El fósforo astillado
Juan Andrés GarcÃa Román
DVD editores
De El fósforo astillado podrÃan decirse muchas cosas. Arriesgado y brillante son dos adjetivos acertados en este caso. Estamos ante un libro de poesÃa que flirtea con lo dramático (hay una puesta en escena, con sus acotaciones y sus descripciones de personajes) y con lo narrativo (hay una ‘historia’ que podrÃa hacer de todo el libro un largo poema), pero donde una sola voz es la que aglutina los materiales sin duda diversos que lo componen, una voz inconsistente per se (como confesaba Keats) y que por eso busca decirlo todo, que nada quede al margen de su ansia poetizadora. Y es que hasta de los márgenes -en este caso, del libro- busca apropiarse GarcÃa Román con esas notas que él denomina cuaderno del apuntador y que funcionan como contrapunto del poema, como una regla más del juego a que se somete -y nos somete- el autor. El fósforo astillado es sin duda un libro que abreva de las vanguardias, a las que hay referencias explÃcitas (Franz Marc) e implÃcitas (la propia construcción del texto, la motivación rupturista que lo anima). Pero si, como dice el crÃtico Ãngel González, la vanguardia es el arte en guerra, un arte de la destrucción, en el caso de GarcÃa Román esa vanguardia no renuncia a reflejar la belleza, una belleza, sin embargo, no idealizada, sino inmanente, inscrita en la materia (del cuerpo, del mundo, del lenguaje). Hay guiños a la filosofÃa contemporánea, a Deleuze, por ejemplo; pero sobre todo impera la noción ‘realista’ de Clément Rosset, en la idea del rechazo del doble (como ideal, como prejuicio perceptivo o como concepto) en la búsqueda de una experiencia directa de las cosas, en un regreso a cierta ingenuidad de las sensaciones (No atravieses las imágenes -te dicen-, detrás no hay nada,/ningún tesoro tras la catarata). Recombinatoria del lenguaje, búsqueda incesante de ese extrañamiento (desautomatización, que dirÃan los formalistas) que es uno de los rasgos distintivos de lo literario. Nuevas combinatorias que nos proporcionan un tableteo incesante de imágenes y hallazgos verbales (Proserpina, la niña que se lleva los jardines/como una tarta de cumpleaños) que recuerdan a Hinostroza, a Gómez de la Serna… Un libro, en fin, que incorpora su propia poética al decir: Estoy aquà sentado mientras unas cosas se transforman en otras cosas con las que en principio no guardaban ninguna relación genética, de parentesco o parecido. Román no sólo hace cohabitar el paraguas y la máquina de coser de la que hablaban los surrealistas, sino que logra algo más difÃcil, la metamorfosis del uno en la otra, o viceversa.
Javier Moreno
http://peripatetismos2.blogspot.com