El pasado veintinueve de marzo se cumplieron ocho años del primer post en el blog Je dis ce que j’en sens, pero hasta el dÃa tres de octubre no se cumplirá el mismo perÃodo para las primeras Notas de Lectura; como habrán visto los seguidores más o menos constantes, si es que los hay, o los visitantes esporádicos, han pasado por allà libros de los más diversos pelajes que revelan un gusto ecléctico y a menudo irrazonable; ha habido libros que me han gustado poco pero que he creÃdo que merecÃan algún comentario y libros soberbios cuya magnitud empalidecÃa cualquier consideración. Razones laborales pero sobre todo de preferencias personales han llevado al blog muy poca literatura española en cualquiera de las dos lenguas que comprendo, castellano y catalán, aún sabiendo que ese prejuicio me sustraÃa de leer grandes obras literarias, que algunas debe haber, aunque sean Ãnfimos chispazos apenas manifiestos en una espesa oscuridad, escritas por autores contemporáneos; seguramente algún dÃa tendré que arrepentirme por no haber leÃdo a este o a este otro autor pero, para suerte mÃa, y a pesar de no contar con las referencias necesarias, al menos podré decir que sà que he leÃdo la que, a mi entender, es la mejor novela -con todos los matices de género que se quiera- en lengua castellana del siglo XXI, y que con la muerte de Francisco Casavella, a semejanza de lo que representó la desaparición de David Foster Wallace casi con la misma edad para las letras anglosajonas, se perdió la gran esperanza blanca de la literatura española.
«Nadie sabe nunca la verdad.»
El dÃa del Watusi es la reedición en un solo volumen de Los juegos feroces (Mondadori, 2002), Viento y joyas (Mondadori, 2002) y El idioma imposible (Mondadori, 2003), tres novelas que, ya en su origen, compartÃan escenario, la Barcelona del último tercio del siglo XX desde el chabolismo de la montaña de Montjuïc, la transición del franquismo a la democracia y hasta los fastos olÃmpicos -a menudo se hace difÃcil no leer en clave comentarios relativos a la situación polÃtica en un momento determinado y no encontrar correspondencias en el mundo real- ; y protagonista, Fernando Atienza, un sujeto peculiar a quien se le encarga la redacción de un informe sobre cierto personaje cuya redacción es el libro que leemos.
«En ese momento recuerdo una expresión no sé si feliz, «A los raros nos pasan cosas raras», y me convenzo otra vez de que mi vida es una cadena de exageraciones; o quizá sean extremos esos puntos de giro, el accidente que provoca el cambio de costumbres y de edad, y el resto sea sólo lamerse las heridas y maravillarse como un tonto de los sucesos al fin banales que las causaron.»
Por supuesto, nada más comenzar le asaltan al lector infinidad de dudas acerca de la naturaleza de este Informe, teniendo en cuenta que los hechos que Atienza relata no tienen nada que ver, aparentemente, con ese tal Neyra; pero también acerca de la personalidad del redactor, un individuo con unos orÃgenes tan inciertos ponen en duda la utilidad de sus conocimientos.
«Siempre me he dejado dominar por una sensación de desapego que a un tiempo me salva y me aleja de los demás. Es lo que siempre ha sucedido. Pese a muescas intempestivas de placer y dolor, que se han ido grabando en alguna parte de mi biografÃa, la indiferencia verdadera me ha acompañado toda la vida. No he querido. No me he preocupado. No he sido. O he sido todos y ninguno.»
Pero es que duda es una de las palabras clave de una obra en la que nada es lo que parece a simple vista; ni siquiera el personaje que da tÃtulo al libro parece un personaje real sino el producto de una leyenda que, como todas, está formada por acumulación de anécdotas, de hechos espurios, legendarios también algunos, tergiversaciones de hechos reales lo más, que falsifican el punto de partida hasta hacerlo irreconocible: una vez suelta, la leyenda adquiere vida propia y es inconducible.
«El olvido que comporta la miseria es absoluto, como lo es el que implica la destrucción.»
Complots vecinales, conspiraciones económicas y conjuras polÃticas forman la columna vertebral de la historia que relata Atienza; la vida en el submundo de los barrios relegados, la relación con los traficantes, las putas y el resto de la fauna que puebla los márgenes de la ciudad y del sistema, la médula espinal que encierra esa carcasa; y los puntos de contacto entre ambos mundos, a veces separados solamente por una frontera tan permeable que llegan a confundirse, el marco que encuadra la acción.
