Mathearbeit | Foto: Elchinator | Pixabay Commons

La anarquía y los límites de la ciencia

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Mathearbeit | Foto: Elchinator | Pixabay Commons

Desconfío de que sea una buena idea interrogarse por los límites la ciencia durante la fase final de elaboración una tesis doctoral. Tampoco parece lo más recomendable cuando, desesperadamente, se espera de ella que arroje luz sobre los problemas que monopolizan y condicionan nuestro presente. Pero si como asegura la canción «a dudar se aprende« seguramente haya preguntas que se hagan inevitables en ciertos momentos. Sobre todo, si aparecen en forma de versos inesperados de Fernando Pessoa. Porque al abordar la cuestión de la validez del conocimiento científico y sus métodos, una pregunta del poeta portugués puede servir como punto de partida, pero también como hilo conductor: «Â¿Qué filosofía es la que llega a una mayor certidumbre?«. Y para empezar a encontrar una respuesta podríamos recurrir a Paul Feyerabend y su célebre y controvertida afirmación:

«El único principio que no inhibe el progreso: todo vale».

Feyerabend comulgó en sus inicios con las teorías de Karl Popper, el cual defendía la imposibilidad de encontrar una verdad absoluta: las teorías científicas pueden falsearse, pero nunca confirmarse del todo. Pero Feyerabend no se ancló el falsacionismo de Popper (más bien todo lo contrario) y su pensamiento evolucionó constantemente hasta llegar al anarquismo epistemológico. El autor del Tratado contra el método. Esquema de una teoría anarquista del conocimiento (1975) consideraba que la ciencia debía liberarse del marco conceptual y de las ataduras que ella misma se había creado. Y esto era posible no solo porque no exista un método universal e infalible que permita el acceso al conocimiento y su verdad. También porque, todo lo contrario, la ciencia avanza en base a subjetividades e invenciones personales que van en contra de las reglas establecidas y que en ese devenir la hacen indistinguible del mito:

«Dada la ciencia, la razón no puede ser universal y la sinrazón no puede excluirse. Esta característica de la ciencia reclama una epistemología anarquista. La constatación de que la ciencia no es sagrada, y de que el debate entre ciencia y mito ha terminado sin que ninguna de las partes se levantara con la victoria, fortalece más aún la causa del anarquismo».

De esta manera, Feyerabend atravesó y derribó hasta su extremo las puertas que abría la concepción de la ciencia de Thomas Khun. Khun consideraba que la ciencia estaba basada en determinados paradigmas consensuados por la comunidad científica y que, por encima de una metodología racional establecida, su avance dependía de un componente psicológico, social y cultural inasible. Este razonamiento aleja a la ciencia de una evolución lineal y definida y la sitúa a merced de procesos psicológicos y sociológicos que no pueden llegar a ser completamente entendidos y controlados. Este punto es crucial porque diluye la diferencia entre la metodología y la sociología de la ciencia. La difusión de esa línea divisoria abre además la puerta al relativismo y al escepticismo, pero también al anarquismo epistemológico puesto que, si no hay lógica que explique el proceso científico y este depende de personas y sociedades determinadas, ¿cuál método podría servir como definitivo para hallar verdades absolutas? Para Feyerabend la respuesta está clara porque «jamás una teoría está de acuerdo con todos los hechos a los que se aplica».

En este punto, tal y como se ha acusado a Feyerabend, se corre el riesgo de que su famosa afirmación desemboque directamente en su contrario: nada vale. Feyerabend trasladó así a la ciencia la concepción posmodernista del mundo y su realidad. Sin embargo, puede que no fuera estrictamente el imprudente filósofo de la ciencia que se le recriminó ser y que esos miedos fueran infundados. Más allá de eso, su todo vale guarda una crítica al estamento científico y su condescendencia con el pensamiento único que podría ser muy útil. Porque en esa fórmula subyace una voluntad subversiva que busca zarandear la comodidad de los consensos establecidos:

«Puede hacer falta superar el chauvinismo científico que rechaza las alternativas del status quo«.

