Eduardo Lago | Foto: Malpaso Ediciones

Las dos hélices de la literatura norteamericana

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Eduardo Lago | Foto: Malpaso Ediciones

Quien haya seguido la labor crítica y ensayística de Eduardo Lago no se sorprenderá que ese trabajo haya desembocado en una publicación como Walt Whitman ya no vive aquí (2018, Sexto Pisto). Lago, autor de la estupenda novela Llámame Brooklyn (2006), con la cual ganó el Premio Nadal, ha ido plasmando su interés y conocimiento de la literatura norteamericana en ensayos, artículos, prólogos y conferencias, muchos de los cuales ahora recoge, modificados y ordenados, en un magnífico volumen que aborda casi tres siglos de literatura norteamericana.

A modo de estructura, Lago divide su libro en dos partes, precedidas por un prólogo -una conversación inédita con David Foster Wallace– y un epílogo -entrevista con John Barth-, y termina con dos apéndices, uno con unas interesantes propuestas de planes de lectura estimadas en años de duración, y otro con un canon del cuento, con cuatro niveles diferentes. En cuanto a las dos partes, la primera, El país de las últimas cosas (Ensayos sobre literatura norteamericana), está a su vez compuesta por doce apartados y una magnífica coda, Crónicas de motel (Apuntes para un viaje en carretera), un recorrido por la literatura de Estados Unidos que completa y cierra lo expuesto en los anteriores capítulos. La segunda parte, La ciudad de las historias, se centra en la ciudad de Nueva York a través de una serie de textos alrededor de la ciudad sobre su relación con la literatura, y viceversa, y de artículos experienciales de Lago, quien reside en ella desde hace varios años, y que tiene en Tríptico de septiembre quizá el mejor de todos ellos, relatando sus vivencias durante los atentados del 11 de septiembre de 2001 y la llamada que recibió el 12 de septiembre de 2008 para solicitarle un obituario de David Foster Wallace, quien se había suicidado aquella noche.

A diferencia de otros libros que recopilan textos o artículos de un autor, opción más que válida, Walt Whitman ya no vive aquí proyecta la sensación de que, durante años, Lago, ha ido trabajando alrededor de unas ideas y un discurso que ahora ha articulado al reunir diferente material, otorgando una lógica al conjunto, respetando la naturaleza originaria de los textos, pero añadiendo lo suficiente como para conformar un todo unitario. Sobre todo, en lo concerniente a su teoría de la “doble hélice” de la literatura norteamericana, la cual rastrea a lo largo de las páginas ahondando en sus orígenes a partir de las bases fundacionales de la literatura narrativa en Estados Unidos, pero concentrándose en sus derivas a lo largo del siglo XX.

Cabe destacar que, aunque Lago denota tener un discurso bien definido al respecto, no muestra un interés especial en conformar categorías estancas, ni en realizar un canon cerrado -no lo hace, de hecho, ni cuando al final propone un canon: lo presenta más como guía, como apertura a la lectura, como una carretera abierta en varias direcciones para que el lector elija qué camino tomar, en qué sentido circular-. El autor no esconde sus preferencias, desde luego, pero lleva a cabo un ejercicio analítico y contextual, desarrollando un acercamiento crítico y discursivo que transmite tanto su amplio conocimiento como la pasión por el tema tratado.

De lectura obligada son los tres primeros apartado de la primera parte, en las cuales despliega una visión sobre esa “doble hélice” basada en la dicotomía entre una novela realista, de estilos mimético, y una más basada en lo experimental y que se asienta en lo que Lago llama “el arco iris de la dificultad”, juego de palabras a partir de la novela de Thomas Pynchon, uno de los autores que entrarían en esa categoría, y que Lago define de este modo:

“Las distintas respuestas de los autores de la dificultad a las falacias e insuficiencias del realismo cristalizan en un tipo de literatura que busca de manera deliberada salirse de sus propios límites a fin de observarse a sí misma, poniendo de relieve el proceso de gestación de la obra: literatura que se piensa a sí misma como literatura, ficción que es consciente de su condición ficticia, escritura cuyo tema es la escritura. Esta manera de entender el arte de narrar pasó a conocerse como metaficción o metaliteratura, términos de los que, como en el caso de posmodernismo, se ha abusado hasta hacer de ellos etiquetas inservibles”.

