El pensamiento poético en Antonio Gamoneda

El pensamiento poético en Antonio Gamoneda:
refundación del mundo y germinación de la libertad radical.

“[…]únicamente porque muere, canta
mi palabra desnuda y retorcida […]”.
Antonio Gamoneda

“Una sociedad sin poesía carecería de lenguaje”.
Octavio Paz

Antonio Gamoneda (foto: Lafrentz/Wikimedia)
Antonio Gamoneda (foto: Lafrentz/Wikimedia)

“Lo sé a fuerza de sentirlo” dice Antonio Gamoneda para hablar de las certezas propias del pensar poético. Ese conocimiento intuitivo pero certero que aliando el querer saber y el querer existir, la voluntad de verdad y la voluntad de ilusión, nos constituye como una extraña especie que hace palabras en el silencio.

Y en la especialidad, la especificidad y la materialidad del símbolo poético, “El símbolo poético tiene una corporeidad superior a la del signo”, se funda la verdad de lo poético, verdad existencial, que se toca y se dice y prevalece en el misterio en el que flota el vivir humano y su relación con el mundo.

Y hablando de esta corporeidad del símbolo poético, recuerdo estas palabras de Fernando Pessoa: “Hay metáforas que son más reales que la gente que anda por la calle. Hay imágenes en los escondrijos de los libros que viven más nítidamente que muchos hombres y mujeres. Hay frases literarias que tienen una individualidad absolutamente humana”. Esta corporeidad de la poesía, está verdad viva, nítida de lo poético, este carácter simbólico del lenguaje y de la palabra, esta capacidad de evocar, de decir sin nombrar, este arrullo, este tintineo, esta música de la palabra que dice sin nombre, está en el seno del origen del pensar poético: “una música es el estado original del pensamiento poético”, dice Gamoneda.

Y ese pensar poético, es, sobre todo, habitar, habitación, del símbolo, del cuerpo simbólico del ser, del ser que se abre naciendo. Relato rítmico de una conciencia del misterio, nace de la aceptación y la imposición de la ausencia pasada, presente y futura. Sólo desde la experiencia de la ausencia, desde la presencia de la ausencia, y desde la nostalgia de lo otro, nace la poesía enraizada ontológicamente, y habitada con autenticidad y aliento genuino: “la poesía existe porque sabemos que vamos a morir” afirma Gamoneda.

Y en esa Nada, en esa ausencia conquistada nace la poesía, en “El paradójico y contradictorio placer” de habitar la nada futura. En “el relato (inevitable) de cómo avanzamos hacia la muerte”, narración de nuestra propia conquista de lo que somos, “derivada de pensamiento revelado”, está inserto el elemento esencial del oficio poético.

Revelación, por tanto, conciencia del velamiento y des-velamiento. “En lo desconocido, en lo aún no nombrado, reside la causa del lenguaje creador, del lenguaje de revelación. Existen pues dos lenguajes, el de lo conocido y el de lo desconocido”, dice Gamoneda. El lenguaje creador, poético, por lo tanto, es aquél que hablando de lo des-conocido hace presente lo ausente, lo no dicho, en un canto, “un pensamiento que canta” en un en-cantamiento donde las palabras, doblando sus almas, se desnudan, se retuercen como alambres viejos y rompen los sentidos tradicionales para recrear el mundo, revelando lo que no existía porque no había sido dicho y no había podido ser dicho.

“La poesía es una realidad que nace al revelarse, una existencia cuya naturaleza es la revelación”. Y ese no buscar, ese encontrar, ese acontecer, ese hallazgo, ese sentido que se revela como la liebre cruzando la carretera, es el que puede si no cambiar el mundo, sí posibilitar la huída de la dictadura del univocismo del sentido y la tiranía del lenguaje establecido por el poder, la tradición y sus formas verbales de justificación y perpetuación.

Re-conocer, Re-cordar, “poner al descubierto los lugares todavía no ocupados por el sentido” en palabras de Peter Handke, es el oficio del poeta, que buscando su rostro perdido, encuentra nuevos caminos, y nuevos rostros, y revela la posibilidad de la libertad que se edifica desde el lenguaje que pueda comunicar y decir, más allá de la privación del sentido impuesto por la tradición, el poder, o la falta de creatividad de la sociedad.

En este sentido Gamoneda nos dice que “la poesía no es literatura” para escándalo de muchos, pues “la literatura es ficción y la poesía es realidad, y en esta realidad se amplían y se intensifican nuestra conciencia y nuestra vida y no en la ficción” pues “la literatura representa […]la poesía crea y revela”. Y no parece esta una afirmación descabellada, pues la poesía, en el sentido de lo dicho, está ya esperando los ojos atentos del poeta, que por el camino de un vivir marcado por la presencia y ausencia, del sentido y el tiempo, consigue ver lo invisible y oler el humo lejano de lo nuevo y al tiempo viejo y eterno. La literatura emerge en paralelo a la vida. La poesía es la vida, las astillas frágiles de la vida que sólo los pies del poeta puede atraer, como los recuerdos que dolorosos y liberadores, al tiempo, estaban allí, ya, antes de nosotros. La literatura representa los sueños, la poesía revela las esquinas oscuras y frondosas de la vida.

Y es que frente al mundo interpretado por la univocidad del sentido, por lo con-sabido, por el Nosotros, el poeta ofrece, una experiencia interior que al tiempo revela esa otredad plural y única de la vida. “Ceñido a su cuerpo incandescente, interiorizando la resistencia frente a una existencia globalmente interpretada siento que la poesía es un territorio de dolorosa libertad”. Esa libertad, que es dolorosa por contingente, que salva por auténtica, pero duele por estar mezclada con la lucidez excesiva del que vive en las afueras, en las márgenes, en los abismos del ser.