Su postura provocadora encarna una llamada de atención ante la fe ciega en las capacidades de la ciencia que, en un giro peligroso, puede llevarse por la tentación de adueñarse del cetro de la verdad y contagiarlo de un dogmatismo religioso. La rebeldía y ese toque de atención de Feyerabend se corroboran en lo que él mismo calificó como «un principio de proliferación: inventar y elaborar teorías que sean inconsistentes con el punto de vista comúnmente aceptado […]«. Este enfoque en apariencia excesivo quizá buscara, más allá de querer abocar la ciencia al caos, convertirse en un acicate para la ciencia en general y los científicos en particular. A día de hoy, serviría para hacer despertar a una sociedad obnubilada por los postulados del cientismo y que se acerca a la ciencia como si ejerciera un acto de fe:

«Así pues, la ciencia es mucho más semejante al mito de lo que cualquier filosofía científica está dispuesta a reconocer. La ciencia constituye una de las muchas formas de pensamiento desarrolladas por el hombre, pero no necesariamente la mejor. Es una forma de pensamiento conspicua, estrepitosa e insolente, pero sólo intrínsecamente superior a las demás para aquellos que ya han decidido en favor de cierta ideología, o que la han aceptado sin haber examinado sus ventajas y sus límites».

Pero entre el todo vale y el nada vale, la conciliación de posturas antagónicas ayuda a evitar los callejones sin salida. Imre Lakatos aglutinó el falsacionismo de Popper y el historicismo de Khun y, en cierto modo, sus conclusiones permiten matizar a Feyerabend (de hecho, Tratado contra el método está escrito, tal y como explica su autor, para ser rebatido y criticado por su admirado colega). Lakatos concibió el avance de la ciencia y el rechazo de sus teorías como un proceso sometido «a principios mucho más normativos« de lo que hizo el propio Khun mientras que, al mismo tiempo, se distanciaba de Popper. Esta concepción de Lakatos enmarca a la ciencia dentro de ciertas normas de racionalidad, aunque admita que estén sujetas a posibles vaivenes histórico-culturales, evitando así esa temida deriva caótica del pensamiento de Feyerabend con el que, por otra parte, mantiene conexiones importantes. Porque Lakatos creía en la creatividad como puente y motor del proceso científico asegurando, por ejemplo, «que la imaginación y el uso de contraejemplos juegan, en la matemática, un papel decisivo«. Esta afirmación hace del científico un creador más que un metódico analista y emparenta directamente a Einstein, Darwin o Copérnico con Pessoa, Mahler o Dalí. Muchos de los cambios que han modificado la historia del conocimiento científico y sus métodos llegaron tras procesos creativos y rupturistas sólo al alcance de unos privilegiados, impulsados en parte por ese principio de proliferación que propugnaba Feyerabend y que no es sino una máxima de libertad creadora. De este modo y siguiendo sus razonamientos, se debería hacer caer a la ciencia de su altar de certezas para construirla con un tono más cuidadoso y menos pretencioso, haciéndola mucho más porosa y flexible y mucho menos dogmática y falsamente certera. Posiblemente fuera lo que Feyerabend quisiera transmitir, entre otras cosas, sosteniendo que

«No hay una sola idea, por absurda y repugnante que sea, que no tenga algún aspecto sensato».

En mi opinión, esta es una frase clave para sacar provecho de su pensamiento. Porque está impregnada de la cordura y la modestia que deberían estar siempre presentes a la hora de relacionarse con la ciencia desde cualquier posición. Además, está formulada desde una perspectiva tan liberadora como necesaria para impulsar el avance científico y comprender sus fronteras y posibilidades. Y así, recorrido el camino de las preguntas más o menos inoportunas podemos volver a Pessoa para que responda a la que él mismo formulaba al inicio y, en caso necesario, olvidar su respuesta hasta, por lo menos, haber defendido la tesis doctoral: «Ninguna, y ninguna puede venir a jugar a mi puerta«.

