José María Álvarez | Foto: Joaquín Baños

El menos novísimo de los novísimos

/
José María Álvarez | Foto: Joaquín Baños
José María Álvarez | Foto: Joaquín Baños

El azul de sus ojos ha contemplado toda la Poesía: Rilke, Manrique, Borges, Hölderlin, Kavafis, Homero… Son ojos eternos, como sus propios versos, como las ciudades que ama. José María Álvarez (Cartagena, 1942) ha consagrado su vida a crear la biografía de un verdadero vate. Son incontables sus viajes -Roma, Venezia, Istanbul-; sus paseos por museos y galerías, sus conversaciones hasta el alba, el alcohol, el sexo. Una existencia intensa que le ha dado la oportunidad de escribir versos increíbles, que se graban a fuego como tinta indeleble bajo la piel.

Alto, con una melena leonina y una expresión pícara, habla de poesía, de vida, parapetado por una copa de coñac y uno de esos pequeños puros que enciende de manera sistemática. Uno tras otro. Así agota el tiempo cuando no está encerrado en su despacho, leyendo para después escribir. O viajando -el hombre es un animal en continuo viaje-. Su presencia deja el sabor de lo imborrable.

José María Álvarez es el poeta que ha vivido la vida del poeta; es el novísimo que no quiso ser antologado; el culturalista que superó la etiqueta; es el hombre rotundo y polémico; es una voz espléndida cuando recita sus propios versos; una biblioteca humana; renacimiento y barroco, arte moderno y estructura románica. Es, sin duda, un hombre que ha tocado la Belleza con la punta de sus dedos.

Aquí y en todas partes hay que acorralar a la bestia loca del uso.

El nombre de José María Álvarez apareció en la antología Nueve novísimos poetas españoles que José María Castellet publicó en 1970. Una aparición discutida por el propio poeta, que le llegó a escribir una carta a Jesús Munárriz en la que le decía:

“En cuanto a esta última congregación de poetas, me parecen literariamente muy pobres y políticamente reaccionarios. No me interesa. Creo que es pasar de una poesía para sirvientes a una poesía para decoradores”.

Así se recoge en el libro de conversaciones con Alfredo Rodríguez Exiliado en el arte.

Aunque Álvarez agradece su aparición en la selección de 1970, no ha dejado de mostrar su pesar porque:

“Faltaban nombres fundamentales, como he dicho muchas veces, como Luis Antonio de Villena o Juan Luis Panero, y sobraban algunos que el tiempo no ha hecho sino evidenciar, o ratificar, su carencia de valor”.

Se lo explica a Rodríguez con rotunda decisión.

Tal vez resida ahí, en esa opinión, una profunda oposición a las etiquetas, además de la justa reivindicación por los ausentes y por los que están y no fueron. Y no son. Nueve novísimos poetas españoles está vinculada al culturalismo, y Álvarez no quiere situarse ahí:

“Yo, por otra parte, nunca me he sentido culturalista, sino que he deseado cultivarme”, afirma.

Y ese es, en el fondo, el origen y la justificación del poeta cartagenero. En su sed de saber, de conocer, de contemplar, encuentra justificación para escribir, para ser un orfebre del verso. Solo responde a esta opción vital, la de encender su intelecto y el de quién lo lee.

– La curiosidad son los ojos abiertos- dice con la mirada encendida. Y fuma, esperando que la afirmación cale. Ocurre, como casi siempre, en la azotea de un edificio. Concretamente, en la terraza de la cafetería de El Corte Inglés de Cartagena. Un lugar que se convierte en el “Café Gijón” del poeta. Allí reflexiona, debate y nutre, de manera periódica, a un grupo de amigos y seguidores. Siempre con su chaqueta -que no olvida un pañuelo llamativo en la solapa, colocado casi como por azar, pero delicadamente dispuesto-, el maestro deja pasar las horas mirando, a veces, la ciudad que lo arrojó al mundo.

El arte, para él, es “emoción y encanto. Y nada más”; y concibe el exceso de citas, referencias y recursos cultos de su poesía como una puerta de entrada al mundo de la Belleza. Sí, con mayúscula. “Tú dejas ahí un mundo, y unos cogerán un trozo, otros otro…”. Parece cansado de explicarlo, aunque no se trata tanto de exasperación como de repetir una y otra vez una afirmación que él asume como absoluta y evidente.

Es tal vez José María Álvarez el menos novísimo de los novísimos. Un outsider de traje y pañuelo en la solapa. De anillo de oro en el meñique y aire parisino. Un bon vivant que ha hecho de la palabra, del arte, una opción de vida. Algo que, por supuesto, le ha exigido sacrificios. No es fácil ser poeta.

«Oh, hazme una máscara».

Construir un libro de poemas no es un ejercicio liviano. Cada verso, cada poema, debe ser argamasa firme sobre la que ir levantando el edificio de la palabra. Nadie mejor que Álvarez para demostrarlo. Museo de Cera es su gran obra vital; una invitación a perderse en los pasillos interminables de una galería llena de ópera, arte pictórico, literatura y placeres. Si alguien, ahora o en el futuro, quisiera penetrar en el alma de este poeta, Museo de cera se configura como la mejor opción.

