La poesÃa no es otra cosa que una búsqueda constante del yo frente al mundo, un instrumento para entender y entendernos. Bucear en nuestro propio yo abismándonos en los misterios de la vida, de cuanto amamos y odiamos, del bien y del mal; un continuo indagar el espacio y el tiempo para reconocer o reconocernos en lo que fuimos, somos o desearÃamos ser. DecÃa dÃas atrás el poeta Antonio Gamoneda que “la poesÃa no sirve para nada en una sociedad como la nuestraâ€, para añadir acto seguido que sà puede, en cambio, “intensificar la conciencia de un modo personal e individualizado, algo muy útil a la hora de enfrentarse con realidades objetivas como los desbarajustes en nuestros dÃasâ€.
Se trata, pues, de que la poesÃa sea ese antÃdoto contra la tiranÃa en todos sus estadios. Por esta y muchas razones más la poesÃa viene a ser una luz deslumbradora que nos precipita sobre el cosmos y nos colma con un cálido e infinito abrazo. De esta manera se nos muestra en El cuarto del siroco, última entrega del poeta Ãlvaro Valverde (Plasencia, 1959). La voz del poeta es en este poemario raÃz misma del ser, se adentra en la oscuridad de lo desconocido y resurge como un ciclón devastador de la palabra, esa que revive en cada verso de una manera transgresora a la vez que sencilla. Valverde no se deja amilanar por este viento temible del siroco, su encierro en ese cuarto es solo aparente, porque en él se halla y se abarca el universo todo. Contra el siroco, ese viento enfurecido de la existencia, aplica el bálsamo de la poesÃa, de cada verso en la palabra esencia que lo contiene. La vida late en cada palabra, en un temblor que se reconoce heredero de la más grande tradición poética.
Ãlvaro Valverde nos descubre en cada uno de los poemas que conforman este libro las luces y las sombras del humano existir, de la capacidad del hombre para transformar y transformarse. Ya desde el primero de los poemas A modo de poética nos aproxima Valverde a su particular visión del mundo, que a fin de cuentas es poesÃa, donde el agua, esa que nos sacia la sed, en su transparencia y pureza es como la vida misma:
«Como el agua, / que limpia se detiene en esas balsas / formadas por las hojas cuando obstruyen / el frágil discurrir de la corriente. // Como el agua, / que la mano atraviesa confiada / y nunca, sin embargo, toca fondo. / Como el agua, metáfora y verdad. / SÃ, como el agua».
Con suma sencillez, con la palabra justa y necesaria, nos abre las puertas de su universo poético Ãlvaro Valverde. Todo es búsqueda y hallazgo en su poética, que responde al devenir de la existencia, del tiempo que se escapa para no volver. Toda inquietud o incertidumbre queda fijada en la mirada del poeta, toda nostalgia o melancolÃa, toda la belleza y el amor trasciende en este poemario:
«Esta palmera, amor, / es más que un árbol: / es el testigo fiel / de lo que fuimos / y el testigo veraz / de lo que somos / y el testigo de aquello / que ya nunca seremos».
Humanismo y Naturaleza se muestran como dos grandes pilares de la poética de Valverde, y en esa dicotomÃa se forma y construye la verdadera esencia, su generosa entrega a los otros, a la vida que discurre a su alrededor y que contiene en las pequeñas cosas el más acertado juicio:
«No es un pájaro / al que los ornitólogos / ni los aficionados a las aves / destaquen por su brillo o su belleza… / Sin embargo, su canto, / que se levanta poderoso / antes del alba, / detrás de mi ventana, / como un tenue milagro, / hace del mirlo / la más maravillosa criatura. / Posado sobre el muro, / su trino da sentido a la mañana».
Avanza siempre Valverde hacia la luz de lo cotidiano, de aquello que acontece en derredor suyo, observa, medita y florecen en su escritura significados y significantes de tal manera que todo deslumbramiento es posible, que la vida es y está ahà desde aquel niño que fue o su contrario, la vejez («Yo también envejezco / y como él necesito / realidades, no humo»; también los amigos, las mujeres que fueron en su vida («SÃ, mas con todo, ellas son la fracción que este hombre precisa para serlo al completo»), los libros («Sólo los libros / me sirven de consuelo / en estos interiores donde habita / la sombra y la penumbra»), la fugacidad del tiempo o la muerte son hilos conductores de su escritura. En definitiva, el hombre como centro del universo, como asà queda meridianamente claro en el poema Aquél, del que reproducimos estos versos:
«AQUÉL que se levanta cada dÃa / y piensa que la muerte se le acerca. / El que triste se afeita distraÃdo / sin más motivación que la costumbre. / Aquél que va al trabajo y que camina / con su turbio pasado a las espaldas… // El hombre que a pesar de todo eso / se resigna o se obstina, mas no cede. / Quien resiste sereno a la intemperie. / Aquél que no consigue / ni darse por vencido».
Un libro que nos devuelve la esperanza y la creencia en la poesÃa, en la más grande poesÃa actual española, cual es la que representa Ãlvaro Valverde:
«La poesÃa / que hoy sólo se me antoja / tan sencilla / como el gesto de alguien / que da un vaso de agua / a quien padece sed».
Hola Estoy impresionado con tu artÃculo. Me gusta la forma en que escribes. Nuestras opiniones son las mismas. El humanismo no es solo la relación entre las personas, sino también la actitud de las personas hacia la naturaleza, este reconocimiento no solo de la dignidad y libertad del individuo, su pleno desarrollo, sino también la integridad del medio ambiente humano, su indisoluble unidad con el medio natural, las leyes de su preservación y el libre desarrollo. No solo la humanidad de las relaciones sociales, sino también la humanidad en relación con la naturaleza, una comprensión de la relación orgánica entre naturaleza y sociedad.