Así, Lago contrapone esta forma de abordar el gesto literario con el realismo, mostrando que en ambos grupos se encuentran literatos de toda índole y calidad, que bien un autor realista puede ser a su modo tan innovador como uno experimental y que por el mero hecho de experimentar con el estilo no por ello convierte a ningún autor en innovador y rompedor. A través de varios cuartetos, Lago explora a un conjunto de autores para encaminarse a una larga, detallada y brillante comparación de la famosa dialéctica entre Foster Wallace y Jonathan Frazen y lo que cada uno de ellos tiene de significativo dentro de la literatura norteamericana de los últimos años. Ejemplo de esta dicotomía lo encontramos en lo siguiente: en septiembre de 2002, Franzen publicó en The New Yorker el artículo ‘Mr. Difficult: William Gaddis and the Problem of Hard-to-Read-Books’. En él, cuestionaba esa literatura de la dificultad al considerarla elitista al imponer al lector un gran esfuerzo a la hora de adentrarse en sus páginas, con Gaddis como blanco de sus críticas. Ben Marcus, en octubre de 2005, publicó en Harper’s Magazine el artículo Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos (recientemente publicado por Jekyll&Jill), con el que contravenía el planteamiento de Franzen al respecto. Polémica, por tanto, que más allá de lo anecdótico, posee en su interior gran parte del motor vehicular de la creación literaria norteamericana de la segunda mitad del siglo XX y parte del presente siglo.

Estamos ante una lucha de “los dos polos de la literatura norteamericana”, en palabras de Lago, y que expone de manera muy amplia, indagando en las raíces de cada tendencia, su evolución desde la época fundacional de la literatura norteamericana, creando un relato orgánico en su evolución, pero abierto a las aportaciones individuales. En cuando a Franzen y Foster Wallace, Lago lo tiene claro:

“En tanto que los best sellers de Franzen tienen fecha de caducidad y sus ventas decrecen con el tiempo, surgen nuevas generaciones de lectores que se asoman con avidez a la obra misteriosísima que sigue siendo La broma infinita. La sombra de David Foster Wallace seguirá siempre proyectándose como una maldición sobre la presencia tangible de Jonathan Franzen, un fantasma que parece que quien apuesta por el pasado se entierra en el presente”.

Sexto Piso Ediciones

Pero más allá de exponer esta dicotomía o dialéctica, Lago usa La broma infinita y Las correcciones, además de por cuestiones de estilo y de lo que suponen dentro de una tradición más amplia, para exponer algunas cuestiones en derredor de la literatura; en este sentido, todo el relato de cómo Franzen fue construyendo la novela a modo de laboratorio de escritura resulta revelador y brillante (en cuanto a que expone lo calculado y estudiado de su escritura), para, después, llevar a cabo una lectura crítica de la novela muy ajustada de una obra irregular pero llena de interés en su conjunto, con partes de gran prosa y que ofrece el retrato descorazonador “de un tardocapitalismo más salvaje y agresivo que nunca, que en virtud de la omnipresencia y el poder de las nuevas tecnologías ha desembocado en una nueva economía marcada por una falta de escrúpulos éticos y cuyo radio de alcance es ilimitado por la circunstancia de la globalización”. Mientras que La broma infinita, “pone el punto final a la manera de entender la literatura en general, a la trayectoria seguida por la Escuela de la Dificultad en particular y, en resumidas cuentas, a todo el siglo XX”.

