Enrique Serna

imagen2phpFruta verde
Enrique Serna
México: Planeta, 2006
310 Páginas

Después de Ángeles del abismo, pensé que difícilmente Enrique Serna escribiría una novela mejor. Fruta verde no la superó, pero es igual de excelente. Enrique Serna es de los mejores escritores mexicanos en la actualidad y, les aseguro, de Hispanoamérica. Una de las cosas que más le admiro es el humor y la ironía que recorren su narrativa, son riquísimos estos aspectos, a veces humor negro y en otras sólo humor, un humor que te hace reír con ganas. Alguna crítica dice que «A partir de elementos autobiográficos Serna elabora en Fruta verde la historia ficticia de Germán Lugo, un aprendiz de escritor muy parecido a mí cuando yo tenía 18 años, pero estructurado dentro de una trama novelesca de la que resulta un personaje bastante diferente al original». No se realmente si es mitad novela autobiográfica, mitad novela de iniciación, mitad roman à clef, mitad novela de aprendizaje, novela intimista, gay, bisexual, de todo ello la han clasificado. De lo que sí estoy segura es que es una estupenda novela.

En la narración, han pasado quince años desde la muerte de su madre cuando una madrugada el escritor Germán Lugo atiende un telefonazo de Toño, el secretario del afamado dramaturgo homosexual, Mauro Llamas. La triste noticia que recibe lo lleva a recordar su promesa de escribir su autobiografía y seguir el consejo de Flaubert de «desaparecer detrás de los personajes». Mauro le había sugerido que llevara por título, en homenaje a Gabo, Memoria de mis putos alegres, pero él decide ponerle Fruta verde, como el bolero del compositor mexicano Luis Alcaráz. «El mejor arte de amar se encuentra, dice Serna en una entrevista, en los boleros pero, aclaro, en los boleros pecaminosos y prostibularios, en la tradición de Alvaro Carrillo, Agustín Lara y Luis Alcaráz, que son los que siempre me han gustado, más que la rama del bolero fresa de la trova yucateca, de canciones para la noviecita, que ha seguido de manera nefasta Armando Manzanero, por ejemplo».

Cumple su promesa y escribe su autobiografía y nosotros empezamos a leerla. Germán Lugo es el hijo primogénito de Paula Recillas y Luis Mario Lugo, y nieto de dos refugiados españoles: por parte de padre de don Jaime Lugo, un periodista aragonés que luchó contra el fascismo como director de La verdad, un periódico valenciano que se mantuvo fiel a la causa republicana hasta el fin de la guerra civil y por parte de madre, don Juan Recillas, un aguerrido minero asturiano que había perdido un brazo al defender el cuartel de Simancas, cuando los fascistas se sublevaron en Gijón contra el gobierno republicano.

Corren los últimos años de los setentas en México, Germán tiene 19 años y sus padres se han divorciado porque, dice Paula, «los hombres maduros más que jueces de belleza, parecen compradores de ganado: quieren terneras livianas, no reses viejas de carnes magras». Paula, uno de los personajes centrales, es una mujer guapa, cuarentona, con una moral cerrada, sumamente conservadora, adicta a la lectura y bailadora en esas reuniones que cada sábado tenían lugar en su casa adonde se juntaban sus amigas -otras conservadoras- y las jóvenes amistades de sus hijos (además de Germán, está Felix y Daniela). Paula inicia desde muy pequeño a Germán en la lectura y el día que decide escribir un cuento y enviarlo a «La cantera», el suplemento cultural de El matutino, ella es quien se obstina en pasarlo a máquina «con el mismo empeño abnegado que había puesto en guardar su primer diente de leche». En el suplemento había un concurso semanal de relato corto con un premio de 400 pesos para el ganador. Así, cuando el jovencito lee que «La cripta» ha ganado este certamen:

Le pareció que su nombre rutilaba como en la marquesina de un teatro. Saltó de  júbilo con el brazo en alto, en un festejo más futbolero que literario, y la vendedora del  puesto de periódicos se le quedó viendo con extrañeza:

-¿Le atinó al gordo de la lotería?

-Sí, me saqué el premio mayor. Deme otros cuatro del mismo periódico.

Embebido en la contemplación de su cuento, un placer más maternal que narcisista, en el camino de vuelta a su casa por poco se va de bruces al meter el pie en un hoyo de la banqueta. Caminó con más cuidado por medio de la calle para evitar los manguerazos hostiles que podían mojar los periódicos. La mitad de ese triunfo le correspondía a su madre por derecho propio, y por eso al entrar en la casa subió corriendo a buscarla.

