Christine Lavant | Foto: Errata Naturae

Notas desde un manicomio

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Christine Lavant | Foto: Errata Naturae

«Vivo aquí hace semanas, entre locas, y tengo todo el derecho a servirme de sus rarezas.»

Ediciones Errata Naturae

Christine Lavant (seudónimo de Christine Thonhauser), fue la novena hija de un minero y una modista austríacos -un origen que marcaría el resto de su vida- que, tras una infancia problemática por cuestiones de salud, escribió varios libros de poemas hasta ser reconocida, poco antes de su muerte, con el Großen Österreichischen Staatspreis für Literatur (1970). Aparte de esa cuantiosa obra poética, escribió estas Notas desde un manicomio (Aufzeichnungen aus dem Irrenhaus, 2001, póstumo), basadas en su estancia de seis semanas en el sanatorio psiquiátrico de Klagenfurt en 1935, después de su ingreso voluntario tras un intento de suicidio. El libro se inscribe, pues, entre los testimonios de estancias en instituciones psiquiátricas, un tema que recoge grandes obras como Alguien voló sobre el nido del cuco, como obra de ficción, o Memorias de un enfermo de los nervios, este sí un testimonio de primera mano como el caso de Lavant; mientras que el hecho de esa reclusión voluntaria trae a la memoria la autorreclusión del suizo Robert Walser.

«Uno se vuelve tan terriblemente ridículo cuando está solo consigo mismo y quiere descansar de los esfuerzos interiores que con demasiada facilidad echa mano de estrategias que carecen de todo gusto.»

Materializada mediante un narrador en primera persona imprescindible, la protagonista enumera las dificultades de integración en la comunidad de internas así como la constatación de la deficiente profesionalidad de algunos de los sanitarios; después de varios intentos fallidos de asimilación, la acomete una sensación de desubicación, de no pertenencia, que dificulta su día a día en la institución hasta el punto de comprometer, de forma real, su entereza mental.

«Aquí me convenzo cada vez más de que, en realidad, todos los médicos deberían ser sacerdotes, y todas las enfermeras, monjas. Porque todo el sufrimiento que aquí hay está tan por encima de todo lo humano que es imposible que pueda ser afrontado solo con medios humanos.»

Efectivamente, la indiferencia de los enfermos, organizados en una jerarquía cerrada, a la que se suma la humillación a la que es sometida por algunos miembros del estatus clínico, en parte, por su origen humilde y por ser aceptada en la institución a cargo del municipio, hacen que se sienta excluida de cualquier grupo; además, ni su estado puede asimilarse al de la mayoría de internos ni tampoco se siente habilitada para reintegrarse en el mundo exterior. Lo peor de su intento de suicidio, comprende ahora a la vista de los desórdenes mentales de sus compañeras, fue que cuando se recuperó todo aquello que la había empujado a atentar contra su propia vida seguía allí, inmutable e indiferente a su propósito; lo único que había cambiado, si acaso, era su interpretación de ese entorno.

«Pero si hay cosas que pueden ser invisibles, entonces seguro que algunas de ellas nos sobrevivirán y yo, visto racionalmente, me volví loca al hacer lo que hice. ¿Para qué sirve interrumpir una vida si existe algún tipo de continuación? Dios mío, ¿es que ya he cruzado la frontera y hace tiempo que sigo aquí no solo como invitada sino que soy una de ellas, de estas que me miran con extrañeza y llenas de desconfianza?… ¿Qué ha sucedido?»

Pero a pesar de todos los inconvenientes de su estancia en la institución, Christine es capaz de especular con la idea de una permanencia más prolongada, de dominar las estrategias que le permitirían rehusar para siempre la vida familiar y las posibilidades que debería ofrecerle un futuro nada halagüeño; de retirarse definitivamente de un mundo que siente como ajeno y, remedando a los monjes de clausura, renunciar a una realidad que no le conviene para fabricarse una a su medida; nada de lo que hay afuera representa tanto apego como para que la huida pueda sentirse como una verdadera abdicación.

«Sí, me puedo imaginar que aquí podría alcanzar una cierta paz, si se diera el caso de tener que quedarme aquí para siempre. Seguro que pasaría de un ataque de llanto al otro, pero cuando una consigue superarlos, ya se sabe de qué lugar no puede ser expulsada. Y eso sería mucho. Se podría utilizar todo pensamiento en tratar de adaptarse aquí para siempre y no habría que pensar en «después», con un dispendio de fuerza que a cualquiera le parecería imposible, ni en cómo ese «después» exigiría otro nuevo esfuerzo, del que con seguridad nadie sería capaz.»

Que ese hecho se pueda llamar inadaptación requeriría una larga discusión acerca del significado de ese concepto.

Joan Flores Constans

Joan Flores Constans nació y vive en Calella. Cursó estudios de Psicologia Clínica, Filosofía y Gestión de Empresas. Desde el año 1992 trabaja como librero, actualmente en La Central del Raval. Lector vocacional, se resiste a escribir creativamente para re-crearse con notas a pie de página, conferencias, críticas y reseñas en la web 2.0, y apariciones ocasionales en otros medios de comunicación.

1 Comentario

  1. Hola, también «Los renglones torcidos de Dios» de Luca de Tena es un buen ejemplo de literatura sobre enfermedad mental.
    Saludos

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