Imagen de la película 'Matar a un ruiseñor'

Aquí no subestimamos a Harper Lee

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Imagen de la película 'Matar a un ruiseñor'
Imagen de la película ‘Matar a un ruiseñor’

Con la muerte de Harper Lee, el pasado veinte de febrero, se pierde toda posibilidad de encontrar una solución al lío que se armó este último año alrededor de ella. En realidad las posibilidades no eran demasiadas cuando aún andaba, anciana y sonriente, sobre su silla de ruedas: dicen que ya no veía y que estaba casi completamente sorda. Por esto el anuncio de la publicación de Ve y pon un centinela se realizó mediante un boletín oficial de quienes manejan sus derechos. Pero las cosas no mejoran si sabemos que, además, llevaba casi sesenta años huyendo de las entrevistas con el lema “ya dije todo lo que tenía que decir” como única respuesta.

La primera historia, la aparente, es la siguiente. Su abogada, Tonja Carter, encuentra unos manuscritos perdidos que serían la segunda parte de Matar a un ruiseñor. Estamos hablando de la continuación de un clásico norteamericano que se había publicado en 1960, de un libro que se lee en todos los colegios, de un personaje que formó el arquetipo de justicia e igualdad racial durante  generaciones. Nadie sabía que esos papeles estaban allí. La autora es la sobreviviente de la época dorada de la literatura del sur -junto a su vecino Truman Capote, Flannery O’Connor, Eudora Welty, entre otros- pero en esos momentos está tan enferma que solo puede responder con un “dice que está feliz por la publicación” a través de terceros. Cuando sale a la venta, la semana del 14 de julio de 2015, se venden más de un millón de copias. A las pocas horas todo el mundo se queja: que cómo puede ser que Atticus, su personaje principal, de viejo se haya convertido en un racista. Las críticas, que no pueden olvidarse de la interpretación de Gregory Peck, también se quejan: que cómo pueden haber publicado algo tan mediocre de su autora de adolescencia. Etcétera. Etcétera. La historia aparente es la historia de cómo el imperio Murdoch -dueño de la editorial Harper Collins- se hace más rico abusando, esta vez, de una escritora moribunda, sin importar que en el camino tengan que echar abajo al “más grande héroe del cine estadounidense” según el American Film Institute.

La segunda historia, en cambio, la que cree que Harper Lee merece una interpretación un poco más a su altura, la historia que no la subestima, es otra.

Flannery O’Connor, en una carta del 1 de octubre de 1960, tras leer la -ahora primera- obra de Harper Lee, dice que no le parece mala, nada de eso, pero que deberían avisar a quien la compre que se trata de un relato para niños. Y ella, la otra escritora del sur, la que moría de lupus en su granja, pocas veces se equivoca. Matar a un ruiseñor contaba la lucha de un abogado viudo, Atticus Finch, que durante los años de la Gran Depresión defiende en Alabama a un negro acusado de violación. Hacerlo, aunque fuera justo, era tremendamente impopular. La voz narradora es la pequeña Jem Finch -alias Scout- que va descubriendo los tristes matices de la realidad mientras se defiende de quienes le quieren bullear en el colegio por ser hija de un ama-negros. Obviamente no se trata de un cuento infantil, pero O’Connor, con su ironía característica, se refería a que una historia que enfrentara a un héroe blanco, prototipo de rectitud, con un sistema totalmente corrupto, no es algo literariamente serio. Lo interesante aquí es que tal vez -y esto solo lo sabemos ahora- Harper Lee pensaría de la misma manera.

Harper Collins
HarperCollins

Ve y pon un centinela fue en realidad el primer borrador de lo que años después sería Matar a un ruiseñor. En el intermedio vino la sugerencia de su editor de centrarse en la infancia de Jem y se cuentan varias reescrituras a la luz del empresario que sabe cómo construir un best-seller. Y, claro, lo lograron: premio Pulitzer en 1961 y película, con Óscares incluidos, en 1962. Fue ese susto de la ascensión inmediata a la fama que llevó a Harper Lee a alejarse de las luces para siempre. Pero ahora, al menos, conocemos la verdadera historia que quería contarnos: la de una chica que vive en Nueva York pero regresa a su pueblo, Maycomb, durante el verano, para darse cuenta que una cosa es tener una convicción noble y otra cosa es sobrevivir con ella. Esa chica es Scout, la misma adorable Scout de pantalón, camiseta y zapatos deportivos, ahora convertida en una joven de ciudad. Ella, en determinado momento de su visita, ve a su padre Atticus y a su novio Henry asistir a los Consejos Ciudadanos, algo como las versiones legales del Ku Klux Klan de la zona. Y, claro, si uno leyó la anterior novela, comprende por qué todo se le viene abajo. Tiene náuseas. Claramente deben estar tramando algo. Esto no puede ser real. El uno no puede ser el tipo más íntegro del mundo, a quien nunca he visto alzar la voz, ni el otro, el tipo con el que pensaba casarme hasta hace un par de minutos. Vomita. Después, poniendo las cartas sobre la mesa, Scout le llega a decir a Atticus cosas bastante más violentas que “te detesto y detesto todo lo que representas”. Esto creo que hubiera entusiasmado un poco más a Flannery O’Connor como lectora: un lugar en el que, pasados los años, solo se ha acentuado el racismo de parte y parte, obligando a unos y a otros a pactar con la realidad. Y una novela en la cual el personaje tenga que enfrentarse a la tarea más difícil del mundo: comprender.

El título de este borrador -nunca hay que perder de vista que se trata de un manuscrito- está sacado del capítulo 21 del libro del profeta Isaías: “El Señor me ha hablado de este modo: Ve y pon un centinela que dé aviso de cuanto observe”. Casi al final del libro, Scout, todavía conmocionada, conversa con su tío, quien le dice que el centinela de cada uno es su conciencia. Y es sorprendente la siguiente coincidencia. Bennett Miller, el director de la película Capote (2005) sobre la investigación que hizo el escritor junto a Harper Lee para construir su obra A sangre fría, dijo en una entrevista en la que se le preguntaba sobre este personaje femenino: “Ella es la conciencia moral del filme”. Lo que Miller no sabía es que hablaba justamente del tema que Harper Lee había querido tratar en sus escritos más auténticos. Por eso yo le creo a la abogada Carter cuando dijo que Harper Lee, antes de morir, estaba feliz por la publicación de sus papeles.

Andrés Cárdenas

Andrés Cárdenas (Quito, 1989). Periodista. Colabora en varios diarios y revistas. Vive en Roma.

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