«Lo único que espero es estar vivo cuando muera.»
Ebrio de enfermedad (Intoxicated by My Illness (And Other Writings on Life and Death, 1992) es un conjunto de textos relativos a la enfermedad y a la muerte escritos por Anatole Broyard después de habérsele diagnosticado un cáncer de próstata, enfermedad que le provocarÃa la muerte catorce meses después. Broyard reacciona ante el diagnóstico fatal con lo que él entiende que no es valentÃa sino deseo: su vida tiene ya un plazo concreto, y su empeño es emplearlo en hacer todo aquello que desea y que, de no haber habido la enfermedad de por medio, seguramente habrÃa pospuesto.
«Mi experiencia inicial de la enfermedad fue la de una serie de sacudidas sin relación unas con otras, e instintivamente pensé que lo primero que debÃa hacer era tratar de controlarla dándole la forma de una narración. En las situaciones de emergencia siempre inventamos relatos […]. El relato, la narración, parece ser una reacción natural a la enfermedad […]. Los relatos son anticuerpos contra la enfermedad y el dolor […]. Al principio me inventaba microrrelatos. La metáfora era uno de mis sÃntomas.»
Al tratar de convertir la enfermedad en un relato Broyard busca humanizarla, interiorizarla, desproveerla de su carácter externo, más amenazante por desconocido que por el peligro que pueda conllevar, y traerla al campo propio, donde poder desenmascararla y, parcialmente desarmada, combatirla: quien logre imponer su relato, vencerá.
«La escritura es un contrapunto de la enfermedad. Obliga al cáncer a pasar por mi carácter antes de que pueda llegar a mÃ.»
Es un error dejar que la enfermedad se adueñe del cuerpo porque en ese caso es ella la que marca los tiempos y decide qué hacer y cuándo; en definitiva, impone su relato, la mayorÃa de las veces en un lenguaje, el dolor, que no podemos comprender y que nos imposibilita para cualquier tipo de reacción. DeberÃamos ser capaces de apropiarnos de ella, de hacerla nuestra y asà imponer nuestras condiciones; sólo en este caso seremos capaces de dominarla, de conjurarla cuando nos apetezca e, incluso, de utilizarla contra ella misma.
En todo caso, es imprescindible mantener una actitud eminentemente belicosa: ni rendirse, o estás perdido porque te dejas en sus manos; ni pactar, porque su posición de dominio le facilita el imponer sus condiciones:; sólo cabe la confrontación.
«Lo que un enfermo crÃtico necesita, sobre todo, es que le entiendan. Morir es un malentendido que es preciso aclarar antes del fin. Y a uno es imposible que se le entienda, su situación no se puede apreciar del todo hasta que su familia y sus amigos, que lo miran a uno con una mezcla de amor y de vergüenza, sepan, y lo sepan de una manera Ãntima y absoluta, cómo es la enfermedad que tiene.»
Uno de los textos más interesantes del volumen es el denominado La literatura de la muerte, en el que Broyard pasa revista, someramente, a lo que se ha escrito sobre el tema y distingue las diferentes épocas, incluso las décadas en los últimos años, que han dado lugar a distintas orientaciones. Por supuesto que aprovecha para poner a caer de un burro -aunque, al final, acabe cayendo en la trampa- a la tanatoescritura del tipo Kübler-Ross y, en general, a los escritores hiperventilados que, en su afán por dar una respuesta a Tolstoi -«no entiendo qué se supone que tengo que hacer ahora», dicen que fueron sus últimas palabras-, se pierden entre doctrinas pseudoreligiosas y elucubraciones submentalistas.
Sin embargo, el texto literariamente más potente es Lo que dijo la cistoscopia, un concentrado relato en el que el protagonista cuenta, con un verismo escalofriante, los últimos dÃas de la vida de su padre, aquejado de un cáncer terminal: la precisión progresiva de los diagnósticos, la peregrinación por diversos hospitales, las relaciones con otros enfermos, y la formación y posterior desestimiento de la estrategia del avestruz: mientras el enfermo verbaliza sus ya inútiles propósitos de enmienda tras la imposible curación, su esposa, abandonada a la inevitabilidad del desenlace, queda inmovilizada por un dolor que nadie le ha enseñado a soportar, y el hijo, incapaz de reaccionar a la situación, se siente extraviado entre las nuevas responsabilidades que se ha visto obligado a asumir. Son sentimientos que van siguiendo su evolución, paralela al progreso de la enfermedad y al agravamiento del padre, hasta converger gradualmente hacia la inevitable y despiadada realidad.
«Â¿Por qué han llegado tan tarde toda esta sabidurÃa, toda esta belleza?»