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Bernstein: «Estamos en la era de la violencia»

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Richard J. Bernstein | Foto: Berta Ares

Quisiéramos pensar que la violencia es algo lejano y remoto –escribe el filósofo Richard Bernstein en el prefacio a la edición en español de su nuevo libro, Violencia. Pensar sin barandillas (Gedisa editorial, 2015), pero en realidad es parte y da forma a la vida cotidiana de millones de personas. El filósofo estadounidense, profesor de The New School for Social Research, apela a la necesidad de cultivar entre los ciudadanos el debate sobre la violencia, porque ésta precisamente triunfa –dice- allí donde el espacio de discusión público y comprometido se desvanece. Su libro invita al pensamiento sobre esta dolorosa cuestión, y lo hace ayudándose del trabajo de Carl Schmitt, Walter Benjamin, Hannah Arendt, Frantz Fanon y Jan Assmann. Su trayecto como intelectual comprometido y activista social, así como su involucración en movimientos de participación democrática hacen de él un referente del pensamiento político ciudadano del siglo XXI.

Usted es judío nacido en Brooklyn en 1932. ¿Se siente cómodo si le etiqueto como hace Woody Allen en Annie Hall con uno de sus personajes?: “Nueva York, Brooklyn, judío, votante de izquierdas, intelectual, West Central Park”.
¿Sabes que Woody Allen y yo fuimos al mismo instituto? Nunca fuimos amigos porque yo era bastante mayor, pero recuerdo mis reacciones y las de mi mujer cuando vimos sus primeras películas. Decíamos: “¿de qué se ríe todo el mundo si lo que está contando son los chistes del instituto?” (Ríe) Hay diferentes tipos de estereotipos. Algunos son terribles, previos a la Shoa, y arrastran desde entonces antisemitismo. Creo que los de Woddy Allen son buenos estereotipos. Hay judíos neoyorquinos que se corresponden con sus etiquetas. ¡Yo desde luego! (Ríe de nuevo)

¿Qué edad tenía cuando tomó conocimiento de lo que supuso el Holocausto?
(Largo silencio) Un hermano mío, al que yo idealicé, murió asesinado durante la Segunda Guerra Mundial; así que tenía alguna idea de lo ocurrido… Pero creo que mientras fui adolescente mi punto de vista era bastante simplista; ya sabes, los nazis eran muy malos y en general daba por bueno lo que se sabía en ese tiempo. Comencé a estudiar este tema seriamente en los años 60, fue entonces cuando empecé a comprender y a sentir interés, y a finales de esta década ya me metí en profundidad. Luego conocí personalmente a Hanna Arendt y hablábamos sobre ello. No recuerdo la palabra que empleábamos, hablábamos del genocidio y del mal; no fue hasta la famosa serie de televisión cuando se empezó a generalizar el término Holocausto, que es el título de la serie (1978). Recuerdo que en Estados Unidos no se comprendió el libro de Primo Levi… Creo que en general entramos tarde en el tema, tuvimos una reacción tardía.

ArendtUsted frecuentó a Hannah Arendt, ¿qué le parece el retrato que se hace de ella en la película dirigida por Margarethe von Trotta?
He visto la película varias veces, porque me gusta aunque hay licencias muy ligeras y está todo muy mezclado… Yo siempre defiendo que el trabajo de Margarethe von Trotta es una película, es ficción, y no un documental. Le contaré una divertida historia: ¿recuerda la escena de la gran polémica en la que se le pide a Hannah que dimita? La escena se sitúa en la New School, como dando a entender que es la administración de la New School quien la quiere echar… Pues bien, por entonces Hannah enseñaba en diferentes lugares, pero justamente no aquí. Y aquí viene lo bueno, Hannah Arendt fue contratada por la New School justamente después de la polémica de su libro. ¡Por tanto, esa escena es ficción! Hay otra escena, en la que están en una pequeña habitación, donde nadie le dirige la palabra: eso sí sucedió, pero nuevamente, no en la New School, sino en la Universidad de Chicago. Igualmente, el retrato de Hannah está logrado, a pesar de toda esa ficción. Son interesantes los diálogos que mantiene con Mary McCarthy, muchos de ellos se han tomado de la correspondencia que mantuvieron ambas. Pienso que Hannah está reflejada en la película. La Hannah Arendt que conocí era más o menos así.