«Meditaba en el rumor, en el chisme, esa máquina que mueve el mundo y transmite una y otra vez el mismo mensaje: «Siempre ganan los malos». La herramienta aniquiladora de los fuertes que utilizan el comentario casual entre hoyo y hoyo del campo de golf para acercarse el tocón de mentiras sobre el que apoyar la cabeza de sus competidores (o de todo un pueblo) antes de la caÃda del hacha; o la inmunda tabla de salvación de los débiles, que necesitan inventarse un poder que nunca tendrán, una falsa situación de privilegio, otra historia con la que jugar y que los mantenga vivos y alerta en su partida inveterada contra el mundo. Pasillos y bilis, patio de vecinas y paranoia, Rumores como anguilas asfixiándose en un vivero superpoblado hasta que revienta la pared de contención en las malas épocas.»
Para ello, un trabajo Ãmprobo teniendo en cuenta el nivel de calidad literaria al que el autor parece no querer renunciar, Casavella hace uso de una sólida amplitud se registros bajo un estilo común, como una partitura de bajo continuo sin indicaciones para la mano derecha en la que, por mucho que ésta improvise, por mucho que varÃe, por mucho que se desvÃe, la mano izquierda siempre acaba imponiendo su ley. Esa amplitud de registros toma la forma de historia de historias: un personaje principal cuenta unos sucesos -el Informe- ramificando la narración mediante episodios que le incumben directamente pero también por medio de relatos protagonizados por personajes secundarios o relativos a temas ligados indirectamente.
Es cierto que El dÃa del Watusi, tal vez debido a la extensión, tal vez a su origen en tres libros sucesivos, se resiente en algún fragmento con respecto al nivel general; la parte correspondiente originalmente a Viento y joyas mantiene la calidad literaria y el uso fantástico del lenguaje, pero se queda con muy poco argumento, o lo traslada al plano polÃtico, con lo que el tono narrativo se resiente y acaba transformándose en algo parecido a un thriller de los primeros avances de la transición. En todo caso, Casavella no retoma el argumento, que parece limitado a Los juegos feroces, pero sà que regresa, en cambio, la trama: la acción permanece en Barcelona, en el barrio del hampa, y vuelve a avanzar firme pero con fluidez; el protagonista se ha refinado, huye de la anécdota y del chiste, y los personajes grotescos, a pesar de que siguen apareciendo esporádicamente, han perdido protagonismo. La misma historia, la del Watusi, la del primer libro, vuelve continuamente, reformulada de acuerdo con la ocasión y reinterpretada en función del interlocutor, ese asunto pendiente cuya resolución parece depender del número de intentos por descifrarlo.
«- Es lo mismo que cuando tú dices que en las chabolas de Montjuïc habÃa un tÃo que asesinaba para la mafia de Marsella. Y que era bailarÃn. El Travolta, por lo menos. Y que violó, o no, o asesinó, o tampoco, a la hija de otro que le encargaba matar a gente y por lo visto era de la French Connection. Y todo eso con dos polis comprados, en un sitio donde se picaba la gente y secuestradores glam, lolitas putas y el Templo del Perro y su puta madre. Y el gitanillo folclórico. Y el chulo piscinas. Y una francesa que parece la hermana de El Padrino.»
La grandeza literaria de El dÃa del Watusi no puede resumirse en pocas lÃneas ni reducirse a un mensaje de contenido más o menos social, más o menos alternativo, más o menos justo, pero lo que sà deja claro es que solamente los poderosos, los que tienen la posibilidad de abrir nuevas perspectivas, poseen la capacidad de ensayar nuevos caminos, o de abrirlos si de eso de trata; los perdedores, en cambio, están condenados, aún siendo conscientes de ello, a repetir su historia. Lo cierto es que nadie aprende de los errores cometidos, pero mientras que los primeros poseen los instrumentos para evitar su repetición, los segundos se ven obligados a reincidir en ellos.
Hablaba antes de las máscaras tras las que Casavella esconde a sus personajes y a gran cantidad de los hechos que relata; también el desenlace -hay que tener mucho cuidado con ese concepto en El dÃa del Watusi- es tan súbito como inesperado, en el que nada es lo que parece y que replantea la historia desde el principio: todos los incidentes fueron interpretados erróneamente, todos los implicados falsearon su interpretación, todas las circunstancias fueron manipuladas -y el lector, más- para que los verdaderos culpables escaparon del castigo y los inocentes fueran perseguidos hasta la extenuación . Pero el pasado es un paÃs verdaderamente lejano al que es imposible volver. El presente puede ser abordado documentalmente, el pasado únicamente a través de la ficción.
«Porque a veces el viento abre ventanas de arrabales y tiemblan sombras en rincones oscurecidos. Ulula la sirena y aúllan los perros. Se asientan a avaricia y el cinismo, se deshacen las oportunidades frente a boquiabiertos de corazón encogido que no conciben, aún, vivir en este mundo. Y los pensamientos se agostan, se callan palabras que antes fueron estÃmulo, se desvanecen las imágenes violentas, libres, radiantes, del idioma imposible.»
El dÃa del Watusi son más de ochocientas páginas torrenciales de la mejor ficción.