Jon López de Viñaspre | Foto de Meritzell Paluzie

El clan de los Benasperi

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Jon López de Viñaspre | Foto de Meritzell Paluzie
Jon López de Viñaspre | Foto de Meritzell Paluzie

La sociedad líquida de Baumgarten y las teorías del decrecimiento de Serge Latouche resuenan en estos relatos nómadas de López de Viñaspre. Unos cuentos que muestran como el tiempo y las necesidades creadas nos encadenan a un modo de vida concreto que nos retiene y nos aliena. Cristina Montiel, en el prólogo, afirma que la sociedad dibujada en estos relatos, que no es otra que nuestra sociedad,

“representa la esclavitud física ligada al trabajo en forma de tiempo y la esclavitud mental como hipocresía y falsedad en forma de necesidades creadas y complejas.”

Palamedes Editorial
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El primer relato, La leyenda de Inverglass, muestra la vacuidad e ingenuidad de un pueblo pesquero amarrado al pasado donde la autoridad la siguen imponiendo el alcalde y el párroco. Un pueblo que despierta trastornado por la aparición de una ballena gigante azorada en la playa. Igual que algunos de los mejores libros de Saramago (Ensayo sobre la ceguera, La caverna o Ensayo sobre la lucidez), se plantea “qué pasaría si…” ¿y qué puede haber más sorprendente que una ballena de 25 metros y 60 toneladas? Pues la estupidez humana, las supersticiones, las tradiciones y los valores arcaicos.

El segundo relato, Kantuta, muestra un personaje aquejado de lo que Vila-Matas bautizó con el nombre de «el mal de Montano»: un enfermo de la literatura. Muestra el conflicto entre cultura y civilización, pero también, entre racionalidad e instinto. Los libros, representantes de la cultura, liberan a Kantuta de una civilización que detesta pero, al mismo tiempo, le roban la fuerza y la salud. La duda que plantea López de Viñaspre es quién es más prisionero, aquel que está más alienado (Kantuta sumida en la obsesión por la lectura) o aquel que ha caído en la trampa de la sociedad.

Los cinco componentes de El clan de los Benasperi (tercer relato) aparecen como la encarnación del superhombre nietzscheano. Individuos vitalistas, fuertes, alejados de la civilización constrictora y en contacto directo con la naturaleza. “No hemos sido nunca espectadores de la vida”, afirman, y la crítica a Schopenhauer se hace evidente. Son personajes que deciden tomar la rienda de sus vidas y actuar frente a las injusticias del mundo que les rodea en pro de la libertad porque ¿cómo “podemos enseñar a nuestros hijos a ser libres en estas ciudades tupidas de normas y prohibiciones?”

En La balada del tirolés atípico, el autor muestra, una vez más, como el futuro, el progreso, no implican una mejora humana sino únicamente económica (general hasta hace poco, para algunos en estos momentos) y tecnológica.

Huyendo de la visión de la vida de cada individuo como la mera repetición de las vidas previas de sus antepasados, el protagonista decide luchar para llegar a vivir. Para no llegar a la muerte y descubrir (como en el poema de H.D. Thoreau) que no ha vivido.

El increíble hombre bala cuenta la historia de un individuo perdido que se busca durante años hasta que se convierte en hombre bala. Tal vez porque los golpes contra el suelo le devuelven a la vida, tal vez porque le acercan más a la muerte.

Ambientado en el Fórum de las culturas de Barcelona, es el primer relato donde el protagonista no huye de la civilización para refugiarse en la naturaleza (o en los libros, como Kantuta) sino que ocurre justo lo contrario: se introduce de lleno en la civilización y la cultura. Quizás por ello el dolor que acaba sintiendo es mucho mayor.

El último relato, Los cuatro suicidios del poeta Otavio, es un canto a la resistencia. A la obligación de seguir creyendo en la poesía (la belleza, los sueños…) a pesar de las dificultades crecientes. Otavio se pregunta en más de una ocasión

“¿qué carajos hace un poeta vivito y coleando en un siglo en el que nadie compra poesía?”,

se lamenta de la vida, “¡qué caricatura de la vida es esta vida!”, pero a pesar de sus múltiples intentos de huir, sus cuatro suicidios fallidos, sigue viviendo como un símbolo de los sueños e ilusiones que un día tuvo la humanidad.

Resulta curioso ver como, pese al vitalismo que irradian todos los cuentos, su sentimiento general de la necesidad de actuar, de volver a la naturaleza, a la vida auténtica, del desapego de la sociedad corrompida y corruptora, los narradores de prácticamente todos los relatos son meros observadores de las acciones de los demás. Solo el protagonista de El clan de los Benasperi vive las experiencias que narra, pero las narra solo en tanto que tiene una voluntad documentalista de preservar sus gestas, no por decisión propia. Estos personajes viven, actúan, no escriben. Son los demás, los espectadores pasivos que solemos ser todos, los que cuentan sus vivencias. Quizás para contribuir a la modificación de nuestro comportamiento. Quizás por admiración hacia aquellos que hacen lo que realmente nosotros querríamos hacer.

Roger Simeon

Roger Simeón es licenciado en Filosofía (UdG) y Periodismo (University of Stirling). Autor y dramaturgo que ha estrenado obras en Barcelona ('Tu i Jo', 'Els Convidats'), Londres ('You and Me') y Nueva York ('Los columpios'). Creador del blog literario 'Fitxes de lectura' y del teatral 'Moments de Teatre'.

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