Cuando en 2010, el escritor venezolano Edgar Borges (Caracas, 1966) publicó su novela La contemplación (Grup Lobher, España, 2010; Lavieri Edizione, Italia, 2013) Enrique Vila-Matas definió su literatura como un «complot contra la realidad». Siguiendo la estela de esta definición, se podrÃa decir que cada nuevo libro que Borges publica funciona como un avance de ese complot, un artefacto de la imaginación que tiene como objetivo dinamitar la realidad y hacer estallar cualquier forma cerrada de ver el mundo. En La niña del salto (Ediciones Carena, 2018), su nueva novela, se recupera una idea que ya venÃa trabajando en sus novelas anteriores: la imaginación como espacio de resistencia frente a un entorno opresivo.
La novela cuenta la historia de Antonia, una mujer que tiene el cuerpo secuestrado por las costumbres de su comunidad, y sobre todo por Dicxon, su marido y figura temida en Santa Eulalia de Cabranes, el pueblo pequeño en el que viven. Antonia lleva una vida gris en el pueblo y vive atrapada en una rutina que se limita a atender a su marido: le hace de comer y, cada tanto, entrega su cuerpo a sus caprichos sexuales. Poco después de casarse, Dicxon destruyó la biblioteca de Antonia, el único territorio donde ella tenÃa acceso a otros mundos. Cuando la novela empieza ellos tienen siete años de casados y tienen una niña. A la niña le gusta saltar en vez de caminar, y en sus saltos, Antonia encuentra un sucedáneo, fugaz, de la libertad. Además de la niña, Antonia tiene un cuaderno azul donde apunta sus fantasÃas. La niña y el cuaderno representan la imaginación que le permite sobrevivir a la opresión del marido y el pueblo. Un dÃa, mientras su marido planea el torneo de póker anual del pueblo, llegan unos forasteros a Santa Eulalia de Cabranes, entre ellos el escritor César Aira, y el mundo de Antonia se trastoca. Los forasteros planean un recital de poesÃa y Antonia, en su trato con ellos, reencuentra el mundo de poesÃa, amor, imaginación y libertad que habÃa descubierto en su juventud. Y a partir de entonces, en Santa Eulalia de Cabranes, empieza una disputa por ver quién domina el discurso que define la realidad.
En el fondo, me parece que La niña del salto es una historia sobre cómo al entrar en la edad adulta se pierde la rebeldÃa de la juventud, y cómo luego se puede volver a recuperar con apoyo de otros discursos que ponen en duda el orden de la realidad establecida. Desde un principio, queda claro que la novela está construida a partir de las ideas que Diane di Prima, la poeta feminista del movimiento beat, desarrolla en Loba, un libro que cuestiona la posición cultural que ocupa el cuerpo femenino en las sociedades patriarcales. En este sentido, La niña del salto se puede leer como una novela feminista. Me refiero a que es una historia que reivindica la recuperación del cuerpo (femenino) como instrumento de liberación. Gran parte de la novela gira en torno a la noción de la doble vida de Antonia, su pasado rebelde y su presente oprimido (y su potencial para volver a ser liberado). También se desarrollan ideas interesantes acerca de la imaginación, la belleza como forma de repensar el mundo y la literatura como elemento transgresor dentro de un entorno opresivo. El grupo de forasteros, con su recital de poesÃa, muestra el potencial que la literatura tiene para atentar contra las diversas formas del poder. Posiblemente el salto al que alude el tÃtulo de la novela es el salto hacia la imaginación que propone la literatura. Otro tema que me parece interesante destacar es la oposición entre el mundo cerrado del pueblo (mundo civilizado) y las reflexiones en torno a la naturaleza que aparecen a lo largo del libro. En el mundo que crea La niña del salto, hay varias referencias a un bosque: el bosque como un territorio donde convergen las personas y la naturaleza, como una zona de libertad y armonÃa, de quietud; un espacio, al fin y al cabo, donde es posible soñar. El bosque se extiende en el imaginario de los personajes como si fuera una página en blanco para reescribir el mundo. Esta idea se refuerza con la cita de John Fowles sobre el bosque como un lugar que despierta un sentimiento religioso, desde una perspectiva atea, o como una forma fÃsica de dios universal. Hay una relación estrecha entre la idea del bosque como espacio abierto, la infancia como terreno fértil para que germine la imaginación y la dimensión literaria como un espacio donde estos dos modos de habitar el mundo se pueden conjugar. La combinación entre la apertura de la naturaleza y la sabidurÃa de la imaginación infantil, transformadas en literatura, pueden convertirse en zonas de resistencia frente las formas cerradas de ver y experimentar el mundo. Solo hay que dar el salto.