1970. Hace de esto 46 años. En 1970 aparece 87 poemas en Helios. Allí comienza la aventura de Museo de Cera, un libro de poemas que supera las 900 páginas y que se ha construido a lo largo de 32 años (en 2002 apareció la última edición hasta el momento, aunque nunca se sabe…). No es este museo una gran antología ni unas obras completas. Pareciera que Álvarez ya tenía el gran proyecto en la cabeza desde el primer momento y, a modo de juego, ha ido dándole a los lectores distintas pistas en forma de libros a lo largo de tres décadas. Libros cuyos poemas han acabado, de un modo u otro, en las distintas galerías de este museo dividido en varias partes. Una obra vital en la que los poemas, como si de animales salvajes se tratara, han crecido, se han revelado contra el propio autor e incluso han desaparecido sin dejar rastro.

Después de 87 poemas, este museo ha mudado hasta seis veces de piel (1974, 1978, 1984, 1990, 1993 y 2002). Álvarez ha ampliado salas, ha comprado obra, ha traído exposiciones temporales y ha invertido en el fondo de su museo. Una muestra al servicio de la belleza. Pasen y vean, la entrada es gratuita y no hay hora de cierre.

Bueno… ya lo dijo Kepler: «Medí los cielos, ahora mido las sombras». Como Edith Piaf, la inolvidable Edith Piaf, «non, je ne regrette rien».

Vive entre la belleza de París y el tempo lento moderato de su Cartagena natal. Disfruta en la tertulia, aunque reconoce que “cada vez está todo más aburrido”, y sigue pendiente del mundo en el que vive. Sobre él polemiza, medita, observa y reflexiona. Asegura que “han matado la sexualidad”, se califica como “un enemigo de la deriva de la enseñanza”, asombrado habla sobre los que piensan en la poesía relacionada con las ventas y el mercado y destroza la idea de que el intelectual debe posicionarse como abanderado y mesías de la sociedad. Es, al cabo, un hombre en lucha constante contra la mediocridad y la pose. Al menos, en contra de las poses que tienen un objetivo diferente a ser modelo de un cuadro o ejemplo para pulir un mármol que será bella escultura

Reunido junto a un grupo de acólitos, habla a menudo con desdén de los que no cuidan la alquimia de la poesía. Para él, tanto muchos poetas jóvenes como algunos de su generación y de las inmediatamente posteriores hacen gala “de una profunda incultura”.

Ahora, con 73 años, el poeta continúa siendo tan libre como siempre -o más, si cabe- para reivindicar un respeto profundo por la literatura, la pintura o la música. También por los matices del humo de un cigarro, el atractivo de una silueta femenina o los licores que enrojecen la garganta. ¿Será más la vida? Y si lo es, ¿para qué gastar el tiempo en busca de respuestas? Él vive, vive, vive.

Renacimiento
Renacimiento

Bueno, Borges… estamos como siempre, de acuerdo:

«Somos nuestra memoria.
y, llegada la noche, el Nautilus volvió a alta mar».

Gracias a mí mismo.
Gracias por no dejar
que hayan envejecido
mis sueños. Gracias
porque pese a todo
lo que no me he entendido con la vida
sigo siendo hombre libre. Gracias
por haber construido mi memoria,
por lo que ésta sirva a otros.
Gracias porque mis deseos sexuales
sigan tan vivos como a los veinte años.
Gracias porque contra todo
lo que ha sido cruel, ha estado en contra,
haya sido más fuerte
saber dejarme fecundar por lo excelente.
Gracias
por no haber mancillado ese sagrado
del Ocio, la contemplación del mundo
lenta, serena, en paz.
Gracias por no haberme convertido
en uno de esos que desprecio.

(De Seek To Know No More, Renacimiento)

Este artículo se ha realizado en el marco de las actividades del Curso de Periodismo Narrativo de Revista de Letras.

Daniel J. Rodríguez

Daniel J. Rodríguez (Murcia, 1992) es periodista. Codirige la revista de poesía La Galla Ciencia y trabaja en medios de comunicación del grupo Prensa Ibérica. Actualmente, investiga sobre la entrevista narrativa y es miembro de colectivos literarios. Publica sus trabajos periodísticos culturales en el blog 'Espacio Zero' (www.dnco.blogspot.com)

2 Comentarios

  1. I think youve produced some truly interesting points. Not as well many people would essentially think about this the way you just did. Im genuinely impressed that theres so considerably about this subject thats been uncovered and you did it so properly, with so sublianttalsy class. Good one you, man! Really wonderful stuff right here.

  2. Gran poeta. Estupendo recorrido. Creo que hay una errata en el fragmento citado al final, a la altura del ocio.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Previous Story

Max: «Los moralistas no tienen sentido del humor»

Next Story

Un baño de realidad

Latest from Escuela de Periodismo Cultural