La verdadera libertad pues, la primera libertad no es la política. La primera libertad es la que se hace con la palabra, con el lenguaje, reciente, primerizo, resucitado, desencajado del sentido inicial y antiguo que la tradición o el monopolio del poder le dan. La poesía, la profunda poesía, que significa un encontrarse desnudo ante la cosa, un pecho latiendo sin andamios sobre la cosa, sobre el amarillo del futuro o el rojo del presente, supone una vivencia plena de la libertad radical y radicada del hombre concebido como el animal que habitando el silencio comienza el canto, comienza un saber poético, un pensar mecido por el ritmo, un pensar sentido que está a salvo del monopolio del sentido y el significado y hace reverdecer una plenitud heterodóxica, una otredad salvadora, que aún desde el dolor de la ausencia presente y futura que es el escribir, puede alcanzar una radical libertad, una libertad radicada en una mismidad bien fundada en el re-conocimiento o des-conocimiento de lo que somos y lo que queremos ser.

No sirve de nada la libertad política si esta no nace de una libertad radical en el manejo del lenguaje (y con ella del mundo) y en la aceptación de la autenticidad, de la mismidad, del rostro esquivo que cada uno de nosotros oculta tras su nombre o su tiempo. No hay libertad política sin ausencia de gregarismo, sin posibilidad de nombrar y decir con autenticidad, pasión y novedad.

La riqueza de la poesía y del poema no está sólo en la comprensión estética de la realidad sino en el reblandecimiento del significado y del sentido en que nace y se funda la poesía, que está ya en el mundo y pasaba inadvertida

La utilidad de la poesía no está sólo en la emancipación estética, sino en la instauración de una autenticidad, de un existir genuino en la conciencia del poeta y del lector (términos redundantes en muy alto grado: el poeta es un lector del mundo tal como el lector, un lector del poema (y en él, del mundo). En la conciencia del carácter metafórico del lenguaje, y en la poeticidad propia de la lengua que habitamos, el sentido plural, la otredad conquistada, puede germinar una libertad, que más allá de la meramente formal, es la auténtica libertad, la de poder pensar un mundo nuevo, con un lenguaje nuevo, la de poder hablar de otra cosa con la autenticidad del niño o el animal.

De nada sirve la llamada democracia cuando está anulada la polifonía del sentido, del símbolo y del significado, cuando la conciencia estética del hablar, del crear y del sentir está ausente de un mundo inundado por el pragmatismo obtuso de la lógica técnica y la razón, esto es, la palabra, el logos, despegado de toda capacidad poética, de todo ritmo vivido, vivible y musical, respirado.

Sin poeticidad en la existencia y en la conciencia, no puede existir libertad radical, es decir libertad enraizada en la pluralidad óntica y dadora de nuevos horizontes de sentido, primero del lenguaje, y después del mundo.

La poesía salva de la banalidad, de la ambigüedad, del pétreo univocismo que ha instalado en el lenguaje el poder hasta hacer confundir las palabras con las cosas, cercenando una pluralidad salvadora y una hetetogeneidad salvadora, la extrañeza que posibilidad una otredad, vivida, habitada y conquistada:

“La democracia interpretada en que vivimos se identifica con un neoliberalismo falaz que segrega un pensamiento programadamente débil. Esto es diariamente verificable en la apropiación y el uso que el Poder hace de las tecnologías y los instrumentos informativos. El poder globalizador, con el que no puede compadecerse ni la más degradada noción democrática, va a intentar –y seguramente a conseguir- una anulación o asimilación también “global” del ya minoritario pensamiento crítico, y también del pensamiento “fanático” que se genera en reservas regidas aún por “primitivismos” visionarios. La “privación del sentido” (es éste un concepto elaborado por el poeta español José Ángel Valente) es, cada día más, el “arma pesada” del poder. Está especialmente dirigida a las conciencias.” (Las funciones aún vivas de la poesía. Antonio Gamoneda).

Y en esa Subjetivación radical, en ese nacer de nuevos adjetivos y nuevos nombres, en ese poder decir cosas nuevas con palabras viejas renace la “condición crípticamente subversiva del lenguaje”, de “deshacer los significados establecidos”.

La poesía recupera la capacidad de pensar con imágenes, pero debe asentarse en la conciencia conquistada, en la más pura libertad para desenmascarar la imagen falsa e inauténtica, que un mundo como el actual globaliza e idolatra, la imagen sin fondo de novedad óntica, sin sentido plural, autorreferente, sin creación de novedad de sentido, de significado, de libertad, y por tanto de pensamiento, sentimiento y símbolo creador y no gregario. Se trata de recuperar la poesía como una vivencia profunda del tiempo y la libertad.

“La poesía no es, en modo directo, un instrumento para transformar el mundo, pero sí un instrumento para afilar las conciencias”, sentencia Gamoneda.

La poesía asegura la posibilidad de renacimiento de la primera libertad esencial: poder decir lo que no podía decirse, poder decir lo que no quieren que se diga.

Pablo Javier Pérez López
http://elrostroperdido.wordpress.com

 

Pablo Javier Pérez López

Pablo Javier Pérez López (Valladolid,1983). Doctor en Filosofía. Autor del libro 'Poesía, Ontología, y Tragedia en Fernando Pessoa' (Manuscritos, Madrid, 2012), coeditor de 'Viajes, literatura y pensamiento' (Uva, 2009) y 'El pensar poético de Fernando Pessoa' (Manuscritos, Madrid, 2010). Ha editado junto a Jerónimo Pizarro 'Ibéria Introdução a um Imperialismo Futuro', de Fernando Pessoa, (Ática, Lisboa, 2012). Infancia, pensar poético, voluntad de ilusión, y la filosofía de la cultura portuguesa son hasta el momento sus temáticas habituales.

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