Ray Loriga | Foto: Jeosm

El abismo de la felicidad

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Ray Loriga | Foto: Jeosm
Ray Loriga | Foto: Jeosm

Hace unos días, tuve, cosa inusual, la mañana para mí tras la cancelación de un trabajo. Decidí, en un rapto de inspiración, ir a fnac y leer la nueva novela de Ray Loriga, Za Za, emperador de Ibiza, que ha publicado Alfaguara. En otras circunstancias, la hubiese comprado sin dudarlo pero, para decirlo con suavidad, mis arcas no atraviesan su mejor momento y, además, hace años Ya sólo habla de amor me había decepcionado (aun reconociendo que es una obra muy bien escrita que desnuda la ruptura amorosa sufrida por el escritor) porque el motor de la novela, esto es, lo del baile en la embajada Suiza, era deficiente, una trama sin fuerza que no podía hacer andar nada. Pero regresemos a la mañana de hace unos días. Y ahí estoy yo, aparcando la moto, llegando a fnac, sentándome en una butaca blanca algo sucia con Za Za, emperador de Ibiza entre las manos, y con cierta prisa, lo reconozco, porque únicamente tenía unas cuatro horas para leerme la novela: eran, en ese momento, sobre las once de la mañana y debía recoger del colegio a mis dos hijas a las tres y media, y el colegio no estaba precisamente cerca de la fnac…

Pues bien, me puse a leer sin demora y con el acelerador levemente presionado, una lectura que obviaba, en consecuencia, el detalle, una lectura que no podía detenerse lo que hubiese deseado en determinados párrafos…, lo cual ayudó a restarle profundidad a la novela, a considerarla mero entretenimiento: un suceso no circunstancial, relevante a todas luces, que Ray Loriga –intuyo– ha buscado y en mí, precipitado por la exigida velocidad de la lectura, conseguido. En otras palabras, me barrunto que Loriga ha querido engatusar al lector, incluso al crítico resultadista, con las capas superficiales de la novela, y que lo ha logrado en muchas ocasiones. Sin embargo, si se lee con atención, o si se relee (como yo estoy haciendo ahora mentalmente al escribir esta reseña), la profundidad es innegable: baste recalcar que la felicidad es el abismo que sustenta la novela.

Alfaguara
Alfaguara

Digámoslo ya, el escritor inventa, y hace muy bien –para qué amargarse– una droga perfecta que proporciona felicidad, una felicidad plena pues “no hay día de después” (cito de memoria), o sea, no hay salida, o final, de la felicidad creada con la droga. Una droga, un placebo…, ya puestos, da igual. Es cierto que también, como se ha dicho, quizás en demasía, Loriga ha querido divertirse y divertir con Za Za, emperador de Ibiza, cosa que en ocasiones logra, y un servidor no es de carcajada fácil. Es cierto que Loriga también proporciona otras cuantas profundidades aledañas, como la posible independencia de un territorio, la geopolítica del narcotráfico o la neuropsicología, pero no calan demasiado porque son necesarias únicamente para ocultar el abismo de la felicidad que sustenta la novela, es como si Ray hubiese ideado una serie de inhibidores que dificultasen el descenso al verdadero nivel desde el que se ha creado esta novela, el nivel de la desesperación, tan actual, por cierto; por eso el escritor nos engatusa con sexo, drogas, fiestas y lujo made in Ibiza, con los tópicos ibicencos, en definitiva, y que se agradecen, no vayan a equivocarse; por eso aparecen en la novela referencias a la DEA (Drug Enforcement Administration), a Obama, o al Dueño del Agua. Por eso se muestra todo el oropel en primer plano, tan obvio.

Pero hay que mirar más allá, o mejor dicho, con mayor atención, enfocando los detalles. Esto me recuerda al principio de la novela, cuando Zacarías Zaragoza, alias Za Za, el protagonista, por supuesto, en una de esas tiendas de ropa del puerto de Ibiza, duda qué camisa comprarse entre dos camisas a simple vista idénticas y para decidirse inspecciona cuidadosamente las costuras de ambas, percatándose de las sutiles diferencias en la calidad de estas. Así, ya con los ojos más abiertos, si releemos determinados pasajes (cosa que yo estoy haciendo ahora en mi cabeza), percibimos el minucioso trabajo del escritor para ir contando en imágenes dobles lo que en realidad ocurre, esto es, superponer felicidad y verdad, imaginación y realidad; y pienso ahora en la llegada del enorme yate al puerto de Ibiza, obviamente llamado ZaZa, como la droga perfecta de la novela, cuando comienza la acción, como también pienso ahora en el helicóptero que entrevé Za Za, despegando de ese lujoso barco, o Zulema, la simia, y Zulema, la hermosa Lolita con dotes adivinatorias, personaje que ve, o que ya ha probado, el futuro… Son estas, y muchas más, las distintas capas que van dando profundidad a una novela que, en principio, se nos antoja superficial, pero que, creo que a estas alturas queda claro, no lo es. El escritor de cuarenta y siete años recién cumplidos ha elegido este recurso para enfatizar ese descenso a la oscuridad de la felicidad, allí donde es posible confrontar verdad y felicidad, la máscara con su dueño.

Za Za, emperador de Ibiza nos incita a replantearnos qué es la felicidad, qué seríamos capaces de dar a cambio de una felicidad perfecta y a nuestra medida. Es entonces cuando Ray Loriga nos saca del sueño, de su sueño, con un manotazo de verdad, repentino, que me pareció lo mejor del libro. El escritor dinamita sin atisbo de duda el edificio construido bien que mal por las disparatadas aventuras de Za Za para que sea engullido hacia las profundidades en un santiamén, como aquel impactante agujero que se llevó algunas viviendas y dos vidas en Guatemala en 2010. De hecho, recuerdo todavía un par de segundos –impagables– en los que sentí cierto mareo tras esa desaparición súbita que precipita el final de la novela e imponía, en mi caso, el regreso exprés desde las páginas del libro hacia la realidad de las tres de la tarde, momento de encaminarme hacia el abismo de la felicidad de tener que recoger a mis dos hijas del colegio, y que, luego, estuviesen allí esperándome; esa felicidad imperfecta, pero de verdad, y frágil y fugaz porque se están peleando por una hebilla del pelo de color rojo, la misma hebilla que no les importaba nada ayer, la misma hebilla que mañana, y en un puñado de minutos, estará tirada sin que nadie le haga caso, una hebilla de repente muy especial e importante aunque tengan en casa cincuenta hebillas del pelo más, también algunas rojas, de todos los colores, en realidad.

Estanislao M. Orozco

Estanislao M. Orozco (Málaga, 1977) es Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos por la UGR y posee un Máster en Gestión del Patrimonio Literario y Lingüístico Español. Actualmente prepara el doctorado en Literatura en la UMA. Es colaborador de la revista Manual de Uso Cultural que se edita en Málaga y de la revista Rocinante, de Quito (Ecuador). Ha publicado relatos en las revistas digitales Cinosargo, Pliego Suelto y Palabras Diversas.

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