¿Y sobre la reacción a su libro Eichmann en Jerusalén?
Fue así, como todo el mundo sabe… Hannah no era paranoica. Hubo un ataque sistemático contra ella señalándola de antisemita y diciendo que había ofendido a los judíos. Tengo mi propia hipótesis sobre lo que sucedió y de por qué fue tan fulminante. Yo defiendo su libro, aunque creo que hay muchos errores; pero la cuestión está relacionada con un tema más amplio relacionado con la violencia y el hecho de que particularmente en tiempos difíciles la gente tiende a situarse en posiciones simplistas. La cuestión es que la imagen de Eichmann anterior al juicio y durante su anuncio por parte de Ben Gurion era la personificación absoluta del mal. Así pues, cualquier sugerencia de quitarle el velo sádico a Eichmann venía a exonerarle de culpa. En este sentido, creo que Hannah se equivocó. Ahora se ha publicado un libro excelente que merece la pena tener en cuenta Eichmann before Jerusalem, de Bettina Stangneth.

¿Qué destaca de ese trabajo de Arendt?
Creo que lo más importante que Hannah Arendt decía en ese libro sobre la banalidad del mal, es que no es necesario ser sádico para cometer actos horrendos, obras de monstruos. El hombre no era un monstruo. Eso le resulta inaceptable a la gente. Yo también creo que el mayor mal del mundo es cometido por personas que se ven perfectamente bien. Y eso era lo que ella veía, ahí está la amenaza.

¿Y de su legado?
Muchísimas cosas. Por un lado, su idea del mal radical, y también es muy interesante su trabajo sobre la banalidad del mal. Cuando usa el término mal radical en Los orígenes del Totalitarismo, el mal, dice, no está tanto en el número de personas como en el intento sistemático de convertir a seres humanos en algo que no es humano. Convertir a las personas, al ser humano, en algo superfluo. Y pienso que eso está sucediendo en el mundo, cuando pensamos en términos de inmigrantes, refugiados o apátridas…, cuando las personas son convertidas en algo superfluo es fácil dar el siguiente paso de eliminarlas. Por otro lado, ella no quería utilizar el término mal radical, porque era muy sensible al lenguaje y radical tiene un sentido de profundidad, en la raíz, y para ella el mal puede estar en la superficie. Creo que la banalidad del mal que ella describe nos rodea hoy en día. También destaco la descripción que Hannah concedió a la burocracia, ese gobierno de don nadie: ¡este es el mundo en el que vivimos!

Muy Kafka.
¡De ahí venimos! Su punto de vista sobre la burocracia no lo toma de Max Weber sino de Kafka. Ella decía que Kafka tenía esa genialidad para escribir novelas sobre lo que el mundo iba a llegar a ser. Y creo que ese es el mundo en el que vivimos ahora. Uno puede sentarse en Colorado, pulsar un botón, y matar a civiles en Pakistán. ¿Quién es responsable? También coincido mucho con la percepción del poder que tenía Hannah. Y con su sentido de empoderamiento. Vivimos en un mundo donde la mayoría del tiempo los políticos lo controlan todo desde arriba, pero a veces, hay ocasiones en las que la gente puede actuar y cambiar las cosas.

¿Cómo se ve Europa desde la New School?
Pues que sigue los pasos de Estados Unidos, aunque todavía hay vestigios del tipo de vida europeo. Le pondré un ejemplo concreto: aquí todavía tenéis librerías, ya no las tenemos en Nueva York. ¡Es una de las grandes ciudades del mundo, y no tenemos librerías! ¿Quieres comprar un libro en Nueva York? ¡Lo haces en Amazon! Eso es lo que va a suceder aquí en poco tiempo.

Aquí quizá todavía impere la romántica…
Mis estudiantes llegan la Universidad a estudiar Filosofía o Literatura porque están verdaderamente enamorados de la materia. Pero las instituciones matan toda romántica. El neoliberalismo es tan poderoso que puede matar la romántica.