En el resto de los capítulos de esta primera parte, Lago nos ofrece textos independientes, pero con cierta conexión interna en cuanto a que abordan temas presenciales en los artículos más largos, con relación a lo que representa cada autor retratado. Así, una breve y muy hermosa semblanza de la vida y obra de Truman Capote, precede a dos capítulos sobre poesía: un interludio sobre Siri Hustvedt y otro artículo sobre Ted Hughes y su libro Carta de cumpleaños, recuperando la problemática alrededor del poeta inglés y su esposa, Sylvia Plath, un texto magnífico en cuanto a lo que supone de análisis por encima de posicionamientos. Tras estos, Lago ofrece textos sobre Tom Wolfe, para hablar sobre la posición del periodista y escritor dentro de la industria y su consideración como autor serio o simplemente oportunista; Junot Díaz y La maravillosa vida breve de Óscar Wao, que sirve para hablar de la literatura latina en Estados Unidos; un análisis de la magnífica Submundo de Don DeLillo; tres textos sobre Thomas Pynchon que, en su unión, aportan una amplia mirada sobre su obra a partir de ejemplo particulares –Mason y Dixon y Vicio propio-; sobre El plantador de tabaco de John Barth; y, finalmente, una reivindicación sobre la viabilidad de seguir creyendo en la ficción como un terreno en el que trabajar a partir de dos novelas, una de David Mitchell, Relojes de huesos, y otra de Ben Lerner, 10:04. Dos trabajos que suponen:

“Cada uno a su manera, un triunfo apoteósico de la imaginación, una celebración del arte de la ficción como modo de dar cuenta del tiempo en que vivimos. Si algo vienen a demostrar estas dos narraciones es que la gente no solo tiene para leer novelas con un alto nivel de calidad y exigencia, sino que las busca con avidez. La conclusión es clara: como forma artística, la ficción, el último invitado en llegar a la fiesta de la literatura (…), es un género literario en plena adolescencia, que dista mucho de haber agotado sus posibilidades”.

La segunda parte de Walt Whitman ya no vive aquí posee un cariz más abierto, menos teórico si se quiere, con textos alrededor de Nueva York y la literatura desde diferentes puntos de vista. Tras un apasionante y breve recorrido por la ciudad y su literatura, Lago continúa con el tríptico de septiembre mencionado para, después, entregar dos visiones sobre E.L. Doctorow, un acercamiento al Greenwich Village a partir de la película de los hermanos Coen A propósito de Llewyn Davis, la radiografía de un suceso criminal acaecido en Gramercy Park o una bella semblanza de Emily Dickison a quien dedica las siguientes frases:

“La soledad en la que vivió se encarna en imágenes imposibles, vehículos capaces de expresar formas del no ser, intraducibles. Sus versos son como los agujeros negros del idioma, capaces de arrastrar hacia el vacío la totalidad del universo. Redujo el lenguaje al latigazo de un solo vocablo: No, que definición como la palabra más poderosa del idioma y todos los números al cero, capaz de incendiar el pensamiento con su poder fosforescente. (…) La voz que anima sus poemas, las frases en las que condensa lo que hay de esencial en la vida, están atrapadas entre guiones como alambradas. Coaguló el poder de la palabra en la imagen de la nada, que inmovilizó con terrible precisión en sus cartas”.

Los apéndices finales de Walt Whitman ya no viven aquí ofrecen dos guías para los lectores que quieran indagar más en la literatura norteamericana a través de títulos y de autores que habrán acompañado la lectura de este magnifico ensayo que, como decíamos, aúna de manera magistral el conocimiento, el pensamiento crítico y la pasión por el tema tratado.

Israel Paredes

Israel Paredes (Madrid, 1978). Licenciado en Teoría e Historia del Arte es autor, entre otros, de los libros 'Imágenes del cuerpo' y 'John Cassavetes. Claroscuro Americano'. Colabora actualmente en varios medios como Dirigido por, Imágenes, 'La Balsa de la Medusa', 'Clarín', 'Revista de Occidente', entre otros. Es coordinador de la sección de cine de Playtime de 'El Plural'.

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