El concreto universal

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 W.H. Auden y Christopher Isherwood |National Media Museum from UK Wikimedia Commons
W.H. Auden y Christopher Isherwood | National Media Museum from UK

¿Cuál es la labor del poeta hoy en día? ¿Es posible traducir satisfactoriamente el sufrimiento personal en una suerte de dolor universal? ¿Qué sucede con el dolor ajeno? ¿Es la poesía, concluyendo, una voz del Yo? ¿O puede ser otra cosa? En una época en la que el ego se ha inflado por todos lados gracias a las redes sociales, la banalidad y otros buenos ingredientes mezclados por obra y gracia de los medios de comunicación y el capitalismo, volver a autores como W.H. Auden es primordial para percibir cómo, y en qué medida, diríamos, detrás del sufrimiento personal se esconde la terribilidad de la vida, la necesidad del silencio, la cuchillada mortal que, en Otro tiempo (1940), va tomando forma a través de los poemas y de los homenajes al final de la obra. Ésta, de este modo, dialoga con varios tiempos a la vez en torno al flujo lento del tiempo (el tiempo corporal contra el tiempo de la máquina) y, aún más, a la existencia frágil, a nivel corporal y sentimental, del ser humano en un contexto hostil, rápido, en el que parece que lo importante se ha difuminado a favor de lo normativo, de las necesidades generales de la sociedad:

«La arena del reloj susurra al león que ruge / y los relojes públicos, día y noche, a los jardines / les dicen qué de errores aguanta manso el Tiempo: / cómo ellos se equivocan al no fallar jamás. / Pero el Tiempo, por hondos que sean sus tañidos, / por rápidas que caigan sus aguas torrenciales, / no le fastidia nunca a un león su salto / ni su seguridad le quebranta a la rosa. // Pues viven, por lo visto, tan sólo para el éxito, / mientras que uno elige palabras por su música / o mide los problemas por su dificultad. // y el tiempo, con nosotros, es siempre generoso. / ¿Quién no ha preferido un pequeño rodeo / a ir directamente adonde estamos?»

Pre-Textos
Pre-Textos

Los poemas de Auden, en ese sentido, dan rodeos, disfrutan del viaje: ofrecen un sentido metafórico que en la mayoría de las ocasiones nunca se capta del todo, termina escapando hacia la incertidumbre que supone existir. A ello contribuye, desde luego, el amplio abanico de referencias que maneja el poeta: históricas, bíblicas, mitológicas, etc., todas ellas transformadas, en un acierto lingüístico y rítmico, bajo un lenguaje coloquial directo que desecha cualquier tipo de engrandecimiento y se encuadra, refugia, en la vida moderna en la ciudad. Los poemas, pues, transforman las referencias del pasado y le dan un sentido nuevo, único, tal y como refleja Juan Antonio González Fuentes en uno de sus poemas, dedicado a John Ashbery: «Tiempo que empieza otro y cae libre por la pendiente aclamada de la elegía lenta, del puño muy menudo camino hacia nosotros» (Memoria. Antología poética, 1989-2015). No obstante, más allá de un mero diálogo con el paso del tiempo, lo cual podría inducir a una lectura simple de los versos de Auden, Otro tiempo se conforma como un poemario que aprovecha la madurez de lo vivido para establecer una mirada certera, nueva, sorprendente para cada ambiente:

«Ah, no permitas que te engañe el tiempo. No lo conquistarás. (…) Ah, sumerge las manos en el agua, sí, hasta la muñeca / y, en la palangana, mira, mira y piensa qué has perdido.»

De este modo, los versos, aparte de revelar una gran capacidad analítica, van acumulando una serie de sentimientos opuestos como la ironía, el humor, el melodrama, la violencia o la tristeza que, junto con la extensa variedad de las referencias, acaban produciendo una superación, un renacimiento a pesar de toda la podredumbre que pueda rodear al ser humano gracias a sentimientos como la esperanza o el amor, tal y como muestra este fragmento de uno de los poemas centrales, Tal como es:

«Rodeado de blando aire, al lado / del hambre silenciosa de la flor / y el crecer clandestino de los árboles; / muy cerca de la fiebre alta del pájaro; / ruidoso de esperanzas y de enfados, / erguido en su esqueleto, / está el amante explícito, / el hombre precavido. // Bajo el cálido sol indiferente, / entre animales más fuertes y hermosos / se abre camino -un arma viviente- / con el rifle y la lupa y con la Biblia, / preguntón combativo, / el amigo, el sin tacto, el enemigo, / el ensayista, el listo, / capacitado a veces para el llanto (…) Le engaña cada amor: todos los días / sobre el verde horizonte / un nuevo desertor huye a caballo, / y a lo lejos los pájaros murmuran / acerca de emboscadas, de traición; / hacia derrotas nuevas ha de ir todavía, / hacia dolores nuevos y mayores, / y hacia la derrota del dolor.»

Aún más, Otro tiempo, en definitiva, se sitúa en el convulso 1940, en pleno inicio de los futuros y profundos estragos de la Segunda Guerra Mundial, por lo que la denuncia social, con mayor o menor contenido irónico, es también uno de los elementos estructurales de la obra, un intento de resquicio de humanidad, un refugio donde no pueda caber la barbarie, como sucede en Epitafio para un tirano:

«Buscó la perfección en cierto modo / y la poesía que inventó era fácil de entender; / conocía al dedillo la locura del hombre; / le interesaban mucho las flotas, los ejércitos; / si reía, reían los dignos senadores; / si lloraba, morían los niños por las calles.»

Y, de esta manera, el poema conecta no sólo con el lector a un nivel sentimental, sino también temporal: ¿reflejan los versos de verdad el dolor de otro tiempo? ¿O debemos reconocer, en este preciso momento, que no son épocas tan diferentes? Que no hemos evolucionado… tanto, o nada. Auden, al final, teje una red en la que, como uno de los grandes logros de su poesía, el verso conecta de una manera rítmica, directa, cercana en el plano intelectual y sentimental, algo que muy evidente en sus homenajes a grandes amigos (Toller), a clásicos de la literatura (Yeats) y a grandes representantes teóricos (Freud). En última instancia, en Otro tiempo el lenguaje recupera su poder, su inutilidad práctica, para situarte en lo intemporal, entre los errores de los que pudimos aprender y los aciertos que conseguiremos, en el llamamiento a la conciencia y al sentimiento, es decir, a todo aquello que nos hace humanos y, por tanto, merece la pena conservar, o luchar por ello sin tregua

«Si fuésemos tan malos de verdad, / resultaría superfluo llorar, / sería fácil mentir / y no nos quedaría vida para morir.»

Héctor Tarancón

Héctor Tarancón Royo (1991, Albacete). Graduado en Historia del Arte por la Universidad de Murcia (2009-2013). Máster Universitario en Filosofía Contemporánea (2013-2014). Vocal de la Asociación AHARMUR. Colaborador y Redactor en "Tebeosfera". También ha colaborado en "Culturamas" y "El coloquio de los perros" con reseñas, artículos sobre literatura y entrevistas, y participado en el I Congreso de Jóvenes Historiadores del Arte. Su línea de investigación se centra en la cultura visual y las relaciones, cada vez más estrechas, entre el arte contemporáneo, la cultura de masas y la literatura.

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