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El cielo interior

A través de la narración, el reportaje y su propia experiencia, Stanisław Łubieński realiza una exploración brillante sobre nuestra fascinación por las aves | Foto: Jordi Jornet

En Pájaros y pajareros, Francisco Gragera menciona una excursión ornitológica hecha en el parque natural de Doñana, allá a finales de los 70s. No le dedica demasiadas páginas, solo las suficientes para dar a entender el sentido de urgencia personal por la visita: varios intentos y varios permisos, algunos fracasos y por fin un éxito. Es un capítulo breve en un libro breve, pero hinchado de atmósfera. En momentos parece una escena del Bosco, con cercetas, azulones y fochas por aquí, con agachadizas, calamones y cernícalos por allá. En otras, un cuento de Algernon Blackwood: la estancia en un palacio casi abandonado en medio de la naturaleza, rodeada por el canto de todas las aves. «Nos despedíamos de un lugar aún salvaje», escribe Gragera,» donde años atrás (Guy) Mountfort llegó a la conclusión de que las familias repartidas por la inmensa marisma vivían en paz con el mundo, felices con su destino».

Aunque no lo describe como tal, la sensación de misterio trascendente está presente a lo largo de todo el capítulo. Ese misterio trascendente que bien puede guiar la sensibilidad del místico, la intuición del científico o la imaginación del artista. La interpretación es lo de menos. ¿A quién le importa si se trata de la mera excitación electroquímica del cerebro o los destellos de la luz interior? Lo que importa es que gente a lo largo de la historia ha experimentado semejantes dichas, y semejantes terrores, cuando deciden alejarse y poner su atención en lo natural. En lo indómito y lo salvaje, que es la patria natural de toda nuestra especie.

Pero la nuestra es una especie que se exilia de sus orígenes. La presencia de un puñado de árboles ha pasado a ser un lujo en nuestras ciudades, donde el metro cuadrado de pavimento y concreto supera en creces al de flores y setos. Se habla mucho sobre como los árboles son el pulmón de nuestras sociedades, pero nos encanta seguir siendo fumadores. Que los parques y jardines, por no decir nada de los bosques, son importantes para el equilibrio emocional de la persona media no debería cuestionarse. Estudios se han hecho sobre la influencia del color verde en la salud mental, sobre todo cuando dicho verde viene de la copa de los árboles. Una razón más para tener plantas en casa.

Volcano

Algunos de los placeres más sencillos de la vida han pasado a ser un producto, y como todo producto, su posesión indica una forma de escala social. «En el siglo XIX», escribe StanisÅ‚aw ŁubieÅ„ski en Mirad las aves en el cielo (Volcano, 2021), «un residente de Varsovia no buscaba un respiro al ajetreo de la ciudad en Łazienki. La gente paseaba por los parques para resaltar su estatus social, para intercambiar reverencias de cortesía o para mantener una charla cultivada. No se permitía la entrada a las personas que no vestían adecuadamente, ni a los pobres, es decir, a los que podían destruir el idilio de la elite». No solo en Polonia, cabría agregar, sino en casi todas partes. Y aunque unas líneas más adelante ŁubieÅ„ski menciona que en este siglo las costumbres del paisaje son un poco más democráticas, lo cierto es que la naturaleza es cada vez más una comodidad. El mal llamado turismo ecológico, con su fascinante emisión de contaminantes, es un buen ejemplo. También la mala práctica de cobrar la entrada a parques y jardines de interés histórico o cultural. Parques y jardines que hace solo unos años eran de libre acceso y que ahora son una esponja de euros, dólares y pesos, gracias a las decisiones de ciertas ciudades a las que no se les dará publicidad aquí.

Para muchos de nosotros, Łubieński incluido, la observación de las aves ha pasado a ser el contacto más directo que podemos tener con lo natural en las ciudades en las que vivimos. Para muchos de nosotros, Łubieński incluido, ha dejado de ser un mero pasatiempo y pasado a ser un elemento importante de la personalidad. Un gusto que va más allá de la simple admiración por sus formas y sus cantos, de sus tragedias y comedias animales, y que se interesa por los detalles más especializados de su existir: las familias, los géneros y los hábitats que las definen. En las sutilezas entre esta y aquella subespecie, su relación con nuestras culturas y las historias de cada persona que ha encontrado en la ornitología, tanto la científica como la aficionada, un refugio a la monotonía y las crueldades del día a día.

