Bárbara Jacobs | Foto: Vicente Rojo

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Bárbara Jacobs | Foto: Vicente Rojo

Si leer es una forma de acaparamiento, escribir sobre lo leído es un ilustrado síndrome de Diógenes que consiste en aferrarse a lo efímero, en apilar conocimientos de lo inútil en teorías más o menos prácticas. Un incompleto archivar, a base de prejuicios, vademécums de promesas. Tras haberse decantado por James Joyce y Katherine Mansfield, confiesa la prescriptora:

“Sé que en lugar de estos autores que elegí pude haber optado por otros, pero no muchos otros (…) como los aquí adoptados, que además de ser continuadores de la tradición, abren caminos, tanto en la observación del ser humano como en la forma de expresar dicha observación” (Del cuento).

Se suceden sucintos manifiestos acerca de los sofismas de, pongamos, Carlos Monsiváis o Fernando Pessoa, en conformidad con el actuarial prejuicio de “una observación o una enseñanza, pero no un lamento personal: o no un lamento solo personal” (Del aforismo).

Se cumple la colección de microexégesis La buena compañía (Navona, 2019) en su acordado contrato a base de propuestas. Al igual que Antonio Machado o Natalia Ginzburg, “con cohesión pero sin una meta predeterminada (…) un fragmento de conversación que se lleva a cabo sobre el papel y con un interlocutor imaginario” (Del ensayo literario), urde la poetisa, ensayista, traductora y articulista mexicana Bárbara Jacobs (Ciudad de México, 1947), un estudio en múltiples tesis. “Es la búsqueda del conocimiento”, sostiene en Del escritor ensayista, refiriéndose a Borges o Burgess, “lo que subyace en el ánimo de un creador que se entrega a la tarea de escribir didácticamente”.

Navona Editorial

Bibliófila nada conservadora, lectora compulsiva, selecciona y expulsa, restringe y reproduce, procesa cánones mediante erosiones y eliminaciones. Justifica existencias discontinuas, no examinadas en las especificaciones de la autora de La dueña del hotel Poe (2014). Mapas sin geografía, movimientos sin desplazamientos, coberturas a distancia transcritas, “no son [William Styron o Malcolm Lowry] modelos tanto por lo que cuentan como por el valor de sus autores de excavar en sus emociones y exponerlas con verdad, con inteligencia, intensamente y con claridad” (Del testimonio de escritor). Se transgreden los límites para alcanzar una verdad propia, basada en filias y fobias. Se despliegan, según el modelo de Bioy Casares o Augusto Monterroso, versiones y aversiones, recreaciones de lo cultural, “asuntos sujetos a tantas variantes de juicio, gusto y hasta compromiso, que el resultado es una arriesgada declaración de principios” (Del escritor antólogo).

La no ficción que desafía al género de no ficción se convierte en La buena compañía en un género por derecho propio, mientras combina emparejamientos reducidos a opúsculos, como los de T. S. Eliot o Erika Mann, “iluminadores en el sentido en que lo puede ser la ilustración de un libro para niños, para ignorantes o, en sus formatos, hasta para ciegos” (De prólogos…). Sobreviven los múltiples movimientos a las purgas de almacenamiento, en estanterías de humo. De este volumen puede decirse lo mismo que la Premio Xavier Villaurrutia 1987 dice del A Certain World de Auden:

“No es un homenaje a los autores que recoge y nombra; es una abierta solicitud de soporte, de apuntalamiento, de trazo que lo retrate a él y que lo puntualice de la manera más franca y desnuda posible”.

José de María Romero

José de María Romero Barea (Córdoba, 1972) es crítico de narrativa, poesía, ensayo y novela gráfica. Es miembro de la AAEC-Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literario. Colabora con sus reseñas, entrevistas y traducciones en publicaciones de ámbito nacional e internacional.

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