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El viaje como destierro y como abrigo

El escritor Franco Chiaravalloti explora los confines del mundo en los diez relatos de 'Insular', su último libro | Foto: Shutterstock / Red Tiger

La vuelta al mundo en diez relatos. Eso es lo que ha logrado —y lo que a la vez propone a los lectores— Franco Chiaravalloti (Buenos Aires, 1979) en su libro Insular, publicado por la editorial Tres Hermanas. Diez cuentos precisos, certeros, en los que el autor hace gala de su enorme ductilidad para el manejo de voces, léxicos, miradas y registros.

La invitación a recorrer diversas latitudes y longitudes se expresa ya desde el comienzo: el índice del libro ocupa una doble página y tiene forma de mapa antiguo, con un infaltable querubín de carrillos inflados soplando vientos desde una esquina y un rabioso dragón reinando en los mares de la esquina opuesta. Los títulos de los cuentos se despliegan por ese planisferio, cada uno sobre el lugar geográfico en que las historias suceden. De ese modo, el orden de los índices tradicionales se desarma para dejarse llevar por el vaivén de la cartografía.

Tres Hermanas

El viaje, desde luego, no sólo requiere lugares: también movimiento. Los protagonistas de los relatos de Insular son viajeros en los más amplios sentidos del término: gente que se va a las antípodas a estudiar, o a dar clases, o a obtener información para escribir una crónica, o que busca escapar de una isla que se parece demasiado a una cárcel, o que se desvía de su ruta nada más que para visitar un pueblito que conoce apenas de nombre, o que anhela —todavía hoy— hallar una tierra que no figure en los mapas, o que persigue el sueño imposible de volver a la patria y al primer amor veinte años después. Como dice el tango, se puede sentir que veinte años no es nada; pero el regreso, lo sabemos, es imposible: nadie vuelve, el viaje simplemente continúa.

“Desterrado del país del sueño busco abrigo entre la multitud”, dice la cita de František Halas que Chiaravalloti elige como epígrafe; en ella se condensan las dos claves del libro. Por un lado, los viajes, que siempre son destierros y siempre son caminos que se hacen al andar. Por el otro, el abrigo ansiado, el deseo de hallar un antídoto contra la soledad. Esa soledad que se les cuela por todas partes a los personajes de Insular y también a casi todos los seres humanos, en particular a quienes vivimos en el lado occidental del planeta. Esa soledad con la cual a menudo no sabemos qué hacer.

Nueve de las diez historias transcurren en Asia, África, Oceanía o territorios de ultramar dejados de la mano de casi todos los dioses. Una imagen, en uno de los cuentos, cifra el embelesamiento, la incomprensión y la inquietud generadas por la tensión Oriente-Occidente, que atraviesa las páginas del libro. Una mujer española, de pie ante un mapa de Oceanía tan inmenso que abarca toda una pared, descubre dos cosas: que la isla en la que se encuentra es tan pequeña que ni siquiera en ese mapa se puede ver y que su ciudad de origen está tan lejos que también queda fuera de los límites de aquella representación. “Me sentí desorientada, aunque en realidad debería decir desoccidentada. Como el musgo sobre las rocas, comenzó a crecer en mí una extraña clase de soledad, quizás parecida a la que sienten los astronautas cuando flotan sobre la Tierra […] el desarraigo superlativo”.

La soledad, sin embargo, siempre se pone en cuestión. “Es mentira eso de que venimos y marchamos de este mundo en completa soledad —dice otro de los personajes-narradores—. Es el conocimiento lo que nos impide estar solos: tenemos un origen, una herencia, estamos eternamente acompañados por la sombra de quienes nos precedieron, por el lenguaje que nos abriga y nos defiende, y que nos lega un saber. Nunca estaremos solos porque somos hijos de la Historia”.

En otras palabras, aquella idea del famoso poema de John Donne: ningún hombre es una isla. Aunque, en todo caso, “los cinco continentes también son islas”, como dice uno de los personajes de “Insular”, el cuento que da título a la colección. Pienso en un hermoso microcuento de James Miller que describe un diálogo entre una niña y un Oráculo. “¿Estamos solos en el universo?”, pregunta ella. “Sí”. “Entonces, ¿no hay más vida ahí fuera?”. “La hay —explica el Oráculo—. Ellos también están solos”. La Tierra también es una isla.

La única de las diez historias que no transcurre en Asia, África, Oceanía o territorios de ultramar (y también la única narrada en tercera persona y no en primera) es precisamente Insular, que tiene por escenario a Buenos Aires, la patria de origen del autor. En ese relato, la isla es el interior de un bar; afuera el mundo parece quebrarse, como de algún modo se quiebra el alma de quien emigra. Chiaravalloti ha vivido en Italia, en Inglaterra, en Kenia y lleva desde 2003 en Barcelona. Su vida parece un entrenamiento para poder escribir cuentos como estos. Un poco como quería aquel francés: que la vida termine en un libro. O en varios, si hay fortuna. Chiaravalloti ejecuta el arte del cuento con maestría, con un gran talento para llevarnos (como ya había hecho en su libro anterior, Esos de ahí afuera, de 2015) de paseo por tierras lejanas y permitirnos volver para contarlo, y para abrir el alma de sus personajes y mostrarnos que aun las vidas más simples pueden tornarse extraordinarias cuando se atreven a ponerse en movimiento, a dejar todo —o al menos algo— atrás.

Cristian Vázquez

Cristian Vázquez (Buenos Aires, 1978). Es periodista y en la actualidad dicta talleres de lectura y escritura. Colabora en distintos medios como 'Letras Libres' o 'elDiario.es'. Ha publicado los libros 'Támesis', 'Partidas', 'El lugar de lo vivido', 'Contra la arrogancia de los que leen' y 'Los elefantes saben olvidar'.

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