Rosauro Varo Cobos

Rosauro Varo Cobos. Cordobés nacido en 1982. Es pediatra y cooperante. Ha ejercido en países como Costa Rica, Perú, Sudáfrica, Malawi, República Centroafricana o Mozambique. Ha publicado artículos de opinión en diferentes medios, un cuaderno de crónicas de viaje y un libro de cuentos titulado 'El embudo' (Andrómina, 2014). Recientemente, ha publicado su primera novela: 'Plagio' (Ediciones en Huida, 2018)

4 Comentarios

  1. Enhorabuena por tu artículo, Rosauro. Para mí que recientemente he comenzado el Doctorado la rigidez de la ciencia es un tema recurrente. Así que por un lado me aportas más dudas a esta empresa en la que me he embarcado; pero también me tranquiliza ver que no soy el único que vacila una y otra vez acerca de ello.

    Y eso que tú perteneces a una rama mucho más exacta que la mía. Porque en el caso de las ciencias sociales hay veces que resulta ridículo que todos sigamos el mismo camino para demostrar realidades tan abstractas, tan subjetivas y tan humanas (en mi caso) como la violencia.

    ¿Qué hace tan válidos para la ciencia a un artículo o a una tesis? Al fin y al cabo, consisten en citar una y otra vez a otros “expertos” en la materia que han seguido siempre el mismo método para entender una realidad ¿Por qué no inferir conceptos de otros ámbitos como la literatura, donde multitud de autores han reflexionado acerca de esos mismos temas de manera profunda y acertada a través de sus personajes? ¿Qué mejor punto de vista que la reflexión o la experiencia personal para poner a prueba una realidad?

    Si a fin de cuentas todo en la ciencia consiste en cuestionar lo previamente escrito a base de prueba y error, y sabiendo que nunca vamos a llegar al conocimiento absoluto; ¿no merece la pena estudiar la realidad desde otros prismas? Incluso al probar la teoría de los puristas del método científico que consideren el arte (o cualquier otra fuente de conocimiento no convencional) como una fuente no válida para la ciencia, terminaría implícitamente aceptándose su utilidad.

    Imaginemos traer conceptos e hipótesis, por ejemplo, desde la literatura. Los ponemos a prueba bajo un riguroso estudio científico y acabamos rechazándolos. ¿No estaríamos así haciendo ciencia? Aunque el resultado final sea aparentemente improductivo, ¿no es el camino lo que realmente importa; lo que enriquece el conocimiento? Podríamos decir que lo inútil se vuelve útil justamente al probar su inutilidad. Que lo absurdo deja de serlo en la medida que fuerza a la persona a plantearse (aunque sea para después refutar) una alternativa a los enfoques tradicionales.

    ¿Y si fuésemos más allá y abordásemos esos conceptos e hipótesis desde enfoques ajenos al método científico? ¿Y si la imaginación, la fantasía y la creatividad tuviesen utilidad para la ciencia? ¿No resultaría esto igualmente enriquecedor, aunque el estudio consistiese en meras reflexiones acerca de un tema obviamente ficticio? Si algo estimula el pensamiento crítico de una persona y fomenta el interés del ser humano por conocer la realidad, ¿no es eso ciencia?

  2. Considerando correctos los planteamientos tanto del artículo como del comentario de PC, me surge una pregunta, quizás con una respuesta obvia, pero a raíz de los que dice Rosauro indispensable: ¿Sería legítimo entregar la ciencia u orientarla en función de una ideología?

  3. ¿Y qué es la ciencia sino dudar de todo y siempre? Los mejores científicos son los que han puesto en entredicho los mismos cimientos de la ciencia, los han derribado, y los han vuelto a construir, más sólidos y robustos.

    Gran artículo, amigo Rosauro

  4. Muy interesante el artículo. Creo que la ciencia es creatividad y rigor, es necesaria una combinación de cualidades aparentemente opuestas. El artista y el artesano.
    Cómo dice D., la ciencia es duda, y por lo tanto, libertad. En el sentido más puro del anarquismo, me gusta pensar en la ciencia como anarquista.
    La riqueza de la vida supera todo visión reduccionista, estrecha. Cómo cualquier otra cosa, si a la ciencia se la encasilla, se la dirige, se marchita bajo la angustia de la campana de cristal, da igual de dónde vengan las fuerzas opresoras.

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