Dos personajes vertebran Los puntos ciegos, de Borja Bagunyà : Antoni Morella, profesor de literatura en la universidad, y su mujer, Sesé, ginecóloga en un hospital. Ambos afrontan la vida con parecidas dolencias existenciales: él debe acometer su trabajo en un contexto de desilusión y apatÃa viendo cómo el departamento al que pertenece se transforma siguiendo las modas socioculturales (y el postureo) del momento que acaban imponiéndose en su organización. Sesé debe afrontar problemáticas más complejas debido a su labor e, incluso, y, sobre todo, hacer frente a demandas y, en última instancia, a la contemplación de lo informe manifestado en un bebé que nace con malformación. Ambos trabajan en entornos institucionales jerarquizados, que con el paso del tiempo ahogan toda posibilidad, o, al menos, la merman, de un desarrollo personal más allá de lo impuesto, de las directrices marcadas. Los puntos ciegos puede ser muchas cosas, y una de ellas es el relato de esta pareja y de su crisis; una crisis, que tiene tanto que ver con ellos como por aquello que los rodea.
Bagunyà ha creado dos personajes de gran complejidad a partir de dos arquetipos que finalmente acaba hablándonos de todos nosotros. Morella es un hombre frustrado, que siente que ha fracasado (que está fracasando) desde cierto punto de vista; pasa los dÃas anhelando escribir ese gran texto que, sin embargo, nunca se pone a escribir, como si fuese a escribirse solo (al final, Los puntos ciegos, bien podrÃa ser esa obra: la circularidad que crea Bagunyà en su cierre podrÃa apuntar a ello, aportando a su novela un cierto sentido metaliterario). PodrÃa decirse que, Los puntos ciegos es, también, una novela sobre cómo Morella avanza hacia ese proceso de escritura resultado de la confluencia entre ficción y realidad a su alrededor. Pero para llegar ahÃ, Morella debe recorrer un itinerario que Bagunyà aprovecha para poner de relieve de manera incisiva y por momentos, muy divertida (a pesar, o por ello mismo, de lo trágico que anida en una organización, la universitaria, la académica, que aparece como un espacio, un lugar, aislado, endogámico, asentado en unas normas tan absurdas que acaban ahogando su naturaleza; un punto ciego o muerto). Por su parte, Sesé es más honesta a la hora de afrontar la vida (quizá por eso sufre más; o de otra manera), habla sin tapujos (no como su marido, que, corroÃdo por la envidia, apenas es capaz de enfrentarse a aquello que detesta) y afronta su trabajo con una dedicación parecida a la de él, pero desde luego de una manera mucho más efectiva. Un dÃa asiste a un parto del que nace un bebé con una malformación. AhÃ, todo cambia en sus vidas. Es el detonante que ejemplifica, entre otras cosas, unas vidas cuya aparente uniformidad y orden esconde, en realidad, lo informe y el caos.
Junto a Morella y Sesé, Bagunyà despliega una serie de personajes que contrapuntean el devenir de ambos. Como el repelente sobrino Olof, representante de una generación ante la que Morella se siente incapacitado para entender y reaccionar ante ella (y que Bagunyà representa con una magnÃfica ironÃa, producto de una precisa observación de nuestra realidad que extiende, además, a otras generaciones anteriores en una visión de nuestro presente francamente corrosiva); sus compañeros de departamento, como Olivier, o Santoro, que trabaja con Sesé en el hospital, dos personajes deleznables que ubicados en diferentes lugares se comportan de una manera parecida. O Gerard, el hermano de Morella, cuya aparición se establece mediante el recuerdo de Morella de su vida a través, ante todo, de diversas notas a pie de página que Bagunyà va introduciendo en diferentes capÃtulos y que conforman un correlato propio (explica elementos de la historia, pero pueden funcionar por sà mismas a pesar de que su sentido final se encuentra en la relación que se establece con el presente narrativo de Morella).
Todos ellos transitan las páginas de Los puntos de ciegos a través de las cuatro partes que la estructuran (“Los últimos serán los primerosâ€; “Libro del osteogénesisâ€; “El tiempo de la ignorancia y el tiempo del conocimientoâ€; “La zona mudaâ€) y cuya narración avanza linealmente para, como decÃamos, llegar a un final que conduce a una idea de circularidad que da sentido al conjunto. Bagunyà consigue aunar de manera magnÃfica un sentido narrativo lineal, casi tradicional, con una disrupción constante de esa aparente normatividad narrativa. Con un trabajo formal impecable, de gran riqueza léxica, Bagunyà interrumpe constantemente con disgresiones, con las citadas notas al pies, con un sinfÃn de paréntesis y con laberintos discursivos que componen una narración que apela a un hiperrealismo que va más allá de lo meramente descriptivo contextual: ahonda en el pensamiento, en la forma mental, como vehÃculo para la construcción de una mirada que puede o no tener que ver con lo conocido como real, pero que desde luego se acerca a ella al mirarla desde otro lugar que, en muchos momentos, se acerca al absurdo. Porque, en verdad, el mundo de Morella y de Sesé, de tan reconocible con el nuestro, es absurdo. Porque nuestra realidad, lo es.
Bagunyà ha escrito una novela absorbente y casi inabarcable en su propuesta que tiene, entre muchas virtudes, la capacidad de realizar un trabajo formal experimental en el interior de una construcción que podrÃa considerarse convencional, superando, además, en esa confluencia, cualquier posible forma de etiquetar a la novela. Porque Los puntos ciegos es, también, una novela sobre la forma literaria como representación de la forma del mundo. O, mejor dicho, una novela sobre cómo trabajar la forma literaria para poner de relieve lo informe de una realidad, la nuestra, y de la condición humana. Bagunyà ahonda en los deseos y en los temores de nuestro presente, en las formas establecidas de la sociedad, en su absurdo, en lo pesadillesco que, en el fondo, es todo. Y, aun asÃ, bajo toda esa informidad, Bagunyà muestra un enorme humanismo: no hay en Los puntos ciegos cinismo alguno, sino la mirada hacia una vida que, para vivirla de manera plena, quizá, se debe abandonar, como apunta ya la cita de Novalis que abre la novela, el deseo constante de alcanzar lo absoluto, lo sublime o lo transcendental. Y dedicarse a vivir. Para llegar a todo ello, no se puede hacer sin, simplemente, mirar alrededor con los ojos abiertos. Aunque sea desde los puntos ciegos o muertos en los que nos encontramos (o, precisamente, es desde ellos desde donde debemos mirar para, al final, ver).