Nunca el verbo se hizo tan carne, carne herida y sangrante. Carne de otra carne dolorida, carne hermana, carne gemela, esa que solo la palabra puede explicar en sà misma, porque grande y generosa son las huellas dejada en ella, la carne, señales y cicatrices que solo el verbo es capaz de mostrar en su rotundo esplendor de cenizas o de luz. Horadada la carne se halla el verso más limpio y puro, como si te hubieran abierto las entrañas y notaras fluir toda su esencia, desnuda y libre, cuando el tiempo cae sobre el mundo como una gigantesca losa que acalla todos sonidos del silencio. La carne y el verbo, la palabra renacida una vez y otra, hasta la extenuación.
Nunca el verbo se hizo tan carne como ahora, nunca. Y digo esto por aquello de que la “literatura es artificioâ€, que queda bien para la abstracción teórica, pero no para el poeta, sobre todo, que es un ser ungido por la revelación, el conocimiento y la emoción. El poeta, desde su experiencia no puede ni debe dejar de expresar lo que adentro lleva, lo que es carne y alma al mismo tiempo. No puede abstraerse de lo que es, de su humanidad como tal, de su lugar en el mundo, de la emoción que contiene todo lo creado y sobrevenido a su mirada, a su verdadera concepción vital. Porque la poesÃa es vida, y la vida, todos lo sabemos, nos sitúa en realidades que no se pueden abordar exclusivamente desde el artificio, sino también y acompañándose de la emoción al sentirlas, al vivirlas. Esta es la cuestión de fondo.
La poesÃa que se escribe desde el mestizaje de lo uno y lo otro, es decir, desde el conocimiento y la emoción, trasciende, llega al lector con una gran dosis de humanidad, que no puede ser talada de un hachazo por la simpleza de una modernidad falsa y una mirada corta, sin horizonte alguno. El poeta verdadero bebe de una y otra fuente, y esa es la diferencia entre una poesÃa clónica, plana, amorfa y otra, personalÃsima, clara, culta y viva. Y en esta estamos cuando hablamos de un libro, una obra singular, dirÃa que maestra, de la poesÃa española actual, cual es EstanterÃas vacÃas, del gran poeta valenciano Ricardo Bellveser, y publicada por la editorial OléLibros. No es EstanterÃas vacÃas un libro más que viene a engrosar la lista del gran número de tÃtulos que se vienen publicando en nuestro paÃs, todo lo contrario es el libro que uno querrÃa haber escrito o el que siempre se deseó leer. Es un libro, que si se me permite, dirÃa que tensa, que identifica, que marca un camino y una esperanza, a pesar de su dramatismo argumental, que no deja indiferente al lector que se acerca a sus páginas, que desde la primera lo mantiene imantado a ellas. Los anteriores libros de Bellveser cumplieron sobradamente su propósito, y en su buen hacer nadie duda, pero estas EstanterÃas vacÃas son, por decirlo de una manera gráfica, la guinda del pastel. SabidurÃa y emoción son su esencia, y ambas, al unÃsono, se reparten el protagonismo, sin duda, pero si tuviéramos que delimitar alguna, dirÃa que la emoción potencia a la otra.
El yo lÃrico de Bellveser en este libro es de tal calibre que deja al lector perplejo, por serlo en su grandeza y generosidad poética. Es el mejor, que ya lo era, de todos los Bellveser anteriores, el Bellveser definitivo, el más puro poéticamente hablando, el poeta de raza, que ha sabido, nunca mejor dicho, trascender lo aprehendido al verso, a la palabra, que fue siempre el más sobresaliente de sus dones, y EstanterÃas vacÃas, lo contiene:
«Desde su alto, / ya no llueven palabras / ni se enredan los espesos nubarrones / entre mis libros. / Mi biblioteca viva, / tenÃa su voz y sus truenos, ahora / el silencio se ha ido adueñando / de los estantes, y apenas percibo / su jadeo, como el de quien retrepa / el empinado barranco de la melancolÃa. / En ellas no hay susurros como antes / los habÃa, ni eco de voces que retruenen / por las paredes del desfiladero / que se inventaban las portadas alineadas / como abedules en los rusos bosques, / cuyas hojas el otoño ha enrojecido. / No existe lugar donde protegerme / de los vendavales de las ideas. / Aquel griterÃo, se ha transformado / en silencio y ausencia de las cosas».
