«Las mayores catástrofes se anuncian a menudo paso a paso.»
El 20 de febrero de 1933, mientras el mundo y sus habitantes siguen sumidos en la rutina que da sentido a sus vidas y se lo quita a sus conciencias, tiene lugar una reunión en el Reichstag entre veinticuatro de los más relevantes empresarios y financieros alemanes y el canciller de la república; pero esa reunión implica a mucho más que a veinticuatro personas de carne y hueso.
La colaboración activa de la gran industria y del capital se suma a la contribución pasiva de las grandes potencias, para quienes centroeuropa es más una molestia que un territorio que debe resguardarse. Los primeros por acción y las segundas por omisión son responsables en igual medida de los sucesos posteriores que tuvieron lugar en ese escenario y que ocasionaron la peor crisis humanitaria del siglo XX.
«Bayer utilizó mano de obra procedente de Mauthausen. BMW reclutaba en Dachau, en Papenburg, en Sachsenhausen, en Natzweiler-Struthof y en Buchenwald. Daimler en Schirmeck. IG Farben en Dora-Mittelbau, en Gröss-Rosen, en Sachsenhausen, en Buchenwald, en Ravesbrück, en Dachau, en Mauthausen, y explotaba una gigantesca fábrica en el campo de Auschwitz: IG Auschwitz, que de un modo totalmente impúdico figura con ese nombre en el organigrama de la firma. Agfa reclutaba en Dachau. Shell en Neuengamme. Schneider en Buchenwald. Telefunken en Gross-Rosen y Siemens en Buchenwald, en Gross-Rosen y en Auschwitz.»
El narrador de El orden del dÃa (L’ordre du jour, 2017, Premio Goncourt del mismo año) especula con el poder recreador de la literatura para, acto seguido, denunciar a esa jurisdicción para centrarse en los hechos. En los hechos que conforman una novela, claro; es decir, para reunir unos incidentes falsos con los que construir un relato de ficción que puede ajustarse a la realidad en la misma medida que puede alejarse de la verdad.
«Es curioso cómo, hasta el final, los tiranos más convencidos respetan vagamente las formas, como si quisieran dar la impresión de que no se saltan por las buenas los trámites administrativos mientras transitan abiertamente por encima de todas las normas. Se dirÃa que el poder no les basta, y que experimentan un placer suplementario obligando a sus enemigos a cumplir, por última vez, los rituales del poder que ellos mismos están dinamitando.»
Esta supresión del entorno resta, a la fuerza, volumen al relato, que se ve incapacitado para apoyarse en los antecedentes, entretenerse en las digresiones y extraviarse en las consecuencias, y le obliga a centrarse en su objetivo, obviar la especulación -o limitarla a los hechos pertinentes- y, mediante un proceso de poda riguroso y preciso, eliminar todo lo superfluo, extraer toda la literatura de la Literatura, y centrarse en el núcleo de sus intenciones.
«Nunca se cae dos veces en el mismo abismo. Pero siempre se cae de la misma manera, con una mezcla de ridÃculo y de pavor. Y uno quisiera tanto no volver a caer, que se agarra, grita. A taconazos nos quiebran los dedos, a picotazos nos rompen los dientes, nos roen los ojos. El abismo está jalonado de altas moradas. Y la Historia está ahÃ, diosa sensata, estatua erguida en medio de cualquier Plaza Mayor, y se le rinde tributo, una vez al año, con ramos secos de peonÃas, y a modo de propina, todos los dÃas, con pan para las aves.»
Impresionante intento de sÃntesis, plenamente logrado.
Joan Flores Constans nació y vive en Calella. Cursó estudios de Psicologia ClÃnica, FilosofÃa y Gestión de Empresas. Desde el año 1992 trabaja como librero, actualmente en La Central del Raval. Lector vocacional, se resiste a escribir creativamente para re-crearse con notas a pie de página, conferencias, crÃticas y reseñas en la web 2.0, y apariciones ocasionales en otros medios de comunicación.