El vértigo de la fuerza (Vertige de la force, 2016) es un pequeño pero exquisito ensayo inspirado por los atentados islamistas acaecidos en Francia en 2015, en el que Étienne Barilier examina las relaciones entre el fundamentalismo (en este caso, islámico, pero extensible a cualquier religión) y la fuerza bruta. En este sentido, distingue tres tipos de crÃmenes: el pasional, que es individual y singular; el lógico, que es colectivo y universal; y aquel que deriva de un deber divino, ordenado por una instancia suprema, que suma las caracterÃsticas de los anteriores, un crimen sagrado que se justifica deshumanizando al oponente e impidiendo, asÃ, cualquier atisbo de cuestionamiento moral. La destrucción fÃsica es accesoria, es sólo el sÃntoma visible de la devastación moral: convertir al ser humano en una cosa como preámbulo para poder aniquilarlo; el arte, como obra del espÃritu, es una muestra de civilización; no se trata solamente de representación, es forma en sà mismo y baluarte contra la irracionalidad invasiva:
«La forma de expresión de las fuerzas irracionales sin someterse a ellas».
La religión socava la escala de valores manteniendo en el punto de mira la conducta humana pero cambiando el marco de referencia: el juez es Dios, inapelable e indiferente al razonamiento; la pena es la muerte, única forma de redención; el brazo ejecutor es el fiel,  movido por el celo religioso y por una recompensa extraterrena y eterna. El fanatismo islamista bebe, a partes iguales, del fervor religioso -o furor mÃstico- y de la embriagante fogosidad bélica. No se trata de una guerra santa sino de la conversión de las creencias en guerra total; no se defiende a la religión de amenazas externas ni de herejÃas, sino que desata una guerra de exterminio tomando al dogma -como podrÃa ser cualquier otra cosa en un contexto diferente- como rehén de una belicosidad radical, total.
A diferencia del poder terrenal, siempre susceptible de cuestionamiento -aunque con graves consecuencias en función del régimen polÃtico-, el poder divino y su derivación, las órdenes dictadas a la comunidad de fieles, son de cumplimiento obligado y no admiten ni discusión ni réplica.
El hecho de que en el pasado el occidente cristiano cometiera los mismos crÃmenes que el islam actual no valida su conducta ni nos inhabilita a los occidentales para censurarla. Las versiones rigoristas de las religiones, de todas ellas en todas las épocas, se justifican a través de las interpretaciones literales de los libros sagrados; es decir, pretenden rescatar las lecturas de la época en que fueron escritos sin tener en cuenta que esa recuperación, miles de años después, también es, además de una interpretación, una tradición obsoleta.
Un texto espléndido que mueve a la reflexión.