Para nuestro placer, sí. Pero tal vez también para nuestro detrimento, pues «cuando el niño se intriga en distinguir entre el arrendajo y el gorrión», según escribió Eric Berne, «ya no puede ver a las aves o escucharlas cantar». La sentencia puede pecar de pesimista, aunque no le falta algo de verdad. Cuando uno comienza a interesarse en los detalles y buscar la especialización, la maravilla desinteresada por el vuelo de la abubilla o el canto de la alondra da paso a los asuntos más concretos de sus nombres según el sistema de Lineo, hábitos y costumbres, puestas y periodos de gestación Números y estadísticas. Si uno no se cuida, el romance de las aves puede perderse. Y que no se nos olvide: incluso en algo tan delicioso como la admiración por las aves hay una dimensión muy terrena, muy brutal. Su canto, que para nosotros es una dicha, es muchas veces un llamado a la reproducción y la guerra, y no hay nada más feo que un pájaro que asesina a otro pájaro. La propia actividad humana, en aras de la investigación, roza algunas veces el mismo grotesco. El anillamiento de las aves, un sistema por lo demás noble y no intrusivo diseñado por Hans Christian Cornelius, muchas veces puede tomar formas crueles y sanguinarias, como bien lo muestra ŁubieÅ„ski cuando toca el tema.

Pero, desde luego, en este libro también hay anécdotas culturales y científicas que son maravillosas. La historia del pintor Józef Chełmoński, triste y miserable, pero a gusto entre azores y avutardas que no eran ni azores ni avutardas. El enfado de James Bond, ornitólogo, cuando se enteró de que Ian Fleming había tomado su nombre sin permiso para bautizar al héroe de sus novelas de espionaje. Los monjes cistercienses que en el siglo trece llevaron un experimento con el que probaron la migración de las aves. Son historias que van desde las terceras personas a la primera del mismo Łubieński, como aquella ocasión en la que marchó rumbo a Essex para descubrir entre amigos y familiares cómo era la vida privada de J. A. Baker, autor de The Peregrine, uno de los clásicos del Nature Writing.

Aunque se habla de nombres importantes, e incluso de la presencia de las aves en el cine, más interesantes son las ocaciones en las que se cambia el enfoque hacia lo local y pequeño. En este caso, la vida del ornitólogo aficionado en Polonia, pues hay algo curioso, casi mágico, cuando quitamos la atención a las grandes ciudades como Londres y Nueva York y la colocamos en un contexto mucho más modesto. «Varsovia es, por supuesto», escribe ŁubieÅ„ski, «una metrópolis para las dimensiones de Polonia». Pero esas dimensiones, dentro y fuera de sus límites urbanos, son ricas en ocurrencias e historias. Así es el caso del suburbio de Szczęśliwice, donde viejos pescadores se reúnen en el parque para contar historias de mar y observar a las primeras currucas capirotadas que llegan con el amanecer de la primavera.

No se puede decir que el libro de Łubieński tenga una tesis central que lo lleve. O al menos no algo más allá de la fascinación por las aves y su peso en la cultura, que es un asunto demasiado general. No hay un hilo narrativo que lo lleve. Más bien, podría considerarse como una colección de ensayos que comparten sensibilidades y opiniones. Sus estilos son diferentes. Algunos son casi impersonales, otros, muy íntimos. Los hay cómicos y los hay negros, como ocurre con La última cena de François Mitterand, un segmento desalentador sobre la caza furtiva y la extinción de las especies con el que, por desgracia, se cierra el libro.

Negruras aparte, Mirad las aves del cielo es el tipo de libro que disfrutarán quienes buscan un poco de humanidad y estilo en sus lecturas sobre la naturaleza. No es ningún secreto que los últimos diez años han visto un crecimiento en el interés por estos temas, tal vez debido la situación ambiental en la que nos encontramos, tal vez por pura moda. Eso es lo de menos. Lo relevante es que en esta última década se han publicado gran cantidad de libros sobre asuntos naturales que presentan muchos números y figuras, muchos datos duros, pero en detrimento de la experiencia humana. Un enfoque muy sofisticado al aspecto puramente científico, pero descuidando precisamente a quienes se encargan de llevar dicho proceso. Recordemos las palabras de Eric Berne mencionadas un poco antes.

Łubieński retoma la narración y la pone en manos de hombres y mujeres ajenos al mundo profesional de la ornitología y más cercanos al del ciudadano común. No por nada, en 2017 ganó el premio literario Nike, orgullo reservado a lo más prestigioso de entre las letras polacas. Con este título Volcano continua con la línea editorial que la ha diferenciado de los demás; un buen equilibrio entre la literatura y la ciencia. Con traducción de Amelia Serraller, este no es el único libro escrito por Łubieński. No estaría mal algún día poder ver otro más en nuestra lengua.

Antonio Tamez-Elizondo

J. Antonio Tamez-Elizondo (Monterrey, 1982) es arquitecto, Máster en Arquitectura Avanzada y Máster en Creación Literaria. Su libro de cuentos 'Historias naturales' ganó X Certamen Internacional de Literatura 'Sor Juana Inés de la Cruz', 2018.

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