Emmanuel Bove fue un escritor atÃpico; novelista por vocación temprana y autor de una obra de considerables dimensiones, alcanzó el éxito en 1924 tras la publicación de su obra más conocida, Mis amigos (Mes amis, 1924), y fue reputado como uno de los principales escritores franceses de entreguerras, pero su persona y su obra cayeron en el olvido después de su temprana muerte a los 47 años; no fue hasta los años 70 que fue «redescubierta» y tenida en consideración como una de las obras más significativas de la literatura francesa del siglo pasado.
«Â¿Han notado con cuánta frecuencia se equivoca uno con la gente?»
Henri Duchemin y sus sombras (Henri Duchemin et ses ombres, 1925) no es tal vez una de sus obras principales -categorÃa que incluye una estupenda autobiografÃa, Mémoires d’un homme singulier (1939, inédito en vida del autor)-, pero sà que constituye una muestra ejemplar de sus preocupaciones estéticas y temáticas, porque hablar de la literatura de Bove es, en mayor medida de lo común, hablar de sus personajes. Aparte de un estilo muy homogéneo y de unas voces narradoras francamente parecidas, lo que comparten con más intensidad los relatos del volumen es a sus protagonistas.
«Pero lo más curioso es que no tengo voluntad. Siempre he hecho lo que me apetecÃa. Menos mal que, en el fondo, soy bueno y no tengo ninguna inclinación malvada, porque, en caso contrario, seguramente habrÃa acabado mal. HabrÃa ido a la cárcel. HabrÃa matado a gente que no me habÃa hecho nada.»
Los personajes de Bove acostumbran a ser seres insignificantes enfrentados a situaciones cotidianas ante las cuales suelen responder de manera no convencional, seres inocentes expuestos a condiciones que no pueden asumir con las herramientas a su disposición, que les sobrepasan de tal manera que forzosamente reaccionan de forma inconveniente. Personajes que parecen residir en una realidad personal que posee muy pocos puntos de contacto con la realidad existente, de ahà la dificultad de ubicación en un mundo que les es ajeno y la relativa imposibilidad de adaptación a un entorno que pasa con demasiada frecuencia de ser ajeno a ser hostil.
«Henri Duchemin observó con alegrÃa que el amanecer blanquaba el tragaluz. TenÃa la sensación de que todo iba de maravilla. Sobre todo, tenÃa que procurar no pensar para no ponerse triste; habrÃa resultado ridÃculo precisamente ahora que empezaba el dÃa».
«El crimen de una noche», o la imposibilidad de hacer el bien.
Personas solitarias siempre en busca de alguien con quien compartir experiencias y lo poco que poseen; cargados siempre de buenas intenciones y sorprendidos de que los demás insistan en decepcionar sus expectativas.
«Me invadÃa una alegrÃa inmensa. Notaba en ese desconocido un gran amor por las cosas sencillas. Le interesaban mil naderÃas. Asà que era un hombre como yo. Quien no me conozca bien podrÃa creer de entrada que soy una persona difÃcil y que de ahà vienen mis desdichas. No, sólo pido un poco de amistad. Sé que es muestra de una gran sabidurÃa no pedirles a los hombres más de lo que pueden dar. Hay que tomarlos como son. Lo sé. Soy un sabio. Me conformo con tomarlos como son. Pero incluso eso se me niega.»
«Otro amigo», o la felicidad es un estado muy volátil.
La búsqueda de la dicha es un camino arduo lleno de dificultades en el que las pequeñas victorias parciales apenas si sirven para mantener el ánimo para seguir buscando.
Personajes sorprendidos por un giro de los acontecimientos para el que no están preparados, como si su inocencia primigenia se viera traicionada por un desvÃo que no pueden asumir.
«Visita por la noche», o la amistad es un remanso menos seguro de lo que parece.
Personajes inseguros de estar haciendo siempre aquello que es conveniente, adecuado a la situación, que si bien es cierto que a menudo poseen todo un abanico de posibilidades de comportamiento, también lo es que están convencidos, a posteriori, de no haber elegido la opción correcta. Y como no suelen ser personas de gran fortaleza mental, acuden siempre a sus amigos en busca de ayuda o, con más frecuencia, en busca de aprobación.
«Voy a exponerle los hechos, uno por uno y con claridad. Voy a decirle cuanto sé de mi enamorada, y después voy a pedirle que me diga si estoy o no equivocado. Me dirijo a usted porque, siendo una persona ajena a este conflicto, tendrá una opinión imparcial. A mis padres y a mis amigos les interesa que todo se solucione. Me conocen. Saben lo impresionable que soy. Y me creerÃan en menor medida que usted, que no me conoce.»
«Lo que vi», o las consecuencias de perseguir a un paranoico.
En algunas ocasiones aparecen personajes con una clara intención resolutiva: completamente conscientes de sus necesidades, son capaces de planificar conductas que les procuren un alto porcentaje de posibilidades de consecución de sus fines; sin embargo, nunca llegan a salir airosos de la prueba: un instante de flaqueza final, un giro súbito de algún elemento implicado, un error de apreciación de la dificultad, acaban haciendo fracasar la empresa. Como contrapartida, la decepción no puede ser profunda; sencillamente, el fracaso ya se daba por descontado o incluso, en realidad, las esperanzas puestas en la consecución de los objetivos tampoco eran tan firmes.
«La historia de un loco», o todo es cuestión de voluntad.
«Lo que me habÃa imaginado se desvanecÃa en ese zumbido de vida que me rodeaba, una vida que transcurrirÃa en derechura hasta la noche, indiferente a mis cálculos y a las complicaciones de mi mente».
«El regreso del hijo», o no perturbarás el sueño de los vivos.
O tal vez bajo esa inocencia y esa dificultad manifiesta de relación se esconda una leve misantropÃa, que puede que no sea más que una neurasténica forma de protección contra las decepciones.
«Abrazó a su mujer. No la creÃa. TenÃa la profunda convicción de que le habÃa mentido. Pero, de repente, se habÃa dado cuenta de que se estaba acercando a la vejez y que, mejor que perderlo todo, valÃa más sufrir en silencio para tener la alegrÃa de vivir junto a su mujer a la que amaba y que, al fin y al cabo, sentÃa por él suficiente respeto y amistad como para tomarse la molestia de mentirle».
«Â¿Será mentira?», o la verdad puede ser más cruel que la falacia.