Eloy Tizón | Foto: Páginas de Espuma

Eloy Tizón, luces de interior

/
Eloy Tizón | Foto: Páginas de Espuma
Eloy Tizón | Foto: Páginas de Espuma

No podía ser de otra manera. Los que somos lectores habituales de Eloy Tizón (Madrid, 1964) ya imaginábamos que su esperado nuevo libro de relatos, publicado en Páginas de espuma, sería original e insólito, de prosa sutil y consecuente efecto emocional de liberación lenta. Y así es, en eso no nos equivocamos. Pero nos ha pillado por sorpresa el amplio registro emocional en el que las voces narrativas oscilan bruscamente como en un polígrafo febril. Sin embargo, no es nada que debiera sorprender ya que la misma técnica se halla latente, tanto en sus anteriores libros de relatos como en sus novelas. Pero en Técnicas de iluminación emerge como ese iceberg oculto del que hablaba Hemingway. Y lo hace bajo unos focos de estudio que proyectan una luz, calibrada al milímetro por el fotómetro de la contención narrativa, de la perspicacia y del humor.

Es este un libro de interior, en absoluto pintado del natural. El realismo está presente aunque brille por su ausencia. Lo surreal, aunque obvio, logra convencernos de que no es sueño.

Páginas de Espuma
Páginas de Espuma

La mirada del autor persuade por el pathos de los personajes, el del hombre que se recuerda ridículo cuando llevaba los vaqueros planchados con raya, un día que merecía ser domingo; el de una joven que cree ser valiente y experimentada por viajar sola al territorio en guerra de su ciudad dormitorio; el de un sujeto que vagabundea después de una fiesta en la que ha sufrido una transformación hipersensorial capaz de hacerle percibir la calidad del aire; el de un matrimonio con intromisiones en sus maletas y los horarios cambiados…

Hay en todos estos cuentos de Eloy Tizón una poética renovada que apuesta por el futuro, con la beligerancia del que se sabe fuerte tras quién sabe qué reconciliación dulce con el pasado.

Las referencias literarias son inapelables. Eloy Tizón es un lector crítico y concienzudo. Nadie como él sabe entender los lenguajes creativos de escritores tan diferentes como Tario o como Chejov. Tizón lee, asimila y jibariza sus lecturas hasta reinterpretrar lo digerido siguiendo la tradición de Schwob, o más recientemente de Echenoz, aunque con una implicación emocional mayor. Eso es lo que ocurre en Fotosíntesis, una suerte de imaginativa puesta en escena de ese Paseo de Robert Walser, donde se recrea el entorno geográfico del autor suizo y esa nieve, nieve sucia, donde dejó su huella cuando murió, junto al sanatorio mental de Herisau.

No puede negar tampoco Eloy Tizón su relación con las Bellas Artes –hubo otro tiempo en que fue artista plástico–, por eso entiende bien de imágenes, de colores, de pictorialismo fotográfico y de cómo la luz real o metafórica puede revelar volúmenes, perfiles y sombras.

En Técnicas de iluminación, de impecable estilo, el autor vuelve a fascinar con personajes que hablan al viento, a la nada, a ellos mismos, para así comprender y comprenderse mejor. Estos relatos –llamémoslos así a falta de marbete que aclare el terreno fronterizo de los escritos– carecen de estructuras literarias claras o definibles. Si en Velocidad de los jardines (Anagrama, 1992), Tizón construía sus originales tramas bajo la influencia de Cortázar y Medardo Fraile, en Parpadeos (Anagrama, 2006) desplegaba mayor audacia en metafóricos discursos narrativos como Teoría del hueco o El Pájaro llanto, donde, en un escenario irreal, un solo protagonista se afanaba en una sola acción, cavar agujeros en la tierra de manera obsesiva o en la simple pasividad de oír llorar a un ave.

No sorprende, por tanto, que Técnicas de iluminación prosiga este camino hacia el riesgo, que ahora toma un sesgo surrealista de luces en la noche, bosques de leyenda, ciudades periféricas y noctámbulas escenas urbanas. Instantáneas vitales, todas, de alta temperatura cromática.

Pero lo que más sorprende en estos relatos, y en ello consiste su máxima grandeza, es que su lectura nos lleva de lo sublime a lo patético, de lo hilarante al drama y de lo onírico a lo real. Emociones extremas en un terreno narrativo tan acotado y sucinto como el rectángulo sin cuarta pared de un teatro, en el que todo puede suceder ante las candilejas y donde la última frase de la última página Hasta que un día, cae con la contundencia de un telón antes de dar paso a un vibrante fundido en negro.

María José Codes

María José Codes es Historiadora del Arte y fotógrafa. Máster de Escritura Creativa por la ELDM. Es autora de las novelas Control remoto (2008, Calambur Editorial) —Premio Río Manzanares de novela, finalista del Premio Tigre Juan de novela— y de La azotea, (2009, El Brocense) —Premio Cáceres de Novela corta.

1 Comentario

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Previous Story

La novela está más muerta que nunca

Next Story

Cuando la magia regresa en motocicleta

Latest from Críticas

La memoria cercana

En 'La estratagema', Miguel Herráez construye una trama de intriga que une las dictaduras española y

Adiós por ahora

Eterna cadencia publica 'Sopa de ciruela', volumen que recupera los escritos personales de Katherine Mansfield