El 9 de mayo de 1979 los poetas Allen Ginsberg y Kenneth Koch, a partir de la moderación de Ron Padgett, realizaron un espectáculo poético frente a el Poetry Project de Nueva York en la iglesia de St. Mark, en Manhattan. Para este encuentro, Padgett estableció algunas pautas que ambos poetas debÃan seguir, tan solo como punto de arranque para sus improvisaciones. Un happening poético que, a priori, tenÃa su validez y su sentido final en su ejecución. Sin embargo, kriller71 ediciones publica la transcripción de esta sesión -en magnÃfica edición bilingüe a cargo de SÃlvia Galup- en Nos los inventamos todo (editado originalmente en 1994), con un prólogo de MartÃn RodrÃguez-Gaona, y dos entrevistas entre Ginsberg y Koch en un apéndice “fuera de programaâ€, dando forma a un libro de poesÃa muy sui generis que tiene tanta validez como testimonio de lo sucedido aquel dÃa, como para conformar un texto con autonomÃa propia.
Nos lo inventamos todo es, por tanto, ese testimonio que recoge una acción, algo que sucedió en un momento determinado y de forma única e irrepetible, y para el disfrute de quienes asistieron al encuentro poético. A través de sus páginas, el lector puede no tanto, porque es imposible, revivir el espectáculo como acceder a una composición que, por su propia naturaleza, trasciende lo poético, aunque sin abandonarlo: la poesÃa surge, en cierto modo, de la presencia de Ginsberg y Koch, de sus interacciones y de sus improvisaciones. Es decir, el gesto de estar ahÃ, componiendo sobre la marcha, poniendo en escena sus idearios poéticos en una especie de cadáver exquisito frente a un público que, en verdad, no tenÃa demasiado claro qué iban a ver. AhÃ, también, lo poético: exponer la creación desnuda y la sorpresa de aquello que pudiese surgir durante el espectáculo.
Las diferentes partes que, siguiendo la estrategia inicial de Padgett, daban forma al evento se tradujeron en una conversación poética que es, en última instancia, no solo representación del trabajo de Ginsberg y Koch; también surge como canto de cisne de unas formas y unas actitudes contraculturales que, a finales de los setenta, habÃan devenido en algo casi marginal, a pesar de que al acto acudieron muchos espectadores jóvenes, una nueva generación para quienes el cariz contestatario que representaban los poetas poseÃa un cariz mÃtico. Hay algo que se ha perdido con el paso de los años. Pero queda este acto de resistencia.
Un volumen que nos traslada a ese momento para mostrar cómo, aunque fuese a escala reducida, habÃa una pulsión en la que el poeta todavÃa mostraba la posibilidad de erigirse como alguien con cierta relevancia a nivel social y cultural. Dejando de lado simpatÃas o falta de ellas al trabajo de Ginsberg y Koch, Nos lo inventamos todo pone de relieve un acto libre y sin coacciones, en la que los poetas se acercan a su público en busca de una comunión cultural que, si bien persiste en su forma en la actualidad, apenas mantiene algo de su fondo o de su esencia. Como indica RodrÃguez-Gaona en su prólogo las derivas analÃticas y académicas a lo largo de los años ochenta fueron, en parte, culpables de adoctrinar a los artistas, o una gran mayorÃa de ellos, bajo el influjo de unos programas de estudios culturales que marcaban derivas creativas que, hasta la fecha, han ido marcando la necesidad del perfecto acoplamiento a las ideologÃas pertinentes para logar encontrar un lugar de expresión, no siempre libre y muchas veces condicionados por las agendas imperantes en cada momento. AsÃ, Nos lo inventamos todo, revela unos juegos con el lenguaje, con la composición, con la literatura, con la interacción con el público como acto social y polÃtico, con la poesÃa, que habla de la libertad creativa y expresiva, con la búsqueda de nuevas formas. En definitiva, un libro que trasciende el gran interés que revelan sus páginas para hacer pensar en formas creativas que, si entonces, ya comenzaban a ser marginales, ahora, existiendo en muy distintas expresiones, han quedado todavÃa más relegadas.