“Con la mirada todavÃa turbia por las lágrimas, velada por esa membrana acuosa que me hacÃa dudar de lo visible, al otro lado de la carretera que separaba el cementerio de la dehesa se ofreció a mis ojos una escena inesperada, casi sobrenatural, de una belleza fantasmagórica y estremecedora, tan hermosa que desafiaba el pensamientoâ€.
Dicen que Nevers es más triste (2019) es la séptima obra de la escritora y dramaturga Angélica Liddell que publica la editorial La Uña Rota. Una pieza más en una carrera de gran coherencia y que tiene su extensión natural en sus dos últimas obras de teatro, Padre y Madre y una suerte de continuación de Una costilla sobre la mesa.
“El extremo del pensamiento es el éxtasis. Aquel cordero mÃstico y sublime estaba destinado a provocar en mà una emoción eternaâ€.
Al igual que Una costilla sobre la mesa, El ciclo de las resurrecciones o TrilogÃa del infinito, Dicen que Nevers es más triste trasciende cualquier forma de constricción genérica: es diario, es ensayo, es autobiografÃa, es poesÃa, es narración. Y, en este caso, es también una plegaria, un itinerario a lo largo de cuatro tiempos -verano, otoño, invierno y primavera- en el que Liddell se sumerge en un estado de luto y de superación de la muerte de sus padres: en escasos tres meses incineró a su padre y a su madre. Los dÃas transcurren y Dicen que Nevers es más triste parece corresponderse en cada página, en cada momento, a un dÃa de una existencia en el que la muerte, ajena y propia, sobrevuela cada página.
Si en Una costilla sobre la mesa conducÃa al lector a un intenso viaje a través de la enfermedad por los pasillos de un hospital de enfermos terminales de una manera abierta y cruda, en Dicen que Nevers es más triste hace lo propio por otros pasillos, aquellos que conforman la toma de conciencia de una orfandad que significa la asimilación de la soledad en el mundo y la aceptación de la mortalidad. Pero, también, el deseo de alcanzar una trascendencia mediante la escritura, el arte, que se da de bruces con una realidad más tangible y fÃsica y, por tanto, o por ello mismo, más sucia.
“Formaban una asociación bruta, torpe, imbécil, hijos de una época caracterizada por una mezcla de ignorancia y prosperidad, delegados de un siglo estúpido donde la mera ofensa generaba poder, exención, equidad y jurisprudencia, escolarizados necios, sin rastro de amor ni de inteligencia, definitivamente sin espÃritu, decididos a vivir en la pasividad, pero ofendidos, con plena garantÃa de vÃctimas, exigiendo todo tipo de derechos sin tomar en consideración el derecho de nadie. En fin, eran una sociedad modernaâ€.
Dicen que Nevers es más triste nos habla de un duelo profundo ante la muerte de los padres que Liddell articula con continúas variaciones de género hasta romper cualquier tipo de limitación entre ellos, mostrando que no es tan importante la base genérica particular como la interacción con el conjunto para crear un estado anÃmico a través de un ritmo que resulta orgánico en su desarrollo, atrapando al lector en un territorio literario excesivo y fascinante, lúdico y demencial, en el que la mirada de Liddell hacia el mundo, la sociedad y el individuo resulta, una vez más, clarividente e hiriente. Aunque haya una base de exorcismo personal en las páginas de Dicen que Nevers es más triste, Liddell desglosa en las páginas de su libro la visión de un mundo, de una realidad, desde el extrañamiento. Y, como siempre en su obra, estamos ante un texto profundamente polÃtico tanto en su forma como en su fondo. Porque Liddell exige que miremos a la realidad de una manera diferente, exponiéndonos a ella de manera abierta, sin tapujos, evidenciando en todo momento unos constructos sociales que constriñen en su hipocresÃa.
“Todo seguÃa como si no hubiera pasado nada, nos mirábamos como si estar vivos no significara nada, como si nos hiciéramos los tontos, pero yo pensaba que no siempre podrÃamos hacernos los tontos, llegarÃa un dÃa en que dejarÃamos de ser unos idiotas y no soportarÃamos la visión de la muerte, y un grito de horror servirÃa de fin del mundoâ€.
En Dicen que Nevers es más triste, Liddell parece buscar la trascendencia en un mundo mediocre, carente de belleza, incluso, del más mÃnimo deseo de abrazar alguna forma bella que pueda traducirse en una manera de amor que vaya más allá de su concepto más habitual. La obra de Liddell, además de atacar las formas puritanas de nuestro presente, cada vez más agravadas y extendidas, busca hallar, tanto en lo humano como en otras representaciones, esa trascendencia que tiene algo de espiritual, antes que de religioso. De ahà que una vez más la dramaturga y escritora recurra a formas y figuras bÃblicas en un juego referencial, cultural e intelectual de hondura en el que representaciones pictóricas se dan la mano con citas directas y menciones a santas que dan cuenta de una herencia cultural con el que Liddell conversa, introduciéndose y siendo parte de ella. Algo que aumenta, más si cabe, el sentido de plegaria y de duelo que recorre Dicen que Nevers es más triste.
«Es más fácil sobrevivir al amor que a la culpa. Es más fácil sobrevivir al propio sufrimiento que al sufrimiento ajeno. Pocas veces podemos superar esa imagen exterior, ese horror que se presenta ante nuestros ojos, precisamente insuperable por su imagent, aquello que se ha mirado es siempre mortal».
Liddell representa y relata ese proceso de duelo usando la escritura como vehÃculo, quizá único para ella, para conseguir trascender ese dolor a través de una catábasis que tiene tanto de fÃsico como, sobre todo, de mental. Recorriendo diferentes ciudades, Liddell poetiza el mundo desde la prosa, embelleciéndolo para conseguir comprenderlo. Y, con ello, comprender también su propia existencia en él.
“La belleza solo deberÃa mostrarse ante la mirada del ciego para dejarle espacio a Dios en la más absoluta oscuridadâ€.