Pensaba en el valor que tiene y debe tener el ser humano.
Lo sé y estoy de acuerdo contigo, y esto está muy relacionado con el pensamiento de Hannah Arendt. Por eso ella decía que siempre hay que tener un tipo de esperanza, incluso cuando vivimos en esta pesadilla.

Usted estuvo en Mississippi en 1964.
He sido un activista de movimientos sociales civiles en Estados Unidos, y sí, estuve en Mississippi en 1964. Si echamos la vista atrás a estos movimientos por los derechos civiles, todos nacen siendo algo muy pequeño. Nunca hubiéramos podido colegir que esos pequeños movimientos en los que participábamos se convertirían en algo tan grande incluso a nivel nacional. Las protestas por la igualdad racial empezaron siendo algo pequeño, y ahora todo el mundo conoce a Martin Luther King. Los grandes avances nacen de pequeñas cosas. No soy utópico, pero creo en la esperanza. Creo que uno de los logros más significativos que he visto a lo largo de mi vida es el derecho a la homosexualidad. Tenía amigos de juventud que sufrían mucho, era terrible. Eso ha cambiado. Hoy en día, tres de mis cuatro hijos son homosexuales, y cuando veo crecer a mis nietos en Los Ángeles y Nueva York sin vergüenza, sin dificultad y sin violencia… ¡Eso es un gran logro! Un consejo para activistas: enfócate en cambios que alivian el sufrimiento de la vida de la gente.

Visita España para presentar su libro sobre la violencia. ¿Por qué se centra en este tema justo ahora?
Estamos en la era de la violencia, y eso es algo muy preocupante. Pienso que lo que mucha gente llama violencia, lo hace sin partir de un punto riguroso. Tomemos un ejemplo concreto. Estoy seguro de que las reacciones en España han sido muy similares a las de Estados Unidos cuando oyeron las decapitaciones realizadas por ISIS. Pero, ¿cuánta gente piensa sobre el origen de todo eso? Para mí todo eso es consecuencia de la política exterior de Estados Unidos. ¿Por qué no hablamos de ello?, ¿por qué no hablamos de la política occidental? Una de las muchas razones por las que quería escribir este libro sobre violencia es porque siento que estamos sobreexpuestos a tantas imágenes, a tantas palabras, y dedicamos tan poco a pensar sobre lo que está sucediendo.

De ahí el subtítulo Pensar sin barandillas, una de las expresiones favoritas de Hannah Arendt.
Como señalo en mi libro, Arendt estaba convencida de que el surgimiento del totalitarismo en el siglo XX representaba una ruptura radical con la tradición. Ya no era posible apoyarse en categorías políticas y morales tradicionales para comprender nuestro tiempo. Ya no podemos depender de barandillas ni de puntos estables. Hoy en día, una decisión financiera tomada por alguien desconocido puede afectar a millones de vidas. Esto es algo terrible que está sucediendo ahora mismo, ¿y quién es responsable?

Pues no sé si la Universidad ofrece ese marco de pensar sin barandillas… Hoy es más importante publicar que pensar.
Yo no sé si hubiera estado interesado en entrar en el mundo académico en estos tiempos. Y lo que sucede es algo internacional, en todo el mundo la profesionalización de la vida académica está matando la vida mental, realmente lo pienso. Creo que fui muy afortunado de incorporarme a la vida académica en un momento determinado que nos tocó a mí, Charles Taylor, Jacques Derrida, y a muchos de una generación que llegamos a la filosofía tras la Segunda Guerra Mundial. ¿Y qué era la filosofía entonces? Era una vida del intelecto (it was a life of the mind). Nunca tuve que detenerme a pensar en cuánto y cómo tenía que publicar, o que tuviera que satisfacer los deseos burocráticos para lograr una posición.

