El lamento del perezoso. Sam Savage
Traducción de Ramón Buenaventura
Seix Barral (Barcelona, 2009)
Sam Savage saltó a la fama hace dos años, cuando Seix Barral se hizo con los derechos mundiales de su primera novela, Firmin, haciendo que este autor inédito hasta ese momento (el libro habÃa aparecido en una pequeña editorial, con poca fortuna) fuera conocido en todo el mundo. La historia del pequeño roedor que aprende a leer «devorando» libros cautivó a muchos, no acabó de entusiasmar a otros tantos, y nos permitió conocer, eso sÃ, a un apasionado del oficio.
No olvida Savage a la fauna en su nueva novela. A la fauna zoológica y a la fauna literaria, que a veces son difÃciles de separar. Andrew Whittaker, el protagonista del libro, a sus 43 años, es el editor de una revista literaria de prestigio figurado y que se viene abajo a la par que su matrimonio, su relación con escritores y colaboradores y el edificio que mantiene en propiedad alquilando viviendas a inquilinos que no cumplen con los pagos. Ambientada en la época de Nixon, cuando la juventud norteamericana estaba fuera de la onda intelectual que representa, a su manera, este personaje, Savage hace uso de diferentes recursos narrativos en los que predomina el género epistolar, gracias al cual vamos descubriendo sus frágiles y falsamente cordiales relaciones con familia, amigos, vecinos y compañeros, mientras contemplamos, leyendo sus listas de la compra, los carteles de aviso que cuelga en la finca para los inquilinos y, en especial, un relato ficticio protagonizado por un tal «Adam» que acaba convirtiéndose en el deseado alter ego del escritor, la desesperada soledad y abandono que sufre por parte de todo aquel que llega a contactar con él. Como escribe Whittaker, «Siempre me ha parecido que la gente que se aburre es porque no se fija en los detalles«. Y eso ofrece el libro: detalles sobre la vida, pinceladas que pretenden huir de una rutina establecida, posiblemente, por voluntad propia.
El perezoso arbóreo del tÃtulo aparece como reflejo de sà mismo en una carta dirigida a Fern, poeta con la que inicia una relación epistolar. En su descripción del animal, escribe: «A los perezosos arbóreos no los comprende casi nadie, ni siquiera la llamada comunidad cientÃfica, cuyos miembros han de hacer un esfuerzo por comprender incluso hechos tan difÃciles de entender como estas criaturas tan poco atractivas, que, a diferencia de los canguros, no llevan el alma en una bolsita«. Más tarde añade, respecto a su caracterÃstico lamento: «El zurrido resultante, aunque no exactamente alto, posee un extraordinario alcance. Y transmite un patetismo y un dolor tan extremados, que los nativos se tapan los oÃdos o salen huyendo para no tener que oÃrlo ni un solo segundo…«. Basten estas dos frases para describir a un personaje incomprendido que, predispuesto a las lamentaciones, acaba siendo repudiado por su propio colectivo (el intelectual) y, por extensión, por todos quienes le rodean.
El libro de Savage es triste, condenadamente triste, incluso en momentos en los que el autor se permite desviar la atención con las misivas de rechazo y poca cortesÃa remitidas a escritores que confÃan en Whittaker para colaborar en su revista. Y es precisamente por la antipatÃa que produce el personaje, por lo que sabemos de él, que el desprecio con el que trata a los destinatarios de sus textos se nos hace menos digerible. Por supuesto, las mentiras y las falsas actitudes con las que pretende enredar a personajes ilustres para que participen en una feria literaria forman parte de ese retrato antipático que suma puntos en la lista negativa hacia él.
El lamento del perezoso, sin embargo, también puede leerse como un texto con trasfondo emocional, una novela sobre la desesperación y el infortunio en tiempos de crisis; sobre la soledad, en apariencia, bien llevada; sobre el mucho o poco valor de las relaciones, sobre la distancia y la necesidad de olvidarnos de la palabra y recurrir al gesto, a la mirada, al tacto. ¡Se dicen tantas cosas y, en la mayorÃa de ocasiones, sirven de tan poco!.
En casos como el que nos ocupa, suelo otorgarle a la obra el beneficio de la duda ya que dependerá, con este libro más que con otros de diferente catadura, del estado de ánimo y de la experiencia del lector el que se sienta o no cercano a ella. Como las emociones, El lamento del perezoso navegará y estará cerca o lejos de quien se aproxime a sus páginas, según el momento y el lugar, lo que no es poco.
José A. Muñoz