La decisión de donar sus libros determina el hecho poético de este libro. Esa vaciedad de las estanterÃas, para el hombre que siempre anduvo pegado a ellos, viviendo en ellos, provoca una terrible tormenta interior, pero aún asÃ, se sabe recompensado. Es esa soledad contemplativa del vacÃo la que conduce a la revelación, al origen de lo creado para vivirla en primera persona, y crear él un mundo nuevo donde el dolor de esa soledad y la esperanza de lo por venir adquieran el valor de la emoción, que traslada magistralmente al verso:
«Con ello me voy despidiendo / de los amigos que han viajado / conmigo tantos años y recuerdos / tras la colosal ruido que allà habÃa, / los ensayos, las epopeyas, las historias / inventadas contadas como verdades, / mis libros amados, compañeros, reos. // El tiempo ha podido con todo, / y podrá hacerme olvidar / aquel que fui cuando no sea».
Esta es la poesÃa tonificadora, expresión máxima de un sentir que deviene en magisterio y en creación intachable. Es el verbo hecho carne que decÃa al inicio del texto. La carne y el alma consumidas. Esta es la verdad poética de Ricardo Bellveser, indiscutible, trascendente, sin artificio, pero con el magisterio que los libros y la cotidianidad de lo vivido han hecho de él un gran ser humano y un gran poeta. En su poética se advierte lo diferente, que no es sino lo Ãntimo, el yo poético llevado hasta sus últimas consecuencias, y en esa diferencia estriba la riqueza respecto al otro, y respecto a sà mismo.
La pluralidad de lo diferente es la grandeza de lo particular, de lo individual frente a una misma realidad externa. Esa es, quizá, la principal enseñanza de estas EstanterÃas vacÃas, el hallazgo más sobrecogedor de este libro que nace para perpetuarse en quienes aman la poesÃa y la vida. No hay más magia que la de la propia palabra, la inspiración sustentada en lo vivido y sentido, como el rÃo que nunca se detiene y en su soledad desemboca en una otra más inmensa tal es la mar:
«Las estanterÃas vacÃas. / El péndulo del reloj, detenido. / El viento en calma chicha. / El sol abrasador, la brisa muda. / Un alacrán camina mi conciencia, / mientras una mosca se ha enredado / en la tela de araña, y sus alas se han pegado / a la viscosa red casi transparente, / en la que la agonÃa va tomando forma. // Todo anuncia el fin y el fin adviene».
He aquà la esencia poética de Ricardo Bellveser, en un solo poema, el primero de la serie que compone este libro, y en el que solo he querido detenerme expresamente por entender que en él confluye todo en un tiempo único. El resto de poemas lo complementan y lo engrandecen también, pero he querido, conscientemente, dejarlo para los lectores que se acerquen a él, con la convicción que seguirán deleitándose con su lectura, pero a veces, un solo poema condensa y perpetua toda una obra. Resumo este comentario, que no ha sido sino un aleccionador viaje a la médula de la poesÃa, en este caso a la esencialidad de una de las voces más sobresalientes del panorama actual de la poesÃa española, la del valenciano Ricardo Bellveser, con los versos que cierran esta apasionada aventura poética:
«No es necesario coincidir en el tiempo, / basta con hacerlo en la emoción / y el tiempo desaparece al abreviarse. / Yo ya no estaré cuando leas esto, / mas mi voz pensada, en ti se preserva».
PoesÃa a borbotones, diferente, en la que el verbo se hace carne, pura emoción y esencia.