La vuelta al mundo en diez relatos. Eso es lo que ha logrado —y lo que a la vez propone a los lectores— Franco Chiaravalloti (Buenos Aires, 1979) en su libro Insular, publicado por la editorial Tres Hermanas. Diez cuentos precisos, certeros, en los que el autor hace gala de su enorme ductilidad para el manejo de voces, léxicos, miradas y registros.
La invitación a recorrer diversas latitudes y longitudes se expresa ya desde el comienzo: el Ãndice del libro ocupa una doble página y tiene forma de mapa antiguo, con un infaltable querubÃn de carrillos inflados soplando vientos desde una esquina y un rabioso dragón reinando en los mares de la esquina opuesta. Los tÃtulos de los cuentos se despliegan por ese planisferio, cada uno sobre el lugar geográfico en que las historias suceden. De ese modo, el orden de los Ãndices tradicionales se desarma para dejarse llevar por el vaivén de la cartografÃa.
El viaje, desde luego, no sólo requiere lugares: también movimiento. Los protagonistas de los relatos de Insular son viajeros en los más amplios sentidos del término: gente que se va a las antÃpodas a estudiar, o a dar clases, o a obtener información para escribir una crónica, o que busca escapar de una isla que se parece demasiado a una cárcel, o que se desvÃa de su ruta nada más que para visitar un pueblito que conoce apenas de nombre, o que anhela —todavÃa hoy— hallar una tierra que no figure en los mapas, o que persigue el sueño imposible de volver a la patria y al primer amor veinte años después. Como dice el tango, se puede sentir que veinte años no es nada; pero el regreso, lo sabemos, es imposible: nadie vuelve, el viaje simplemente continúa.
“Desterrado del paÃs del sueño busco abrigo entre la multitudâ€, dice la cita de FrantiÅ¡ek Halas que Chiaravalloti elige como epÃgrafe; en ella se condensan las dos claves del libro. Por un lado, los viajes, que siempre son destierros y siempre son caminos que se hacen al andar. Por el otro, el abrigo ansiado, el deseo de hallar un antÃdoto contra la soledad. Esa soledad que se les cuela por todas partes a los personajes de Insular y también a casi todos los seres humanos, en particular a quienes vivimos en el lado occidental del planeta. Esa soledad con la cual a menudo no sabemos qué hacer.
Nueve de las diez historias transcurren en Asia, Ãfrica, OceanÃa o territorios de ultramar dejados de la mano de casi todos los dioses. Una imagen, en uno de los cuentos, cifra el embelesamiento, la incomprensión y la inquietud generadas por la tensión Oriente-Occidente, que atraviesa las páginas del libro. Una mujer española, de pie ante un mapa de OceanÃa tan inmenso que abarca toda una pared, descubre dos cosas: que la isla en la que se encuentra es tan pequeña que ni siquiera en ese mapa se puede ver y que su ciudad de origen está tan lejos que también queda fuera de los lÃmites de aquella representación. “Me sentà desorientada, aunque en realidad deberÃa decir desoccidentada. Como el musgo sobre las rocas, comenzó a crecer en mà una extraña clase de soledad, quizás parecida a la que sienten los astronautas cuando flotan sobre la Tierra […] el desarraigo superlativoâ€.
La soledad, sin embargo, siempre se pone en cuestión. “Es mentira eso de que venimos y marchamos de este mundo en completa soledad —dice otro de los personajes-narradores—. Es el conocimiento lo que nos impide estar solos: tenemos un origen, una herencia, estamos eternamente acompañados por la sombra de quienes nos precedieron, por el lenguaje que nos abriga y nos defiende, y que nos lega un saber. Nunca estaremos solos porque somos hijos de la Historiaâ€.
En otras palabras, aquella idea del famoso poema de John Donne: ningún hombre es una isla. Aunque, en todo caso, “los cinco continentes también son islasâ€, como dice uno de los personajes de “Insularâ€, el cuento que da tÃtulo a la colección. Pienso en un hermoso microcuento de James Miller que describe un diálogo entre una niña y un Oráculo. “¿Estamos solos en el universo?â€, pregunta ella. “SÃâ€. “Entonces, ¿no hay más vida ahà fuera?â€. “La hay —explica el Oráculo—. Ellos también están solosâ€. La Tierra también es una isla.
La única de las diez historias que no transcurre en Asia, Ãfrica, OceanÃa o territorios de ultramar (y también la única narrada en tercera persona y no en primera) es precisamente Insular, que tiene por escenario a Buenos Aires, la patria de origen del autor. En ese relato, la isla es el interior de un bar; afuera el mundo parece quebrarse, como de algún modo se quiebra el alma de quien emigra. Chiaravalloti ha vivido en Italia, en Inglaterra, en Kenia y lleva desde 2003 en Barcelona. Su vida parece un entrenamiento para poder escribir cuentos como estos. Un poco como querÃa aquel francés: que la vida termine en un libro. O en varios, si hay fortuna. Chiaravalloti ejecuta el arte del cuento con maestrÃa, con un gran talento para llevarnos (como ya habÃa hecho en su libro anterior, Esos de ahà afuera, de 2015) de paseo por tierras lejanas y permitirnos volver para contarlo, y para abrir el alma de sus personajes y mostrarnos que aun las vidas más simples pueden tornarse extraordinarias cuando se atreven a ponerse en movimiento, a dejar todo —o al menos algo— atrás.
Qué fantasmada todo.