La escala de los mapas (1992) es una maravillosa novela de Belén Gopegui. Tal vez por ese inicio de carrera tan deslumbrante el resto de su obra, siendo notable, me ha dejado en la boca cierto sabor amargo de decepción. En su primera obra el lenguaje de Gopegui parecÃa poseÃdo por el mismo enajenamiento que afectaba a su protagonista, Sergio Prim, un geógrafo desubicado, un enamorado sin brújula que narraba en primera persona su derrota al modo que los navegantes avanzaban hacia los lÃmites del mundo conocido. En su obra posterior Gopegui desplaza su atención hacia una realidad social y dota a su discurso de un mensaje comprometido, algo que en sà mismo no deberÃa ser negativo, pero que a mi modo de ver lastra el ritmo y la lÃrica inherente a su primera prosa.
De Gopegui vengo de leer El padre de Blancanieves (2007), una novela coral cuyo bastidor es la España de los últimos años, los de la crisis devastadora y el despertar de la indignación con el trasfondo del 15-M.
Dos de sus protagonistas son un ingeniero comprometido con la investigación para producir biodiesel limpio a partir de algas, y la mujer de quien se ha enamorado, también ingeniera, pero vencida en su compromiso. Ella también investiga cómo producir biodiesel, pero a través de cultivos con sus consecuencias: deforestación, contaminación quÃmica y expropiación de tierras que de otra manera servirÃan para alimento.
Otra de las protagonistas es una profesora de instituto que se queja al supermercado donde hizo su compra por internet porque el repartidor llegó fuera de horario y, al no encontrarla en casa, dejó la compra a los vecinos de manera que los productos congelados se echaron a perder. Tras llamar para quejarse al supermercado recibe una visita en casa, la del repartidor al que han despedido y que pretende, con éxito, transferirle la responsabilidad de que le encuentre un nuevo trabajo.
Y de alguna manera la novela habla de eso, de la responsabilidad de nuestros pequeños actos cotidianos.
En el cuento de Blancanieves la madrastra focaliza toda la maldad al tiempo que el padre es eximido, como si la desgracia que recae sobre su hija no fuera con él. Cumplido su papel narrativo: reinar y buscar nueva esposa tras enviudar… desaparece. El planteamiento de Gopegui nos coloca en su trono. Los atributos de la bruja malvada son comparables a los de las todo poderosas multinacionales, mientras que el rol del ciudadano no es el de sus súbditos (inexistentes en el cuento, por cierto, salvo el cazador que sà se implica), sino el del rey que se inhibe.
Los personajes de Gopegui -al menos los que se reúnen en las asambleas- deciden tomar ese cetro. ¿Por qué no hacer suyos los bienes de producción? ¿Por qué no negarle el combustible a la maquinaria en la que se está atrapado?
Otro personaje de los cuentos clásicos es el Lobo. Además de entretener las noches de invierno una de las funciones básicas de los cuentos era la pedagógica: si Caperucita hablaba con extraños acabarÃa en las fauces de la bestia; si las cabritillas abrÃan la puerta a desconocidos serÃan devoradas; si el pastor se tomaba a guasa el peligro perderÃa su rebaño. En las versiones primigenias no habÃa un final feliz, no se abrÃa el vientre del lobo, ni surgÃa entera la abuela, ni llegaba a tiempo cazador alguno que fulminara a la fiera. La narración a la orilla del fuego aleccionaba a los pupilos de la casa para que no cometieran errores, imprudencias que podÃan tener un desenlace fatal sin segunda oportunidad. Fueron Perrault, Andersen o los hermanos Grimm entre otros los que edulcoraron las historias en aquellos tiempos en que la ilustración comenzaba a iluminar las sombras de Europa. Sin embargo, el mito del lobo continua vigente. Es el miedo a lo salvaje, la amenaza latente a lo desconocido, pero también la tentación.
Volviendo a los tiempos de Belén Gopegui y a la ecuación «neoliberalismo = bruja de Blancanieves», encontramos que la pedagogÃa se hace alrededor del nuevo fuego en el hogar, es decir, la pantalla (sea plana, por cable, de ordenador, tablet o smartphone) y estos medios son deudores de las empresas que los sostienen. No es que los media prediquen ahora las bondades de la Reina mirándose al espejo de sus vanidades, ni siquiera liman los colmillos de las fieras, es mucho más fácil cambiar el foco haciendo ver como lobo lo que es una amenaza… para ellos.
A modo de ejemplo estamos habituados a ver cómo el auge de los nacionalismos ha sido el método más fiable para fomentar los nacionalismos… vecinos. España es el monstruo depredador de todas las riquezas de Catalunya, mientras que los independistas catalanes son la jaurÃa de lobos que desmembrará las Españas… En el escenario que nos ocupa, con una segunda ronda de elecciones estatales a la vista, el epicentro del interés se desplaza a la alianza de los dos partidos de izquierda, que ya se está vendiendo como una amenaza al establisment asentado tras la transición: el fantasma del comunismo, una nueva versión del lobo feroz.
Etimológicamente un rey es quien dicta la realidad a través de su aparato mediático, por lo que la máxima de origen latino “calumnia que algo queda†se verá refrendada cuando veamos al lobo convertido en diana de disparos y bastonazos en forma de acusaciones. Pero un soberano detenta el poder única y exclusivamente porque le emana del pueblo. De alguna manera cada uno de sus súbditos lo son de sà mismos. La responsabilidad de leer la realidad más allá de los voceros reales es irrenunciable e inherente a cada uno.
En caso contrario, si lo que desean es leer la realidad en clave de ficción, no duden en leer a Belén Gopegui.