con cierta lentitud, pero en continuo avance, el escritor conduce al lector por un recorrido cultural apasionante en el que lo experiencial se une con el conocimiento.

A lo largo de las páginas de Orient-Express. El tren de Europa asistimos a una reivindicación de una cultura (casi) extinta, de una forma de mirar y entender el mundo que posee los trazos de un profundo humanismo, de una consideración de la cultura -en toda su extensión- como un medio antes que como un fin. El Orient-Express, para Wiesenthal, representa en gran medida esa cultura; o parte de ella. El autor observa el mundo a través de un prisma que en nuestro presente puede resultar muy lejano; quizá porque lo es. Pero no por ello cesa en su intento de reivindicar la posibilidad, casi impensable, de una sociedad más culta, más atenta a la belleza, más humana y sensibilizada por lo cultural.

“Aún tengo que sobrellevar, como un flagelo, los sermones de los millonarios y de esta miserable burguesía europea -mantenida a base de privilegios y beneficios- que ha ido destruyendo y dejando morir los valores que nos legaron nuestros padres en la cultura, en el arte, en la religión y en todas las luces del espíritu. Jubilaron y sepultaron en el olvido -cuando no cubrieron de oprobio- a generaciones de maestros que habían creado lo mejor de Europa, y se ensañaron particularmente con aquellos a los que el soberbio pensamiento “moderno” desestima caprichosamente por consideraros reaccionarios”.

Para este viaje, Wiesenthal se adentra en obras, literarias o cinematográficas, que tuvieron al Orient-Express como paisaje, pero también desglosa la historia del tren con un gran detallismo histórico que va desde la gran panorámica al primer plano para hablar de cómo estaba decorado cada vagón, para describir cómo era cada época en su interior. También para exponer el proceso por el que se desmanteló el tren y su venta en subastas y su reconstrucción posterior de una manera bien diferente. Un proceso que Wiesenthal narra a modo de representación, casi metafórica, del hundimiento de una cierta idea de Europa.

En este sentido, Orient-Express resulta una lúcida mirada hacia la cultura europea y sus aportaciones por alguien que creció personal e intelectualmente en sus últimos tiempos y que cree que de esa tradición se puede seguir progresando y creciendo. Wiesenthal ataca a los nacionalismos, cada vez más crecientes, como un continúo retroceso de la sociedad hacia idearios que deberían estar caducos. El libro entrega interesantes reflexiones no exentas de una tristeza hacia un continente abocado a buscar más la distancia que el entendimiento y la cercanía. Para Wiesenthal, el Orient-Express, incluso en su evidente pertenencia en muchos sentidos a una clase social muy determinada, al menos en sus formas más superficiales, supone un excelente ejemplo de un intento de unir culturas y países, de abrir fronteras y no levantarlas, de conocimiento y respeto hacia otras sociedades. En definitiva, una mirada humanista en un sentido amplio de la palabra que, cada día que pasa, resulta más alejada de la realidad. Libros como Orient-Express. El tren de Europa, al menos, ayudan a reemprender un viaje por ella y a dejar constancia que, del pasado, de la tradición, se puede seguir aprendiendo y que, antes que demoler y derribar, se debe conocer de dónde venimos, aprender de aquello que nos precede, y, así, poder construir algo nuevo y perdurable. Por el contrario, estaremos abocados a un futuro vacío.

Israel Paredes

Israel Paredes (Madrid, 1978). Licenciado en Teoría e Historia del Arte es autor, entre otros, de los libros 'Imágenes del cuerpo' y 'John Cassavetes. Claroscuro Americano'. Colabora actualmente en varios medios como Dirigido por, Imágenes, 'La Balsa de la Medusa', 'Clarín', 'Revista de Occidente', entre otros. Es coordinador de la sección de cine de Playtime de 'El Plural'.

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