Ferran Garcia ubica Maleza a finales del siglo XIX en Taradell y los bosques de Vic; se están desarrollando las últimas guerras carlistas. Sin embargo, tanto el espacio como el tiempo no están definidos en un primer momento: Boi, el niño narrador de la historia, introduce al lector en un universo que tiene tanto de real como de simbólico, mÃtico dirÃamos, para que poco a poco el paisaje vaya adquiriendo una forma más precisa, histórica. A pesar de lo cual, Garcia no renuncia en ningún momento a trabajar en el interior de un espacio mÃtico y literario que remite a los imaginarios del western, de las novelas de aventuras decimonónicas, al universo de los bandoleros y a una suerte de construcción cercana a lo bÃblico para abrazar una mirada mucho más amplia que el comentario histórico particular.
Hay en el estilo de Garcia una fuerza narrativa lindante con lo poético, no ahorrando en momento alguno la visión de la crueldad y de la violencia, siempre seca y directa; pero no niega, a su vez, que la belleza se cuele en el seno de una realidad en descomposición, de un mundo en el que las vidas apenas valen y en la que varias generaciones de una familia deben enfrentarse a una especie de maldición que es, al mismo tiempo, representación de una tierra en confrontación, en perpetua manifestación de la violencia. Y, sin embargo, como decÃamos, Garcia consigue a partir de Boi desplegar una visión en la que surge una fuerza poética basada en una narración asentada en la paulatina pérdida de la inocencia del joven según va siendo testigo de los horrores a los que se enfrenta en su itinerario por una tierra sumida en guerra.
Boi relatará su vida a partir de los recuerdos de su abuela, Madame Laveau, quien también educará a su nieto en la vida, algo que continuará Joan Tur, un bandolero fascinante en su posición siempre ambigua, ocupando un espacio moral regido por sus intereses y quien tendrá en Bonaplata, un bandolero como él, pero más salvaje, su contrapunto. Boi conocerá la ternura y el amor en la figura de la madre; en ellos, la brutalidad y la violencia de la vida. Dos caras de una misma educación que harán que Boi vaya madurando a lo largo de las páginas de Maleza hasta un desenlace salvaje y de gran dureza que Garcia cierra y, a su vez, deja abierto: como si la historia fuera simplemente un prólogo a miserias humanas más cruentas por llegar.
En Maleza, Garcia se mueve entre géneros literarios y se acerca a una narrativa que desde la distancia y cierta frialdad ahonda en lo profundo de sus personajes, buscando su calidez. Garcia destaca, entre otras cosas, en el trabajo desde el arquetipo de los personajes y del paisaje para crear imágenes con una gran potencia expresiva para conducir la descripción realista del paisaje hacia una reformulación que habla de un mundo atávico que va más allá de la concreción de la época en que se desarrolla. Hay algo onÃrico en la atmósfera que ha creado Garcia como marco de su laberinto narrativo: aunque perfectamente estructurada, la novela avanza a través de fragmentos que se mueven en el tiempo y en el recuerdo, que van conformando ese puzle con el que Garcia, finalmente, nos sitúa en un presente narrativo que da sentido, y lo adquiere, gracias a esas idas y venidas que el autor crea para una saga familiar sombrÃa y oscura, pero que no niega cierta luminosidad y, finalmente, una redención. Porque Maleza es también la novela de formación de Boi y un itinerario hacia la superación de la culpa. Y, como fondo, una violencia que va más del marco de los personajes y habla de algo más profundo y hondo del paÃs.