-¡Ganamos, mamá! ¡Mira!

Paula soltó las agujas del tejido, sobresaltada, y al ver el suplemento pasó del asombro a la  euforia.

¡Te lo dije, ese cuento vale oro!

-Feliciten a su hermano, que se va a ganar el Premio Nobel, -pronosticó Paula, exaltada.

-Ay, mamá, no te la jales -protestó Germán, con una sonrisa incrédula. Sólo gané un  concursito.

-¿Y qué? Por algo se empieza ¿no?

Ríete de mí, pero tú vas a llegar muy alto.

Al mismo tiempo que Germán Lugo recibe su premio se da su ingreso a la universidad, a la carrera de periodismo, entrando en una admiración total por el marxismo. Paralelamente está decepcionado por el recién rompimiento con su novia, Berenice, quién lo engañó con uno de sus amigos. Parece ser que el trauma sufrido con la jovencita lo lleva a vivir una especie de confusión sexual. En su intento de independizarse entra a trabajar a una agencia de publicidad, aquí conoce a Mauro Llamas, un dramaturgo homosexual de 30 años que intenta seducir a Germán desde que lo conoce. Como los dos trabajan juntos las oportunidades de convivir son muy altas, además existe identificación intelectual entre ellos, Germán admira a Mauro no sólo porque es un hombre culto que ha recibido premios por sus obras, sino por el carácter del escritor, posee un gran sentido del humor y ha aprendido que la risa es la mejor medicina para huir del dolor.

El camino que recorren juntos es largo, Mauro intenta por todos los medios seducirlo, a pesar de que Germán le ha dicho claramente que a él no le gustan los hombres. Pero vaya que el dramaturgo es persuasivo. Algunas cosas molestan de Mauro LLamas, especialmente esa manera de insistir e insistir, de ponerle trampas, de invitarlo a su casa a reuniones (con otros homosexuales), de tomar juntos, todo para que Germán se anime y «jale»:

Cuando salió de la cocina con dos platos de spaghetti recalentado, Mauro encontró a  Germán dormido en el sofá de terciopelo rojo. No le sorprendió su desplome, pues ya  venía bostezando en el carro. De hecho, había calentado la comida para tratar de bajarle  un poco la borrachera, porque si en su sano juicio manejaba mal, con tragos encima era un  piloto suicida. Ya habían corrido riesgos de sobra esa noche. Después de todo lo que  habían bebido en casa del maestro Soler, debieron dejar estacionado el volkswagen de  Germán y tomar un taxi. De milagro no lo había visto la patrulla cuando se subió al  camellón de avenida Chapultepec. A quién carajos se le ocurría soltar el volante para  encender un cigarro. Lo peor de todo era que tampoco llevaba el volante de su propia  vida. No se conoce a sí mismo ni sabe lo que quiere hacer con su cuerpo, pensó. Busca mi  compañía porque lo hago feliz, pero ¿me quiere de verdad? En varios momentos de esa l arga parranda hubiera podido jurar que sí. En el restaurante de chinos, por ejemplo. Cómo  le brillaban los ojos al escucharme. Se desternilló de risa con la historia del matrimonio  tabasqueño mal avenido que después de una bronca fuerte, para no infringir la ley del  hielo, se lanzaba reproches por medio de mascotas o personas interpósitas: “¿Verdad,  perro, que nunca hay camisas limpias en mi clóset, porque la señora de la casa es una  huevona?”. Y la esposa respondía mientras acunaba al bebé : “Cariñito mío, prométeme  que de grande, cuando te vayas de putas, no vas llegar con las camisas manchadas de  colorete, ni le exigirás a tu mujer que las lave”. Según Germán son igualitos a su madre,  sólo que ella habla con el retrato de su abuela para regañarlo, y me sugirió escribir una  comedia donde todos los personajes hablaran así. Al calor de los tragos hasta le pusimos  título: Las terceras personas. Es mi cómplice perfecto, cuando estoy con él las ideas me  salen a borbotones, y a veces creo que nos leemos el pensamiento. Su admiración, su risa,  su facilidad para entusiasmarse me alborotan la imaginación y las hormonas al mismo  tiempo. ¿Pero de qué me sirve ser tan cautivador si no logro ni una caricia?

El alcohol tiene un papel importante en la novela, no sólo entre Germán y Mauro, también en la madre de Germán y en los asistentes a las fiestas que organiza Paula todos los sábados, así como en el grupo de amigos de Mauro, «la jaula de las locas», como lo llama el narrador.

