
John Cheever decÃa que, en el momento exacto de la muerte, uno se cuenta a sà mismo un cuento, y no una novela. Evocadora frase, sin duda, una muestra más del proselitismo que los cuentistas suelen prodigar al género que cultivan con ahÃnco en tanto manifestación minoritaria de la narrativa. Sin embargo, quizás ya sea hora de ir abandonando esta eterna contienda pugilÃstica entre cuento y novela, novela y cuento: que la novela gana por puntos y el cuento por knock-out, que la novela es una pelÃcula y el cuento una fotografÃa, que la novela es para sedentarios y el cuento para nómadas… Cada género aborda el universo desde diferentes perspectivas –la novela desde la complejidad, el cuento desde la sencillez–, ambas necesarias y totalmente complementarias. Pero cuando nos ponemos a debatir sobre qué representa la novela o qué supone escribir o leer cuento, en ocasiones esgrimimos argumentos que poco tienen que ver con los rasgos formales o temáticos de cada género, sino que sacamos a relucir razones extraliterarias. Dicho de otro modo: prejuicios.
¿Cuánto hace que venimos escuchando que el cuento está en auge? La realidad nos indica que sigue siendo un género de minorÃas, al menos en esta parte del mundo; y, al menos, desde el punto de vista de las grandes casas editoriales o de esa imprecisa entidad llamada gran público. El año pasado se consideró un acto de heroÃsmo que Técnicas de iluminación, de Eloy Tizón, fuera elegida una de las tres mejores obras en cualquier género publicadas en España. Ni siquiera el Nobel a Alice Munro provocó ese furor que esperaban los cultores de la narrativa breve. Hoy hay grandes cuentistas en España, sÃ. También hay una camada de abnegados editores dispuestos a defender el cuento a pesar del poco rédito económico que otorga. Y existen –evidentemente– lectores ávidos de devorar con singular criterio las novedades que ofrece el género.
Sin embargo, no parece que en el futuro cercano lleguemos a ver en un metro a hora punta multitudes de pasajeros leyendo libros cuyas portadas luzcan apellidos como Saunders, Hempel, Fraile o Borges, o que los gigantes del mundo editorial cambien por libros de cuentos ciertas novelas que invitan a colgar candados en puentes parisinos. Buena parte de ese “gran público†aún sigue relacionando al cuento únicamente con el cuento infantil. Y buena parte de esos grandes editores aún siguen viendo al género breve como algo para culturetas, demasiado extraño, demasiado innovador, demasiado estrafalario; y, siempre, muy poco comercial.
¿Pero qué más da lo que piense el mercado? ¿Qué importa si el que viaja a mi lado hojea un tochón que habla de enigmas cátaros o de erotismo de andar por casa? Despojemos al cuento de tales connotaciones y recién entonces volveremos a verlo como un refugio, como un singular espacio de creación capaz de aportar versatilidad a autores y lectores, una clase de versatilidad que la novela –dada su naturaleza– jamás será capaz de dar.
Defender el cuento
El carácter flexible, la brevedad o la intensidad que merece todo buen cuento hacen del género un legÃtimo espacio de expresión para muchos escritores que comienzan a desandar el camino de la escritura narrativa. Algunos lo adoptan como banco de pruebas para después lanzarse a producir textos más extensos sin que les tiemble el pulso; y es lógico que ello ocurra, ya que el cuento permite ensayar voces narradoras, escenarios, personajes o ritmos sin caer aún en el espeso compromiso que supone urdir una historia de cientos de páginas. Otros autores en ciernes eligen el cuento porque son impacientes y quieren ver el resultado en dos o tres dÃas. Otros porque, simplemente, son perezosos. Y otros –más de lo que creemos– se autodenominan militantes del cuento a pesar de su condición de noveles, acérrimos defensores de elaborar una narración con la menor cantidad posible de recursos, intentando transmitir mucho con muy poco, siempre estableciendo una tensión narrativa que consiga secuestrar al lector, tal como sugerÃa el maestro Poe.
Y en todas estas aspiraciones nada tiene que ver si el cuento está o no en auge. Nada de eso le importa a estos cuentistas acérrimos o simpatizantes. Ellos solo quieren respirar profundo para correr distancias cortas con la mayor velocidad y, asÃ, gestar mundos capaces de caber en un cofre, o en una caja de música, o en un dedal.

Esta cóctel de factores fue el germen que motivó a la Escola d’Escriptura del Ateneu Barcelonès a reflejar el modo en que el cuento está cobrando cada vez más interés entre sus alumnos, que no solo lo adoptan como una plataforma de entrenamiento sino también como una vÃa de expresión que desean cultivar con audacia y, sobre todo, con absoluta convicción. Fruto de este apetito por lo breve es la antologÃa Iceberg (Leqtor Universal, 2014), un volumen que recoge los mejores textos producidos durante un año por todos los alumnos de su Itinerario de Cuento, cursos en los que participan más de ciento cincuenta alumnos cada ciclo lectivo y que, en conjunto, han producido a lo largo del año pasado casi mil textos breves. De entre esa copiosa cosecha, un grupo de profesores de la Escuela –entre los que se cuentan reconocidos autores como Pedro Zarraluki, Mercedes Abad, Muriel Villanueva, Ada Castells o Pere Guixà – ha seleccionado los dieciocho mejores textos, nueve en castellano y nueve en catalán.