Volviendo a tu libro, en referencia al estudio que haces del concepto de violencia y monoteísmo de Assmann, y a tenor de la violencia de estos tiempos. ¿En qué medida compartes la existencia de esa relación que une violencia y religión?
Toda mi vida la he dedicado a luchar contra el fanatismo y el fundamentalismo, ya sea filosófico, teológico o religioso. Permíteme empezar por la conclusión. Frecuentemente, cuando la gente piensa sobre violencia, secularismo y religión, se tiende a ligar inmediatamente la religión con violencia. Yo creo que la violencia sistemática es independiente. Las formas de guerras que nos invaden pueden ser violentas incluso si se trata de seculares. La cuestión así formulada es pues engañosa. Dicho esto y en cuanto al trabajo de Assmann, una vez defiendes -siguiendo la distinción de Moisés- que Dios es uno y la tuya es la única y verdadera religión, ya estás creando el caldo de cultivo en el que se puede desarrollar la violencia. Creo que una lectura interesante del texto de Assmann es de qué manera esos brotes o momentos monoteístas pueden generar violencia una y otra vez. Rápidamente se crea el bando de los verdaderos creyentes y el bando de los infieles, y estos pueden ser asesinados. Pero la cuestión no es la religión, es la mentalidad. Si tienes un punto de vista religioso envuelto en humildad y duda, entonces ya es diferente. Pero insisto, es una cuestión de mentalidad más que de religión. ¡Hay seculares bien fanáticos!

Cerremos con Hanna Arendt. Cuénteme algo que no haya contado aún a otros periodistas.
Puedo contarle cómo la conocí. Fue en 1972. En esa época no estaba interesado en su trabajo. Estaba más interesado en lo que se producía en la Escuela de Frankfurt. Además, me parecía arrogante la manera en que ella leía a Engel y Marx. Sucedió que en esa época alguien escribió una crítica negativa de mi libro. Quien firmaba la crítica era un exiliado alemán, alguien arrogante que despotricaba muy ofendido preguntándose qué hacía yo, un angloamericano, hablando sobre Hegel. Nadie entonces escribía sobre Hegel en América. Me hice a la idea de que la única persona emigrante alemana y arrogante que conocía era ella. La cuestión es que alguien la invitó a dar una conferencia en la New School, ella todavía no enseñaba allí; y dijo que quería encontrarse conmigo. Yo no tenía ni idea de para qué quería verme. Y la razón por la que ella quería encontrarse conmigo era para decirme lo mucho que le había gustado mi libro. Desde entonces comencé a leerla seriamente (ríe). La cuestión es que escribí en ese tiempo un libro sobre la condición humana y la acción, que titulé Praxis y acción (Alianza editorial). En el libro había una nota a pie de página que no pasó indiferente a la lectura de Hannah, quien sin embargo no quiso a entrar a discutir sobre Marx y Sartre, eso no le interesaba, pero sí a través de esta nota a pie de página sintió –dijo- que era un joven tratando de hacer algo original. Fue una noche errática y polémica en la que estuvimos discutiendo desde las 8 de la tarde hasta las 2 de madrugada. ¡Así era Hannah Arendt! Nos vimos muchas veces desde entonces y durante los tres años que todavía vivió.

Berta Ares Yáñez

Periodista e investigadora cultural. Doctora en Humanidades. Alma Mater: Universidad Pompeu Fabra.

6 Comentarios

  1. Hola
    Seguramente me hubiera pasado desapercibido el libro, así que ahora quizá pueda prestarle atención, gracias a la entrevista.
    Me interesa mucho el trabajo del primer marido de Hannah , Gunter Anders, a mi parecer nos puede ayudar a entender este mundo «máquina «, en donde el hombre pasa a entenderse como una «obsolescencia» y se pretende con ahínco su ceguera total.
    Saludos.

  2. Gracias Rubén. Eres la segunda persona esta semana en citarme el trabajo de Gunter Anders. Es impresionante de qué manera estos intelectuales ya entrevieron el mundo que surgía de la pérdida de esas barandillas. Y fíjate en que situación nos encontramos hoy de ceguera y abandono. Agradezco no sólo los comentarios, sino también las recomendaciones que me haces llegar.
    Un saludo

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  5. Gracias Bertha por la entrevista. Afortunadamente hay intelectuales que generan reflexión sobre lo que nos acontece y visualizan caminos. Y periodistas, cómo tu, que de manera sencilla llevan esas ideas al gran público. Saludos desde Colombia.

  6. Estoy comenzando a leer a Hannah Arendt y está entrevista me ha venido «como anillo al dedo» para estimular no solo la lectura de Arendt sino de muchos autores de su generación y muy actuales para comprender nuestra actualidad. Muchas gracias!!!

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