Comentaba que Mauro Llamas es un personaje singular, con una vida nada fácil, y que en ocasiones desagrada no sólo porque posee un gran cinísmo, sino porque su deseo de seducir a como de lugar a Germán, un jovencito de 19 años sin ninguna experiencia sexual, es un tanto patológico: su jefe y amigo, también homosexual, le pide por favor lo respete porque además de ser un lugar de trabajo viene recomendado por el dueño de la agencia y si lo molesta hará que lo despidan. Pero a Mauro Llamas esto no le importa, esto ni nada, porque hasta la misma madre de Germán le importa un comino. Sabe que la madre de Germán sospecha que quiere hacerlo su amante y que le ha advertido a su hijo que tenga mucho cuidado, pero la hace a un lado, más bien aprovecha el estado anímico de Germán para obtener sus fines. Después de lograr su objetivo divulga, con quien puede, el «trofeo» conseguido. La escena se desarrolla en la casa de Mauro Llamas que platica con Germán Lugo, quien nos relata lo ocurrido:

-Oye Germán, ¿nunca te vas a enamorar de nadie?

-Quien sabe -respondí a la defensiva. Por ahora no me ha ocurrido.

-¿Pero tú quieres enamorarte?

-Sí, me gustaría, pero eso no depende de la voluntad.

-¿Y no crees que haga falta poner algo de tu parte?

(Mauro se levanta a cambiar el disco):

El bolero que puso, tierno y lascivo a la vez, me distendió los nervios como una inyección  de morfina:

En el cercado ajeno provocaba,

era fruta y mujer,

la mordí cuando menos lo pensaba, pero fue sin querer…

-Qué preciosa canción y qué voz tan cachonda.

-Es “Fruta verde”, de Luis Alcaráz, cantada por Ana María González.

Seguí escuchando con embeleso, transportado a un edén prohibido, con manzanos y  naranjos en flor, donde una ninfa desnuda bebía agua en un arrochuelo.

Sabor de fruta verde,

de fruta que se muerde

y deja un agridulce de perversidad,

boca de manzana, boquita que reza,

pero que si besa

se vuelve mala mala…

Mauro, atento al menor de mis gestos, se sintió autorizado a ponerme la mano en la  rodilla, una mano ligera como un guante que por una extraña flojedad del ánimo no me  incomodó en absoluto. Sólo atiné a reaccionar cuando la mano se deslizó muslo arriba  hasta rozarme las ingles.

Espérame -me quejé con voz débil-, estate quieto.

Este es el inicio del logro de una seducción que le llevó años conseguir a Mauro Llamas. Mientras tanto, en casa de Germán, la madre lucha contra la pasión que ha despertado en Pável, un jovencito amigo de su primogénito quien le hace llegar una carta confesándole su amor, misiva que inicia con «Querida tía» y termina firmando como «Varguitas» (aludiendo a la relación amorosa de Vargas Llosa con su tía, Julia Urquidi, con quien se casa. Después se divorcia de la tía y se casa con su prima, Patricia Llosa). La rígida moral de Paula Recillas hace que rechace totalmente a Pável, no sin lamentarlo al pasar de los años, cuando percibe que la vida es algo más que reglas morales. Ha pasado el tiempo y ya enferma, bailando en sus fiestas sabatinas con una bolsa de orina en la mano, le dice a su hijo Germán:

-Hace años tuve un pretendiente de tu edad

-¿Amigo mío? ¿Se puede saber quién era?

No te lo voy a decir. Se dice el pecado, pero no el pecador.

-¿Y a ti te gustaba?

-Mucho -murmuró ruborizada-. Pero nunca tuve nada con él. No podía hacerle eso a mis  hijos.
Pues yo te hubiera felicitado (…)

-Hubiera sido ridículo que a mi edad y después de tanto predicar la decencia, me hubiera  pasado al bando de las harpías.

Si se hubiera visto al espejo en ese momento, reducida a un pinsajo de carne, con las  mejillas colgadas de los maxilares, tal vez se habría reído de sus pudores. Recordé una  línea de López Velarde: «el gusano roe virginidades y experiencias», pero no me atreví a  citarla por temor a ser cruel.

En los últimos veinte años Germán Lugo tuvo un largo matrimonio con Julia, la madre de su única hija, en el aquí y ahora narrativos es un escritor afamado y vive con una excelente persona, Renata, en unión libre. De aquellos años vividos jamás olvidará su apodo, «Sor Juana», tampoco a Mauro Llamas, su gran amigo, maestro, y seductor. Ni tampoco, que lo que une a Mauro Llamas, a su madre y a él, es el bolero “Fruta verde” de Luis Alcaráz.

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Magda Díaz y Morales
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