Multiforme trozo de hielo
La primera cualidad que salta a la vista de este abanico es la uniformidad dentro de la diversidad. Y tal uniformidad lo aporta la técnica: estos dieciocho cuentos lucen texturas definidas, estructuras sólidas y una tensión siempre en aumento, lo que demuestra que sus autores han sabido aunar la propia creatividad con el caudal de recursos narrativos que, en buena medida, han adquirido en sus clases de escritura. Asà lo cree AnaÃs Reyes, autora del cuento Shhhh!: “La técnica es fundamental para adquirir seguridad en la escritura. Ganas en tiempo, pero aún más en efectividad. La escuela me ha permitido formularme preguntas muy claras para conseguir cuentos redondosâ€. En este sentido, Carmen Latorre, autora del cuento La puerta en mi cabeza, añade: “Yo he ganado en confianza, mayor fluidez y he construido un cierto método. También he conseguido una nueva mirada crÃtica con la que valorar mis textos y los de los demás, reconociendo lo genial y lo mejorable, aprendiendo por mà misma de todo elloâ€.
Pero pensar que la solidez solo se alcanza con unas clases de escritura es creer en milagros. Y la literatura se hace a fuerza de certezas. Es evidente que los autores de Iceberg han llegado a este resultado a través de otras dos vÃas insoslayables. La primera es la lectura activa y consciente de sus maestros –llámense Poe, Maupassant, Kipling o Chéjov, tal como enumeraba Horacio Quiroga en su célebre Decálogo del perfecto cuentista–. Causa grata sorpresa que, a la hora de enumerar referentes, varios de los autores de Iceberg citen poetas: Mónica Sánchez, cuyo cuento se titula Ni rastro, es ávida lectora de Sylvia Plath y Antonio Machado; Cristina GarcÃa, autora del texto Regalar el desig, nombra sin dudar a Joseph Brodsky y a Wislawa Szymborska; y Celia Cruz, autora de TodavÃa son las nueve, revela que antes de asistir a la Escola d’Escriptura no leÃa poesÃa; hoy reconoce que el cuento está Ãntimamente emparentado con la lÃrica, ya que ambos géneros deben ser sumamente significativos para alcanzar un efecto determinado con los mÃnimos elementos; y esa fue la puerta que le permitió conocer a autoras como Anne Sexton, o bien la poesÃa de un cuentista paradigmático: Raymond Carver.
Conocer la técnica y leer a los maestros no sirve de nada sino se suda: manchar hojas, tachar, escribir, reescribir y volver a reescribir, tal es la empresa que ha de aceptar todo escritor, cualquiera sea su género, estilo o estatus. En el prólogo a la sección en castellano de Iceberg, el escritor Pedro Zarraluki no solo pone el acento en la elevada calidad de los textos seleccionados, sino también en el esfuerzo que han debido asumir sus autores, “esa enorme cantidad de horas que implica la consecución de la brevedadâ€. Y agrega Zarraluki: “Mi buzón de correo ya está acostumbrado a recibir relatos de mis alumnos a horas extrañas, las tres, las cuatro de la noche. Las cinco de la madrugada. Y yo, cuando leo los relatos, no puedo dejar de imaginar a sus autores sumidos en el silencio y la oscuridad de esas horas, iluminados tan solo por la pantalla del ordenador, buscando enfebrecidamente la manera de expresar una ideaâ€.
Cuántos de estos dieciocho textos se han producido a deshoras es algo que no podemos saber con certeza, pero sà es claro que sus autores han labrado cada expresión, cada palabra, con ojo de orfebre. Tina Gasol declara que ha dejado reposar un buen tiempo su cuento Nivel tres para conseguir las exactas dosis de erotismo e ironÃa que exhibe la historia. Del mismo modo, el cuento Homes, de Montse Junyent, también ha pasado numerosas veces por la piedra de la reescritura, aunque en su caso fue más arduo el trabajo previo, el de la planificación: “Me considero una escritora arquitecta –confiesa Junyent–. He estado más tiempo planeando que escribiendo. Después de buscar ideas y de proyectar, una vez que tengo todo controlado solo entonces puedo escribirâ€.
Y si la técnica, la lectura consciente y la reescritura es en buena medida lo que le da unidad a Iceberg, su diversidad está dada por las disÃmiles motivaciones y procesos creativos de sus autores. Marta Codina confiesa que su cuento Hitachi Electronics S.L. nació a partir de la inspiración que le trajo la canción Un tros de fang, del grupo de rock Mishima. A Eva Espinosa, por su parte, no le tiembla el pulso al reconocer que su cuento La diferència surgió gracias a haber tomado en préstamo la idea de una novela que estaba proyectando una compañera de curso: “Es la misma historia que la novela de mi amiga, pero narrada de un modo totalmente diferente, ya que no solo la he adaptado a los códigos propios del cuento, sino que aquel era un texto realista, y el mÃo es fantásticoâ€. El cromatismo de este volumen se completa con los cuentos de Natalia Lasierra, Pablo Matilla, Lali Palau, Gemma Pellisa, Beatriz Peñas, Toni Rojas, Victòria Soldevila, Miquel Sureda e Ingrid Van Gerven.
La dignidad de movimiento de un iceberg, según Ernest Hemingway, se debe a que solo un octavo de su masa aparece sobre el agua. Esta metáfora resume de alguna manera la razón de ser de la cuentÃstica contemporánea, ya que en la buena narrativa breve lo más importante nunca se muestra, sino que se sugiere. Tal es el espÃritu que pretende recoger esta antologÃa –en su unidad y en su diversidad–, más allá del juicio de los grandes monstruos editoriales o de aquel pasajero de metro interesado en los enigmas cátaros. Porque Iceberg necesita lectores valientes, lectores dispuestos a derretir prejuicios y sumergirse en las intensas aguas de estas voces que, a pesar de ser noveles, no navegan a la deriva, porque son voces que conocen su derrotero, saben lo que buscan y, sin duda, llegarán a buen puerto.
La bala fue al sitio apuntado.
[…] El cuento, ese iceberg en el mar de las letras, F. Chiaravalloti, Revista de Letras […]